Contra la vida quieta. Elvio Romero
Usted sabe qué alegre
aflicción de racimos por las ramas
en frutal arco iris vespertino;
cómo alegres luciérnagas subían
a encender las estrellas,
a conducir azahares que estallaban
como emoción nupcial o lumbraradas.
Usted sabe, señor,
que antes de que aquí se enseñoreara
la pobreza, frunciendo hasta las hojas,
desesperando el aire,
bien sabe, bien conoce
que cualquier miserable aquí podía
fortificar un canto en su garganta,
en su pecho opulento.
(¡Cómo podías reír, muchacha mía!
Juvenil, ¡cómo izabas
una sonrisa fértil como un grano,
cómo te coronaban los jazmines
y cómo yo apuraba
mi vaso de fervor! ¡Qué alegres éramos!)
Antes,
antes de la amargura,
antes de que sorbiéramos
un caudaloso cáliz de indigencias boreales,
antes de que amarraran los perfumes,
antes de que supiéramos
que en su reverso el sol guardaba al hambre,
¡qué alegres caminábamos!
Antes,
antes de que al aura ofendieran,
de arrancar la raíz sangrándole los bulbos,
antes del mayoral, del tiro, antes del látigo,
qué alegría, señor,
¡qué alegremente andábamos!
COSTA FERROVIARIA
Es el sur.
Residuos óseos. Blancas osamentas
de reses que cayeron derribadas
por un golpe feroz de polvaredas.
Hierba vieja.
Es el sur.
Sequía. Las cañas orilleras
desafían al sol con sus penachos
de sequedad y soledosa pena.
Cañas secas.
Es el sur.
Rastrojos. Manantial seco, desierta
respiración sedienta de los cielos
sobre la red fogosa de la tierra.
Agua muerta.
Es el sur.
Escuálidas mujeres. Cabelleras
como fibras hostiles que parecen
despojos sin sostén de la tristeza.
Pálidas hebras.
Es el sur.
Fosca desolación. Fondo de hoguera
que estampa su amarilla vestidura
en un pobre ramaje de arboledas.
Polvaredas.
Es el sur.
Rígidas líneas, rojas carreteras
bostezando su tedio en el silencio
de los montes oscuros que bordean.
Sol que tuesta.
Es el sur.
Árboles quietos. Niños que contemplan
con los lívidos ojos y los vientres
al viento, como cruces de pobreza.
Hambre negra.
Sol que tuesta.
Cañas secas.
Agua muerta.
El Sur!
Insufrible vacío que se incendia!
CARTA A JULIO CORREA
Julio: vuelvo a escribirte ahora, madurado
en este oficio amargo de recordar mi tierra,
llena de estragos hondos y un sino desolado,
la que dejó mi vida tendida en su costado
izando hasta su cielo las sombras de la guerra.
Te recuerdo plantado como un árbol frondoso
ante el nivel caliente de un crepúsculo abierto,
árbol antiguo, agreste; ramaje poderoso
de empurpurada tierra, de polvo fragoroso
resumiendo el silencio del paisaje desierto.
Cuando imagino, Julio, que allí la vida tiene
un telón de sombrío derrumbe oscurecido,
que es una rosa ardiente la pasión y sostiene
el corazón su rama de espinos, se me viene
la voz en hondo trueno de pasión encendido.
Has conocido siempre la vida más amarga
y su sabor amargo lo llevaste prendido
como algo que en la ciega soledad nos descarga
una dura tristeza, una tristeza larga
arándonos el pulso y el puño decidido.
Has conocido al hombre cuando enseñó el severo
reverso de su sangre poderosa y bravía,
que luego se hizo llama de fuego y sol señero,
torrentera boreal, remanso verdadero,
abriendo por los montes rayos de valentía.
Todo fue un tiempo clara severidad, tranquilo
beso del esplendor en la luz mañanera,
de roja claridad acostada en el filo
de la tarde, del limpio albor llevando en vilo
el amor, la mies clara, el sol, la primavera.
Después... lo que sabemos! Viejo dolor ceñido
al bulbo terrenal que la vida sustenta;
viejo dolor de pueblo castigado y caído,
de pueblo que levanta su ardor amanecido
en la humillada noche como dura tormenta!
Después... lo que sabemos! La libertad vendida,
vendido el cielo claro, vendidas las amigas
albas que demoraban su ramazón florida,
vendido el aire suave, la brisa atardecida,
vendido