Contra la vida quieta. Elvio Romero

Contra la vida quieta - Elvio Romero


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el Centro, un corazón quemante,

      latido potencial, alforja verde,

      crisol de mandiocales.

      Encendidos terraplenes, hondos valles

      paren niños con ojos dilatados

      y estómagos con hambre.

      Desde antiguo esta tierra tiene arranques

      de furor que le arañan los raigones

      como rayos brutales.

      A martillazos forja este linaje

      de hombres que tienen la corteza dura,

      que en las cortezas laten.

      Bordado a lento fuego, su ropaje

      nos cubre con su seca virulencia

      de calor sofocante.

      No la toquéis si no queréis que os claven

      su espina roja, su ademán terroso,

      su vértigo implacable.

      Callada es esta tierra. ¡No la toquéis!

      Sus polvaredas arden.

      CANTO EN EL SUR

      Esta noche, en el Sur,

      me he mirado en tus ojos.

      Soy como tú,

      de piel morena, oscura, oscura,

      con estrellas heridas por adentro

      y por fuera sudor, cáscara ruda.

      Tengo la sangre hirviendo

      como un sinuoso trueno derramado,

      tengo las manos ásperas

      como herramientas duras y soleadas;

      tengo los ojos lúbricos

      como lúbricas raíces.

      Esta noche, en el Sur,

      me he mirado en tus ojos.

      Te vi ayer en el Norte;

      vi en el Norte lo mismo, el mismo

      y primario dolor sobre los cuerpos,

      el aguardiente galopando a sorbos

      y lo demás lo mismo: el mismo

      brazo sudando a contraluz sangrienta,

      el mayoral que brama entre los árboles,

      los mismos ojos sin calor, la misma

      temblorosa epilepsia del sudor,

      los mismos exprimidos,

      ¡los mismos coronados!

      Esta noche, en el Sur,

      me he mirado en tus ojos.

      Soy como tú,

      la misma turbulencia contra el mismo espejismo,

      idéntico remanso bajo la misma noche.

      Conservo el sortilegio

      de estas zonas arbóreas que me cercan.

      Tengo la risa ronca

      y estas anchas tristezas.

      De piel morena, oscura,

      pisando en el calor exasperado.

      DESPIERTAN LAS FOGATAS (1953)

      CASTIGO

      A esta pobre comarca

      le han cruzado la piel a latigazos,

      le inflamaron los pozos

      negros del llanto,

      la cicatriz de la ira,

      le abrieron los muñones a golpazos,

      a insoportables ramalazos secos.

      Le han rajado la cara

      con estampidos de odio.

      Y ayer, ¡qué bien sonaba! ¡Qué bien

      su mandiocal sonoro,

      sus caballos que andaban enloqueciendo el belfo

      por el nivel lluvioso del paisaje,

      su juvenil coraje de muchacho,

      su música de troncos,

      su quebracho!

      Aquí,

      aquí han puesto la mano,

      aquí desbarataron las centellas,

      aquí las iniciales de los jóvenes muertos

      van del bucle del aire a los claveles,

      aquí el puñal del odio,

      aquí mataron.

      Severa era la vida, como el ceño

      ilustre del anciano que con barba de maíces

      trajinaba sus pies por la comarca;

      severa la intemperie, severo el infalible

      recuento de los astros. ¡Y qué bien alumbraba

      la lumbre sobre el leño!

      Pero aquí han puesto fuego,

      hambre,

      polvo desaliñado,

      cenizas y mortajas;

      le han sorbido los huesos, le han labrado

      la cara con hachazos.

      Aquí han puesto la mano.

      Y además, golpes,

      golpes rabiosos,

      golpes en la cara,

      ¡feroces puñetazos extranjeros!

      ALEGRES ÉRAMOS...

      Usted sabe, señor,

      qué alegría colgaba en la floresta;

      qué alegría severa

      como raigambre sudorosa;

      cómo el alegre polvo veraniego

      fulguraba en su lámina esplendente,

      cómo, ¡qué alegremente andábamos!

      ¡Qué alegremente andábamos!

      Usted sabe, señor,

      usted ha visto cómo

      la lluvia torrencial sempiterna caía

      sobre un textil aroma de bejucos salvajes

      y cómo iba dejando con sus pétalos húmedos

      su flora resbalosa,

      su acuosa florería.

      Usted sabe, señor,

      cómo los sementales retozaban

      hartos de florecer, jubilosos de hartazgo,

      y poderosamente la noche deponía

      su amargura en la altura del rocío

      tal como deponía la desdicha


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