El arte de criar un cachorro. Monks of New Skete

El arte de criar un cachorro - Monks of New Skete


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periódico sobre las que yace. De repente, su cara se vuele inexpresiva y deja de respirar. Anka anuncia su primera contracción con un leve gemido, y arquea la cola a su espalda. Cuando vuelve a respirar, tiene una segunda contracción, y luego la tercera. El jadeo regresa al ritmo anterior y Anka se toma un breve descanso.

      Con los años hemos descubierto que a menudo el parto tiene lugar así, en mitad de la noche, de modo que cuando al fin es obvio que ha dado comienzo, el monje se apresura a realizar los preparativos de última hora. Durante esta breve espera, Anka permanece comprensiblemente inquieta, y camina en círculos como si tuviera que hacer sus necesidades. Esta reacción es bastante habitual, dado que la sensación que produce el cachorro al entrar en el canal de parto es muy parecida a la del movimiento intestinal. Sin embargo, al ofrecer a Anka la opción de aliviarse nos deja claro de inmediato que eso no es lo que quiere. Lo único que desea es parir a sus cachorros. No le preocupa en absoluto el hecho de que sea la 1:30 de la madrugada.

      Durante el breve paseo al recinto de los cachorros, sólo nos ilumina la luz de las estrellas, pero Anka nos guía. Aunque es una perra primeriza, sabe qué debe hacer y actúa con determinación. Ya en su cuarto, se dirige directamente al nido y empieza a dar zarpazos a los papeles de periódico en espasmos de energía cortos y reflexivos, algo que marca el principio del ritual del parto. Sujeta el papel de periódico en el suelo del nido con las patas, lo hace trizas con violencia con la boca y a continuación comienza a gemir y a caminar en círculos. Tras asentarse por fin, Anka se lame la vulva de nuevo. De inmediato se producen cuatro contracciones ininterrumpidas. Al empujar, aprieta los labios y mantiene las orejas erguidas y muy ligeramente hacia atrás, como si escuchara a su cuerpo. Entonces, vuelve la cabeza hacia la cola y empieza a lamer el papel. Ahí, debajo de su cola, yace la prueba final: un charco de líquido. Anka ha roto aguas, es decir, ha vertido su líquido uterino. La vigilia comienza su momento álgido, y el primer cachorro debería nacer en menos de una hora. Anka sigue recostada a un lado del nido, pero ahora jadea con más suavidad y casi cierra por completo los ojos. Es como si se estuviera preparando para el impulso final.

      En nuestro monasterio es típico que sea el monje encargado de la perra quien actúe de asistente al parto, y su presencia tiene por objeto tranquilizar a la perra y ayudarla durante el parto. Su responsabilidad consiste en permanecer cerca de ella, presenciar el parto, ayudar cuando sea necesario y procurar que las cosas vayan tan fluidamente como sea posible. Si surgen complicaciones, su reacción inmediata puede ser muy importante para determinar si un cachorro sobrevive o no.

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       Anka da a luz a un cachorro.

      Tras descansar durante media hora, Anka se agita y empieza a rasgar el periódico con brusquedad; encorva el lomo, arquea la cola y se retuerce en el nido como si se acurrucara. A continuación Anka sufre una contracción prolongada y de repente el saco amniótico se asoma a través de la vulva. Mientras emerge gradualmente, como una enorme gota de tinta, la luz de la lámpara instalada sobre el nido nos permite vislumbrar dos patitas delanteras que buscan el exterior. Anka empuja con coraje, suelta un grito que sólo puede describirse como visceral y, con los ojos como platos, se inicia de manera despiadada en la maternidad.

      Empieza a lamerse con rapidez la vulva, como si quisiera ayudar a salir al resto del saco. Al hacerlo, rompe la membrana amniótica que rodea al cachorro y derrama sobre el suelo un chorro de fluidos y sangre. En medio de ello hay un cachorro oscuro que se agita. De inmediato, Anka consume la placenta y empieza a lamer al cachorro, al principio con indecisión, pero luego rápida y enérgicamente. Mientras, el monje asistente corta el cordón umbilical y extrae el fluido de la garganta del cachorro ayudándose de una jeringuilla de plástico. Un puñado de aspiraciones rápidas despejan la vía respiratoria, y el cachorro emite sus primeros gemidos y jadeos, y se agita como si le molestase la toalla con la que con suavidad le limpian el líquido amniótico del cuerpo. La escena revela una armonía y coordinación naturales: Anka confía plenamente en su ayudante, y el monje respeta plenamente los deberes de Anka.

      En cuanto el cachorro está seco, es pesado en una balanza; el perrito se agita sobre la superficie fría. El primer cachorro de Anka es un macho de gran tamaño de acuerdo a nuestros estándares, pesa 0,6 kilogramos, y en cuanto regresa al suelo del nido, levanta la cabeza, la balancea y de inmediato gatea hacia Anka, que yace al otro lado del nido. Ella lo anima lamiéndolo y empujándolo con suavidad hacia delante. El cachorro no vacila al avanzar y, con tozudez y persistencia, se encamina hacia la zona central del cuerpo de Anka, consciente de algún modo de dónde están sus pezones. El primer cachorro muestra una gran determinación para alcanzar la tetilla. Al nacer, los cachorros no pueden ver ni escuchar, ya que son sentidos que desarrollan durante sus primeras semanas de vida; el hecho de que el olor y el tacto sean sus únicas herramientas al nacer hace más impresionante el movimiento.

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       El cachorro recién nacido emite un chillido estridente.

      A continuación, el cachorro se dirige directamente hacia los pezones posteriores (los que tienen un mayor suministro de leche) y se aferra a uno de ellos. Balancea la cabeza rítmicamente adelante y atrás, y aprieta el pezón con las patas, en armonía con su lactancia, un movimiento que estimula la corriente de leche. Clava las patas traseras en el suelo como si quisiera impulsarse hacia el fondo del pecho. Anka sigue limpiando al cachorro periódicamente, y después se relaja con un suspiro hondo, satisfecha de que la dura prueba haya terminado.

      Pronto descubre que apenas acaba de empezar.

      Unos cuarenta minutos después del nacimiento del primer macho, el descanso de Anka se ve truncado de repente y empieza a dar vueltas por el nido y a rascar el suelo de nuevo. Su cachorro, que ahora lleva un collar de zigzag naranja claro alrededor del cuello, es una mancha negra brillante que duerme plácidamente. Para su seguridad durante el siguiente parto, el monje asistente lo coloca en una pequeña caja de cartón con una almohadilla térmica envuelta en una toalla. Es necesario mantener al cachorro muy caliente, ya que al ser apartado de su madre no es capaz de regular la temperatura de su cuerpo. Al nacer, la temperatura de los cachorros oscila entre 34 y 35 ºC, y a lo largo de las dos siguientes semanas sube hasta alcanzar los 38 ºC normales. De momento, la almohadilla térmica lo mantendrá caliente y cómodo mientras Anka da a luz al siguiente cachorro.

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       Después de secar al recién nacido con una toalla, atamos un collar coloreado con forma de zigzag para identificarlo

      Mientras pasa por una cadena de acontecimientos similares para este segundo cachorro, percibimos una diferencia evidente en Anka. Queda claro que ahora entiende qué está pasando. Casi no gime, sólo al final de las contracciones, y cuando recompone la expresión, su resuelta mirada es sobria y decidida. El ejercicio que ha realizado durante el embarazo le ha dado un buen tono muscular y las continuas contracciones son fuertes y firmes. Con rapidez, con un estremecimiento final que le recorre todo el cuerpo, da a luz al segundo cachorro tumbada en el suelo. Éste sale con suavidad, con la placenta pegada al cordón umbilical. Mientras el saco amniótico que contiene al cachorro yace en el suelo por un momento, podemos ver con claridad al cachorro flotando en su interior y moviendo las patas con energía. Anka rompe el saco de inmediato y limpia al cachorro mientras éste se retuerce sobre el papel de periódico. Tras morder el cordón umbilical hasta que queda reducido a unos cinco centímetros, Anka toma al cachorro con la boca y desfila en círculos alrededor del nido. Esto incita un sonoro gemido del cachorro que parece satisfacer a Anka. Al dejarlo de nuevo en el suelo con delicadeza, se retuerce y ella continúa lamiéndolo. El cachorro, un poco más pequeño que el anterior, sabe instintivamente dónde ir, pero sus movimientos son más lentos y a Anka le hacen falta más lametazos y caricias con el hocico para animarlo. Devolvemos al primer cachorro al nido, donde se une a su hermano recién nacido, y ambos maman satisfechos de una madre fatigada. Durante un rato, Anka limpia escrupulosamente a sus cachorros hasta que emite un largo bostezo y se relaja para esperar el siguiente episodio.

      La noche transcurre y llega el alba.


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