Inconsciente y emergencia ambiental. Cosimo Schinaia

Inconsciente y emergencia ambiental - Cosimo Schinaia


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ponerse en el mismo plano que las potencias occidentales, responsables durante dos siglos de una industrialización salvaje y de la devastación del medioambiente.

      El texto aprobado por 196 países en la Conferencia sobre el clima en París en 2015 parte de un presupuesto fundamental: El cambio climático representa una amenaza urgente y potencialmente irreversible para las sociedades humanas y para el planeta.

      Reclama, por lo tanto, “la máxima cooperación de todos los países” con el objetivo de “acelerar la reducción de las emisiones de los gases que causan el efecto invernadero”. Para entrar en vigencia en el 2020, el acuerdo debe ser ratificado, aceptado o aprobado por al menos 55 países, que representan en conjunto el 55 % del total de las emisiones mundiales de gases que provocan el efecto invernadero.

      El acuerdo prevé:

       Mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2° C. En la Conferencia sobre el clima de Copenhague del 2009, los casi 200 países participantes se pusieron el objetivo de limitar el aumento de la temperatura global respecto a los niveles de la era preindustrial. El Acuerdo de París establece que este aumento está “bien por debajo de los 2°centígrados”, esforzándose hasta detenerse en +1,5°. Para alcanzar el objetivo, las emisiones deben disminuir a partir del año 2020.

       Consenso global. A diferencia de hace 6 años, cuando el Acuerdo se había estancado, ahora adhirió todo el mundo, incluidos los 4 más grandes contaminadores: además de Europa, también China, India y los Estados Unidos se han comprometido a recortar las emisiones.

       Controles cada 5 años. El texto prevé un proceso de revisión de los objetivos que deberá realizarse cada 5 años. Ya en el 2018 se pidió a los Estados aumentar los cortes de emisiones, para llegar preparados al 2020. El primer control quinquenal será, pues, en el 2023 y seguirán a partir de allí.

       Fondos para energía limpia. Los países de la vieja industrialización erogarán 100 millones por años (desde el 2020) para difundir en todo el mundo las tecnologías verdes y “descarbonizar” la economía. Un nuevo objetivo financiero será fijado a más tardar en el 2025. Podrán contribuir también fondos e inversores privados.

       Reembolsos a los países más expuestos. El Acuerdo aprueba un mecanismo de reembolsos para compensar las pérdidas financieras causadas por los cambios climáticos en los países geográficamente más vulnerables, que a menudo son también los más pobres.

       El principio de equidad climática. Los países ricos deberán descender a 0 emisión en el período de 12 años partiendo de las emisiones actuales, de modo que los países más pobres puedan en compensación elevar los estándares de vida, dotándose de infraestructuras, como rutas, hospitales, redes eléctricas e hídricas.

      En ocasión de la Cumbre del G20 de septiembre de 2016 en Hangzhou, los alcaldes de las ciudades más importantes del mundo dirigieron un llamado a los líderes nacionales para enfrentar juntos la amenaza global de los cambios climáticos y para construir un mundo basado en una economía con bajas emisiones y con seguridad climática. Los presidentes de China y de Estados Unidos −y posteriormente la Comunidad Europea− anunciaron la adhesión formal al Acuerdo de París, por lo cual, antes del 2020, tal como fue previsto en el 2015, se da por descontado que el plan será aprobado por más de 55 países. Menos mal, porque, en el 2015, por segundo año consecutivo, se comprobó que la economía mundial creció sin haberse registrado al mismo tiempo un aumento de las emisiones globales de CO22. La organización mundial de la ONU para la meteorología registró una cantidad estable de anhídrido carbónico en la atmósfera superior al umbral psicológico de 400 partes por millón. Esto quiere decir que la masa de CO2 producida en los últimos años comenzó a disminuir, pero no lo suficiente como para que pueda ser reabsorbida por los llamados carbon sinks, los tanques naturales, tales como los océanos y los bosques capaces de removerla de la atmósfera. Según el IV Informe del IPCC (organización internacional dependiente de la ONU que monitorea los resultados de la climatología) con una cantidad de CO2 en la atmósfera igual a 450 partes por millón es lícito esperar un aumento de la temperatura igual a 2,1º, mientras que para llegar a 1 solo grado de calentamiento deberíamos detenernos en una cuota de 350 ppm. Para evitar alterar el clima más allá de lo razonable, la cantidad de anhídrido carbónico presente en la atmósfera debe estabilizarse antes del 2030.

      En 2017, la nueva administración Trump de los Estados Unidos puso en discusión la aprobación del Acuerdo de París, mediante la cancelación del Clean Power Plan de su predecesor Barack Obama (que preveía la restricción de las emisiones industriales), la reducción de las centrales a carbón y el rechazo a firmar la declaración conjunta sobre el clima en el G7 de energía de Roma.

      Para la postura adoptada por Donald Trump pueden valer las palabras de Paul Hogget (2013):

      “En las primeras fases de toda investigación científica […] el escepticismo juega un rol constructivo en la búsqueda de pruebas sólidas. Pero una vez que los resultados son científicamente evidentes, entonces la postura del escéptico se transforma en una testaruda obstinación en la afirmación de cuanto es falso e irracional, o sea, se transforma en perversa. […] El recurso de la ciencia climática en la utilización de estimaciones sobre las tendencias futuras permite al escéptico valerse de eventuales imperfecciones para atacar la verdad. Para el escéptico las estimaciones son sólo eso, no son pruebas. Se solicita la verdad absoluta y, en su ausencia, el valor de verdad resultante de la evidencia y de las teorías es anulado.”

      El escepticismo lleva perversamente a la simplificación de los problemas y, por lo tanto, a un relativismo reduccionista, para terminar en el verdadero y auténtico negacionismo climático, que transforma las mediciones científicas en suposiciones no probadas, en conjeturas fantasiosas. En apoyo del negacionismo climático se propuso la tesis según la cual existirían regulares oscilaciones cíclicas de la evolución de las temperaturas. El historiador Emmanuel Le Roy Ladurie (1967) define como “poseídos por el demonio de la ciclomanía” a los defensores de estas tesis, que se demostraron científicamente equivocadas.

      Sin embargo, la Unión Europea, China y muchas de las principales economías permanecen fieles al Acuerdo de París, junto al uso creciente de las energías renovables y a la rentabilidad de la llamada green economy (Jamieson y Mancuso, 2017). En cambio, el nuevo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, también él con acentos negacionistas, autorizó nuevos y peligrosos proyectos de deforestación.

      La Conferencia sobre el clima de Katowice en 2018, sin embargo, evidenció una notable diferencia entre los objetivos suscriptos en París (evitar el crecimiento de la temperatura que supere el umbral de 2 grados respecto de la era preindustrial) y los compromisos suscriptos voluntariamente por los gobiernos y, por lo tanto, no fueron establecidas reglas para el mercado del carbono3 después del 2020. La trayectoria actual lleva al riesgosísimo aumento de más de 3 grados. Se hizo idea y se transformó en un lugar común que la protección del medioambiente frena el crecimiento, castiga ocupaciones y empobrece a los más pobres. Para algunos discursos, esto podría corresponder a la verdad si, junto con las investigaciones sobre energías renovables, el auto eléctrico y las nuevas tecnologías sostenibles, no se incluyeran soluciones concretas para quien se convierte en víctima del abandono de las energías fósiles.

      El informe del Comité Científico de la ONU (IPCC) presentado en Ginebra en 2019 se centra en la relación entre el cambio climático y la salud del suelo, mostrando que cerca de un cuarto de las emisiones de gas con efecto invernadero deriva de un mal uso del suelo, por lo cual es necesario reducir la deforestación, incrementar la reforestación y la forestación (la creación de nuevos bosques, que además, por el proceso de fotosíntesis, favorece el enfriamiento de la atmósfera) y también practicar una agricultura sostenible para consumir menos suelo, teniendo en cuenta que el consumo hídrico para el riego de campos es igual al 70 % del total del consumo humano de agua dulce. Además, propone el paso a una dieta predominantemente vegetal, o sea, conformada por una mayor cantidad de frutas y verduras, cuyo cultivo tiene bajas emisiones de carbono y una menor cantidad de carne roja, por la notable producción de metano,


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