Repensando la catequesis. José María Siciliani Barraza
No existe una sola fe, sino una diversidad de creencias. La perspectiva de la fe en la sociedad líquida (Bauman, 1990) se ubica en la modernidad, caracterizada por su mutabilidad, transitoriedad, desregulación, liberación institucional y desterritorialización de lo sagrado. La mirada, desde la sociedad borrosa, de la fe, de lo espiritual, de lo disciplinar y lo pastoral, ve trastocada su veracidad: todo se hace vago (Koskov, 1993).
Las expresiones narcisistas, con sus diferentes acentos, como el postmoderno (Lipovetsky, 1993), hacen que la fe se ubique en el placer y el hedonismo. Gracias a lo efímero, la fe se coloca en lo epidérmico, en lo superficial y en lo fugaz (Lipovetsky, 2007). En el ámbito hipermoderno (Lipovetsky, 2004) la fe se sitúa en el bienestar personal, centrada en la responsabilidad y en la organización, pero al mismo tiempo en la inestabilidad y en la pusilanimidad. La catequesis en este encuadramiento complejo en lo cultural, social y filosófico del siglo XX e inicios del siglo XXI no es tan diferente con respecto a los primeros años de la cristiandad, donde hubo una serie de entrecruzamientos de mentalidades, de hostilidades y de visiones teológico-morales. Para visibilizar estas tensiones de la catequesis primitiva, se abordará una brevísima pero compleja catequesis de carácter moral, llamada la Didajé, que da unas pistas de carácter pedagógico para el catequista de la actualidad.
Esta presentación se divide en cuatro partes: la primera, relacionada con las adversidades y hostilidades que sufrió el proceso comunicativo de la Didajé; en la segunda se abordan las mentalidades que entraron en juego en la conformación de la Didajé; en la tercera se tratan los enfoques teológicomorales que subyacen a la Didajé. Por último, se ofrecen las pistas pedagógicas del catequista primitivo, caracterizadas por su humildad y sigilosidad, que se manifiestan pertinentes para el catequista que está en el ambiente ruidoso de lo vacío y superfluo.
Adversidades y hostilidades en los orígenes de la Didajé
La Didajé3 fue descubierta a finales del siglo XIX, en 1875, cuando entró a formar parte de los escritos de los padres apostólicos. Nació en la edad de oro del cristianismo con fuertes enfrentamientos que terminaron en sangrientos asesinatos de cristianos. Puede decirse que, a pesar de las peripecias dolorosas de persecución y de martirio, “el recuerdo del maestro hacía latir todos los corazones con santo entusiasmo; sus palabras estaban en todos los labios; su imagen ante todos los ojos” (Le Camus, 1981, p. 39). No hay que contraponer la Iglesia primitiva a la Iglesia actual. No obstante, en la Didajé, la persecución, el martirio y el desprecio a las verdades y la piedad templaron a nuestros hermanos en la fe para la conquista del mundo por el heroísmo del martirio y de la santidad. “Es apropiarnos de una fuerte metáfora volver al seno de nuestra madre la Iglesia para renacer con nueva fuerza y nueva juventud del espíritu a vivir una fe, una doctrina, una moral…” (Ruiz Bueno, 1950, p. 14).
Entre la resistencia y la apertura helénica, se podría considerar que los padres apostólicos vivían en lo más recio de la persecución y por esta razón habrían debido cerrarse a toda influencia foránea al espíritu cristiano. Ahora bien, con excepción de San Ignacio de Antioquía, no ocurrió así. Un escrito de esta época, la Primera Epístola de San Clemente de Roma, revela, por el contrario, “la aportación del pensamiento griego; especialmente consideraciones sobre el excelente orden de la creación dan una tónica estoica, totalmente en la línea del discurso de San Pablo en el Areópago” (Chatelet, 1976). Los padres de la Iglesia quisieron dotarse especulativamente para elaborar su teología; se orientaron con la mayor naturalidad por el material conceptual y doctrinal elaborado por la tradición helena (la platónica, particularmente). Pues bien: hay una obra cristiana que encarna magníficamente esta doble disposición de “... apertura y hermetismo y que por su prestigio como por su antigüedad tiene valor ejemplar para toda la tradición cristiana posterior: la obra de San Pablo” (Chatelet, 1976, p. 236)4.
En el ambiente patrístico se originaron tensiones entre la fe y la razón. Se buscaba la inteligibilidad del mensaje de salvación, con el apoyo a la razón para objetivar el misterio de Jesús. En este sentido, el apoyo de la razón es un postulado legítimo de la existencia humana; con su ayuda, también la Iglesia trata de exponer el objeto de la fe al hombre concreto, es decir, “trata de exponer ese objeto al mundo helenista con sus conceptos y vocabulario para hacer justicia a la necesidad de una fundamentación científica” (Stockmeier, 1976, p. 382). La relación fe-razón o razón-fe trajo consigo diferentes dificultades, entre ellas enfrentar los problemas del futuro cristiano, como las herejías. Por útil que fuese la aceptación de formas filosóficas de pensamiento para la penetración racional de la revelación, esta se vio confrontada por cuestiones extrañas, “cuya solución no solo modificó los puntos de gravedad del mensaje salvífico, sino que obscureció en general su carácter de predicación” (Stockmeier, 1976, p. 382).
La Didajé apareció en el proceso de entrecruzamiento cultural de las mentalidades cristianas y helénicas. Las categorías helénicas, cuando llegaron al cristianismo, estaban fusionadas con las tradiciones egipcias, sirias, persas. Este patrimonio cultural se internalizó en la comunidad cristiana naciente interesada en anunciar la Buena Nueva a los hombres. Sin embargo, este anuncio se realizó con la novedad de la filosofía, en la que Gilson identifica dos tendencias propias de la época: “La filosofía es un saber que se dirige a la inteligencia y le dice lo que son la cosas […] las filosofías griegas son filosofías de la necesidad, mientras que las filosofías influidas por la religión cristiana serán filosofías de la libertad” (Gilson, 1976, p. 12). Gracias a esta nueva influencia aparecen fenómenos como el gnosticismo y el eclecticismo, los cuales son identificados y rechazados por los cristianos pues resultan heréticos. Evidencia de ello se encuentra en Juan 1,14, que precisa el logos especulativo con respecto al logos hecho carne. Gilson asevera al respecto: “Decir que Cristo es el logos no era una afirmación filosófica, sino religiosa…” (Gilson, 1976, p. 13). En este sincretismo, aparecen en el siglo I los ambientes apostólicos, helénicos y apologéticos que convergen en la Didajé, haciendo presencia de diversas maneras. A continuación se presentan los rastros de cada uno de estos ambientes en la antiquísima catequesis.
El origen apostólico de la Didajé expresa que este documento catequético es de importancia para la tradición cristiana. Dicha importancia estriba en que los apóstoles que presentaron la catequesis tenían una íntima cercanía con la voz de Jesús (Zeiller, 1941, p. 321). Este ejercicio catequético emergió en el corazón mismo de la comunidad cristiana primitiva (Ruiz Bueno, 1950, p. 6) y se encontraba centrada en la Eucaristía y en el Evangelio junto con el precepto del Padre Nuestro (Ruiz Bueno, 1950, p. 9). La conformación del movimiento de los padres apostólicos estuvo activamente influida por el ambiente helénico. La actitud de los padres con respecto a esta helenización se caracterizó por las resistencias, aperturas y complementariedades. Este panorama obligó a sostener cada una de estas posturas, planteando, de suyo, los primeros y futuros debates alrededor de los temas de la razón y de la fe.
San Pablo, quien se resistía a la helenización, alerta sobre las formas y los métodos para presentar el mensaje salvífico, y se planta evidentemente contra los métodos docentes propios del pensamiento griego, contra los artificios verbales, los discursos de la elocuencia, los discursos de una sabiduría persuasiva, los métodos aprendidos de la sabiduría humana; “esos procedimientos de la retórica tradicional que se dirigen a la razón son sustituidos por medios de predicación desatinados a los ojos del mundo y únicamente sometidos al espíritu divino” (Chatelet, 1976, p. 239). La apertura de la Escuela de Teología Cristiana de Alejandría, simpatizante del pensamiento helénico, posibilitó que paganos griegos se convirtieran al cristianismo. Los filósofos paganos se mostraron, por su parte, más receptivos al modo de vivir y de pensar de los cristianos, como sucedió con “el filósofo Sinesio de Cirene, quien abandonó el platonismo para convertirse al cristianismo y ser pronto obispo…” (Chatelet, 1976, p. 232). El mismo Pablo, a pesar de las sospechas comunicativas de la cultura helénica, observa esta mentalidad como un complemento