Repensando la catequesis. José María Siciliani Barraza
de la vida tiene cuatro aspectos para resaltar: la perfección evangélica, la limosna, el segundo mandamiento y, finalmente, hacer el bien, con los deberes que trae consigo dicho bien.
La perfección evangélica se entiende por la exactitud de los preceptos; no hay posibilidad de dobles interpretaciones: hay una sola intencionalidad–bendecid a los que os maldicen–. La limosna, el signo de dar sin esperar nada a cambio, es uno de los aspectos más insistentes de la Didajé, que se encuentra coordinado con la lógica de la perfección evangélica. El medio más concreto para donar se encuentra en la limosna (Ayan, 2002, p. 39).
La diatriba del segundo mandamiento consiste en unos preceptos sencillos pero muy claros. Se centra en no matar, no robar, no fornicar, no odiar, etcétera. En definitiva, el segundo mandamiento trata de manera radical pero sencilla de cuidar responsablemente al otro. Por último, hacer el bien consiste en diferenciar las virtudes de los vicios, sin llegar a describir esquemas especulativos sobre los unos y los otros. Se invita así a los catecúmenos con la catequesis a precisar los deberes para la comunidad cristiana, deberes para con la familia cristiana, el deber universal del cristiano y, finalmente, la confesión de los pecados (Ayan, 2002, p. 39).
El camino de la muerte
El camino de la muerte se asocia con las acciones que llevan al pecado. El catequista advierte de la presencia del mal y busca la manera de evitarlo, haciéndolo conocer para atacar la fuente misma del pecado. Hay aquí, además de este acrecentamiento de intimidad entre catequista y catecúmeno, “un progreso perceptible de la marcha de la instrucción y formación del nuevo cristiano. Se ataca la misma raíz del pecado” (Ayan, 2002, p. 37). En el camino del mal, el catequista advierte de aquellos que los persiguen7 manteniéndose vigilantes para no dejarse extraviar del camino de la muerte; incluso el catequista conoce la naturaleza humana y señala que si lo supera la prueba, tiene que realizar lo que pueda (Ayan, 2002, p. 37). En síntesis, se podría decir que con cada uno de sus mandatos y prohibiciones, tanto los del camino de la vida como los del camino de la muerte, “el catequista quiere llevar aquel cumplimiento, aquel precepto o enseñanza…” (Ayan, 2002, p. 38).
Pistas pedagógicas de la Didajé para el catequista de hoy
El catequista del siglo XXI se encuentra inserto en una serie de mentalidades, racionalidades y visiones de la fe (gracias al patrimonio cultural) inferidas de una modernidad subjetiva8, relativista9, escéptica10 y hedonista11. Su tarea catequética se ubica en los terrenos de la complejidad (Morin, 1990) debido a la incertidumbre de las acciones encaminadas a la comunicación, recepción y proposición de la fe; a unos hombres y mujeres que tienen internalizada la paradoja de lo cierto y lo incierto, de lo estable y lo inestable, de lo evidente y lo azaroso. Esta tensión constituye un panorama diverso de creencias, de multiculturalidades religiosas y pluralidades perceptivas de la fe, expresadas desde una lógica de la debilidad, de lo líquido y de lo borroso. A esto se aúnan las tendencias radicales de la subjetividad posmoderna, que se han transformado en las nuevas mentalidades narcisistas de la actualidad hipermoderna.
En el contexto de un pensamiento y una sociedad débil, la fe se ubica en un contexto posmoderno relativo cuya lógica blanda se interpone “frente a una lógica férrea y unívoca, necesidad de dar libre curso a la interpretación […], una visión mundial de las culturas” (Vattimo, 1990, p. 39). La perspectiva de una fe desde la lógica líquida se caracteriza por el hecho de que externamente se muestra sólida, pero si se observa detenidamente, en su interior es frágil, desgarrada y muy ligera (Bauman, 1990), debido a la transitoriedad, la liberación institucional y la desterritorialización de lo sagrado. La lógica de la fe desde la borrosidad se plantea en términos de coherencia, pues una proposición es verdadera o falsa según la estructura del sistema junto con sus reglas. Esta relación se encuentra imbricada en las proposiciones (Koskov, 1993). Por lo tanto, la correspondencia de una proposición, si es verdadera o falsa, está en conformidad con la estructura proposicional junto con la realidad.
Estas posiciones epistémicas, lógicas y éticas, producto de la modernidad subjetiva, se han profundizado y radicalizado con las diferentes expresiones narcisistas de la posmodernidad (Lipovetsky, 1996), cuya fe se centra en el placer y el hedonismo. Se trata de una fe psicologizante, que causa bienestar y seguridad personal. La fe de lo efímero (Lipovetsky, 2007), que se ubica en aquella creencia del milagro epidérmico, superficial y fugaz, que no requiere ningún tipo de compromiso con el otro, sino una terapia agenciadora de la yoidad humana. La fe de la hipermodernidad (Lipovetsky, 2004) se manifiesta en la convicción narcisa de asegurar una imagen del rigor, del trabajo, del profesionalimo y de la brillantez personal; no obstante, este mismo hombre vive angustiado, agobiado, desestructurado internamente y fragmentado externamente, por la corresponsabilidad de esa imagen que requiere mantener. Por ello el bienestar y la imagen personal que se requiere conservar se aseguran desde una fe de la pusilanimidad, de la fobia y de lo medroso. La catequesis del siglo XXI es un entrecruzamiento de expresiones racionales que forma un encuadramiento complejo en lo cultural, lo social y lo filosófico que no ha sido muy diferente con respecto a los primeros años de la cristiandad. El desarrollo de este último apartado tiene tres momentos: la identificación de las características del catequista, el lenguaje que se emplea para comunicar la fe, y el rescate de los aspectos pedagógicos desde la Didajé para la catequesis de hoy.
Características del catequista
Para caracterizar a la persona denominada catequista se requiere definir los vocablos de catequesis y de catecúmeno, elementos que dan vida a la comunicación del mensaje salvífico. Catequesis viene del griego κατηχισμός, de κατηχεῖν (“instruir”). Katechein es literalmente “resonar”, “hacer eco”. Este primer significado etimológico hace comprender que la catequesis es como la resonancia de una palabra ya dicha, la de Dios: “El verbo catequizar tiene el significado de contar, de instruir, de enseñar a viva voz” (Duran, 2009). La persona a que le llega la catequesis se llama catecúmeno. En la iglesia de los primeros tiempos, el catecúmeno no había sido todavía iniciado en los sagrados misterios, pero pasaba por un curso de preparación para este propósito. La palabra aparece en Gálatas VI, 6: “Dejen al que es instruido en la palabra, [ho katechoumenos, is qui catechizatur] participarle a quien le instruye [to katechounti, ei qui cathechizat] de toda clase de bienes”12. Conforme con el análisis de la didaché, el catequista tiene una triple dimensión: apóstol, profeta y maestro. Apóstol, por su tarea misionera; profeta, por su carácter exhortativo y de consolación, y maestro, porque se diferencia de los estoicos y los cínicos, que presumen de sabiduría y de conocimiento, sin asideros testimoniales en la realidad.
El lenguaje del catequista
Las características del lenguaje del catequista se inspiran en la misma Didajé, que se encuentra escrita en un tono de aseveración, sin una reserva, restricción o vacilación en lo que afirma, ordena y manda. El autor no se nos presenta como depositario personal de una revelación, sino como mero transmisor de una doctrina, ya firme y recibida: “la síntesis de las enseñanzas morales y de las prescripciones prácticas antes de separarse de ellas, al sentirse aguijoneado por el Espíritu camino de otras tierras y a la búsqueda de otras almas” (Ayan, 2002, p. 170). El estilo comunicativo se encuentra en su su sencillez y evidencia inmediata: en realidad se podría atribuir el apelativo de lengua catequética a las catequesis13 “en que se enseñó primero la doctrina cristiana y se propagó en alas del viento la palabra de Jesús y de dónde había de salir la maravilla única de la divina, épica y (nunca igualada) sencillez de los evangelios” (Ayan, 2002, p. 74). Lo más importante está en la inspiración divina que debe estar contenida en el lenguaje catequético, como se encuentra en la misma Didajé: “lleva algo de alma cristiana, grave y profunda, a par de ferviente y elevada, del anónimo catequista que la redactara. Este catequista escribe como manda el que hable siempre al cristiano: con palabra henchía de acción” (II, 5) (Ayan, 2002, p. 74).
Doctrina y aspectos pedagógicos
En lo doctrinal