La cima del éxtasis. Luce López-Baralt
de Sitt Zubayda en Bagdad, Iraq (interior)
Quisiera dejar sugerido una vez más el prodigio de la danza perpetua de apariencia supratemporal del conjunto arquitectónico del majlis califal con la imagen luminosa de otra cúpula musulmana. Podemos apreciar cómo el centro de luz irradia hacia la compleja red de diseños multiformes de la bóveda, convocándolos centrífugamente a su seno lumínico:
Cúpula del antiguo bazar en Kashán, Irán
Este conjunto estructural, con su centro de Luz pura, me evoca la alfaguara de mercurio de Medina al-Zahra’, que reflejaba el movimiento continuo de las formas y colores cambiantes sobre el azogue líquido de la fuente. Al contener la danza multicolor en su regazo plateado, el círculo de luz relampagueante la hacía una consigo. Habré de insistir en ese abrazo de luz unificante, porque importa para el símbolo místico que elaboraré en breve.
En un patrón parecido, pero de seguro aún más dinámico que el de estas cúpulas islámicas que he ilustrado, los rayos del sol que se colaban por los orificios de la cúpula giratoria legendaria de Abderramán III iban inflamando el alicatado de las paredes hasta arrancarles una y otra vez el tesoro escondido de sus diseños cromáticos. Las siguientes imágenes, que apuntan ahora al desvelamiento paulatino de la luz en las paredes, nos pueden dar una idea siquiera aproximada de los cambios de tonalidad que exhibirían los azulejos policromados según el pabellón cordobés giraba sobre sí mismo. Pido al lector una vez más que ponga los azulejos y su riquísima policromía en movimiento circular:
Azulejos del zócalo de la alcoba del Trono de la Alhambra, Granada
La azulejería que muestro a continuación, del interior de la mezquita del siglo XVII del Sheyj Lut-fullah de Isfahán, incluye listelos en caligrafía árabe, por lo que las grafías quedan a su vez encendidas paulatinamente para que el visitante pueda leerlas en claroscuro intermitente. El festivo baile de colores de la delicada celosía evoca una plegaria parpadeante:
Interior de la Mezquita del Sheyj Lut-fullah Isfahán, Irán
Al revisar las páginas que voy redactando guiada por la intuición libre, advierto que he ido disponiendo varias ilustraciones, en ilación sucesiva, para evocar la cúpula giratoria de Medina al-Zahra’, capaz de encender en luz las paredes policromadas del recibidor palaciego hundido en la leyenda. Una imagen ha seguido a la otra, en una sucesión anhelante, a manera de cascada o de vueltas continuas propias de un caleidoscopio que gira sobre sí mismo. Se trata, en todos los casos, de una misma imagen fundamental, con leves variantes, como los azulejos formados por bandas entrelazadas rectas o angulosas dispuestas a modo de tema musical con variaciones. Estos adornos que ondulan sin fin revistiendo las paredes son tradicionales en el arte islámico. Advertida yo misma de mi curiosa pulsión repetitiva, me entero después, y no sin sorpresa, que en las decoraciones de lacería de los palacios o mezquitas musulmanas las composiciones están formadas usualmente por rosas geométricas entrelazadas, que no hallan jamás el centro porque se repiten continuamente. Con ello el artista quería simbolizar la unidad de Dios manifestada en la infinita multiplicidad de las formas. Para otros, las formas geométricas también evocan las distintas moradas que el alma atraviesa hasta alcanzar a Dios. En cada nueva estación espiritual permanente el místico carga lo aprendido en la anterior. Desconocía que la repetición simétrica de los azulejos guardaba estos y aun otros significados esotéricos, pero los hago míos desde ahora. Más adelante me centraré en las abundantes sugerencias místicas adicionales que tiene para mí el recibidor palatino andalusí.
Resulta imposible ilustrar, de otra parte, el efecto relampagueante que tendría la fuente de mercurio de Abderramán, con su sosegado surtidor: adjunto las próximas imágenes para dar una idea de cómo el agua ondulante, tan propia de los espacios arquitectónicos musulmanes, disuelve y transfigura las imágenes que refleja y las dota de una apariencia irreal. La alberca de la Alhambra funde el palacio con su reflejo en el agua, confundiendo al visitante:
Alberca del Partal, Alhambra, Granada.
La próxima imagen, del pincel mágico del artista granadino José Manuel Sánchez-Darro, emula dramáticamente el trompe-l’œil de las albercas y puertas orientales:
José Manuel Sánchez-Darro, Espejo de la imaginación
Advierta el lector cómo el espejo de la fuente parecería apropiarse de la imagen que refleja, y contenerla gloriosamente en su abrazo de agua mientras desdibuja sus formas en delicado movimiento perpetuo.
Ya advertí, y lo recuerdo una vez más, que el prodigioso recibidor del califa Abderramán es de una historicidad dudosa, y que muchos expertos incluso descreen de su existencia, por lo que la imagen que he tratado de reconstruir aquí toma prestados datos de distintos historiadores y poetas. El célebre cantor hispanohebreo Ibn Gabirol asoció la cúpula giratoria con el palanquín de Salomón, y en sus versos la soñó incrustada de ópalos, zafiros y perlas. Para otros cronistas, sin embargo, el girar del pabellón era tan solo aparente, un súbito trampantojo causado por el relampagueo del mercurio en movimiento. La fuente de mercurio —para algunos, circular; para otros, alberca o gran estanque— sí parece haber sido histórica, dada la abundancia de mercurio que aseguran los historiadores había en la región cordobesa. Los surtidores que movían las aguas serían tenues, como los que antiguamente tendría la Alhambra, justamente para servir de equívoco espejo a la realidad sólida que diluían en sus superficies ondulantes. En todo caso, no hay que cuestionar demasiado la leyenda ni mucho menos exigirle anclaje histórico: ya dije que su historicidad importa poco para mis propósitos, pues tan solo me basta su imaginada belleza etérea en danza perpetua, porque es un signo que, como veremos enseguida, evoca en mí una Hermosura más alta.
Sí vale recordar que esta colosal pieza arquitectónica, a caballo entre la realidad y la fantasía literaria, está concebida dentro de una sensibilidad estética típicamente árabe, propensa a crear la ilusión del espejismo y del cambio. De ahí el uso reiterado en arquitectura del agua fluctuante y de la luz irisada, que tendía a disolver la materia sólida en filigranas frágiles, de aparente fluidez y de surrealidad fantástica. Las fuentes de agua —en Medina al-Zahra’, de mercurio— también coadyubaban a producir un efecto mágico, pues eran espejos proteicos que producían intrigantes distorsiones que se reproducían sin fin, mecidas por las ondas. Imposible decir qué era sólido y qué era líquido en el majlis siempre cambiante de Abderramán III.
Es obvio que edificios como el palacio-fortaleza de la Alhambra, de construcción posterior, no estuvieron ajenos a esta estética del trampantojo: allí también todo fluía y daba la apariencia de ser evanescente e inaprehensible. Las casidas de Ibn Zamrak, disimuladas engañosamente en la hermosa caligrafía ondulatoria de las yeserías y los azulejos, develaban al visitante los secretos del palacio y le decían cómo debía interpretarlo:
Poema de Ibn Zamrak en la Alhambra, Granada
Gracias a la fusión inquietante de poesía y arquitectura, accedemos a los secretos de las bóvedas y las estancias, en cuyos orificios parecían esconderse constelaciones de estrellas, y a las cúpulas de estalactitas que semejan agua que se había congelado al caer merced a un hechizo de los genios. La Alhambra, como se sabe, es un libro de poemas; un palacio que gemina mágicamente la piedra con el verso. Se dice que Ibn Zamrak publicó su poesía en el libro más lujoso del mundo.
Por cierto que toda esta proclividad a la fluidez y a la ambigüedad guarda estrecho parentesco con la lengua