El amor es vacío. Luis Darío Salamone
que no es únicamente para los trovadores cortesanos que una mujer puede resultar peligrosa. “Amar con fine amour era correr la aventura”. Una aventura que según los historiadores tenía que ver con superar el malestar que provocaba enfrentarse al “punto muerto de la sexualidad” y al “insondable misterio del goce femenino”. (17)
La creación poética cortés permite entonces situar el lugar de la Cosa y, de acuerdo con Lacan, plantea a partir de la sublimación inherente al arte un objeto enloquecedor, un partenaire que califica de inhumano. La anamorfosis permite precisar algo con relación a la función narcisista. Hay una exaltación ideal en el amor cortés, donde el ideal proyectado en el espejo, además de presentar la cuestión narcisista y agresiva, conlleva a una función de límite, mostrando lo que no puede ser franqueado, la inaccesibilidad del objeto. El objeto está separado, como lo está el hombre de la mujer. Esto preanuncia el célebre aforismo lacaniano que postula la inexistencia de la relación sexual.
La Dama ocupa el lugar de la ausencia de la Cosa, o bien de lo que da cuenta de esa ausencia, esto es el objeto a. La Dama evoca su presencia, pudiendo adquirir características inquietantes, enigmáticas y hasta crueles. Así son presentadas por los trovadores desde Guillermo IX de Aquitania, primer trovador conocido, o las novelas de Chrétien de Troyes.
En un poema de Juan de Mena (1411-1456) titulado precisamente “A una Dama” (18) ésta presenta algo del orden de la falta y genera el deseo:
¿Quien nos dio tanto lugar
de robar
la hermosura del mundo,
que es un misterio segundo,
tan profundo
que no lo sé declarar?
Bien es de maravillar
El valer que vos valés;
Mas una falta tenés
Que nos hace desear.
Se trata de un poeta tardío, en realidad como lo plantea Denis de Rougemont el leitmotiv de todo amor cortesano es el tema de la separación. Aimeric de Belenoi canta a su amor como la “mala alegría”, “¡Dios mío! ¿Cómo puede ser que cuanto más lejana más la deseo?”. (19)
Lacan plantea la posibilidad de un reconocimiento distante del Otro, donde el saludo es para el enamorado un don supremo, es signo del Otro, de una presencia que remite a una inexistencia. Dante Alighieri (1265-1321) expresó: “La finalidad de mi amor,
¡oh dama!, se cifra en saludar a la mujer que sabéis, y en ello consiste mi felicidad, términos de todos mis anhelos”. (20)
Un amor es un rayo de luna
Hemos dicho que las coordenadas del amor cortés están presentes a lo largo de la historia de la humanidad. El romanticismo nos ha mostrado una exaltación particular de la pasión amorosa. Lacan afirma que Del amor de Sthendal es un libro muy próximo al interés romántico vinculado al resurgimiento de la poesía cortés. Las expresiones románticas han sabido vislumbrar este vacío. Sólo que en ocasiones lo identificaron con un abismo, en el cual el amante se podía llegar a precipitar; quizás por identificar a La mujer con ese otro real que es la muerte.
Hay una leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer (21) que nos acerca a nuestro tema de una forma magistral. Es la historia del joven Manrique y sus ensueños de poeta, capaz de amar a todas las mujeres un instante, siempre capaz de recortar un rasgo como para justificar sus sueños. Una noche de verano que paseaba cerca del Duero, en el fondo de una sombría alameda había visto agitarse a la mujer de sus sueños. La siguió hasta que se perdió en la espesura de las ramas. No dejó de perseguirla siguiendo la orla de su traje o el sonido de su voz. Creyó verla en una barca y corrió por el puente, agotado no la encontró del otro lado, sin embargo su figura parecía dibujarse en un caserón de piedra donde, ya pasada la medianoche, iluminaba una vela. Esperó el alba e increpó a un escudero acerca de la joven que habitaba en la casa. Con sorpresa recibió la noticia de que allí sólo vivía un señor que, herido de guerra, descansaba de sus fatigas. No lo acompañaba hija, hermana, esposa o mujer alguna. Pero siempre hay una segunda oportunidad. Luego de recorrer inútilmente las calles de Soria volvió al lugar en que la había visto por primera vez, siempre buscando el complemento de su ser. Y allí estaba, el traje flotó un instante y desapareció. Esta vez no la iba a dejar escapar. El encuentro implicó un temblor, luego una convulsión, al fin una carcajada, una carcajada demente. Su visión no se trataba de otra cosa que de un rayo de luna, un rayo capaz de colarse entre las ramas de los árboles y trepidar con el viento que las agitaban. Manrique ya no fue el mismo, cuando le hablaban de amor, murmuraba “el amor es un rayo de luna”, ni los cánticos de Arnaldo, trovador provenzal podían animarlo. La verdad se le había develado, por más que buscara en sueños y en actos el significante de La mujer este no existía. Mientras muchos lo veían como un loco, Bécquer prefiere pensar que en verdad había recuperado el juicio.
En nuestra época, mucho menos romántica por la avanzada, entre otras cosas, del discurso capitalista, el rayo de luna ha sido reemplazado por las conexiones virtuales. Hay casos en que los sujetos recuperan las coordenadas cortesanas. Como el caso de un joven enamorado de una mujer que vive en otra parte del mundo y que apenas había tenido oportunidad de ver alguna vez. O el caso del otro, que mantiene una relación durante años con una joven de la cual sólo había visto una foto. Es verdad que muchas veces Internet permite encuentros. ¿Pero quién no ha tenido la oportunidad de volver a encontrar esa modalidad amorosa que lo vincula a un sujeto con una suerte de espejismo? Un amor que por la vía del narcisismo lo mete al sujeto en un callejón sin salida al ubicar a la mujer en el lugar del ideal, al exaltarla acentuando la distancia entre los sexos.
El amor jamás dejará de hacernos escribir, así como las mujeres siempre nos permitirán sostener un interrogante. No podría ser de otra forma cuando lo que se pone en juego es lo indescifrable, como en ese genial cuento pergeñado por Pablo de Santis en el que Jean-François Champollion, luego de quince años de desvelos, logró descifrar los jeroglíficos; pero mientras lograba captar lo que allí se encerraba una sombra de incomprensión oscurecía su vida. Dejó por herencia un cuaderno en el que había inventado una serie de jeroglíficos que nadie lograría interpretar, junto a uno de sus últimos pensamientos: “Descifrar una lengua olvidada… no es tanto poner al descubierto algo que antes estaba escondido, como dejar que el misterio, a la manera de una noche repentina, caiga con su carga de sombras aún sobre lo más familiar y lo más claro, hasta volverlo indescifrable”. (22) El amor cortés nos puede enseñar tanto acerca del amor como la poesía mística acerca del goce femenino. Por otra parte nos revela la estructura de la sublimación. Quizás no se equivoca Zink al afirmar que por ese amor paradójico se tomó en serio al deseo, aunque mostrando su cara de insatisfacción o su relación con la imposibilidad.
En Aun (23) Lacan vuelve una vez más sobre el amor cortés, que le sigue resultando enigmático, para presentarlo como una refinada forma de suplir la ausencia de la relación sexual, donde se finge que es uno el que la obstaculiza. Un engaño, un velo, para procurar salir airosos de la dificultad de enfrentarse a lo que no existe. Una forma de delimitar, de hacer presente y ausentificar aquello que la Dama representa, que no es otra cosa que un vacío, como todo amor destinado a ella, un amor vacío.
Bibliografía
AAVV, Actualidad psicológica, Buenos Aires.
Alighieri, D., La Divina Comedia, Club Internacional del Libro, Madrid, 1997. Bécquer, G. A., Rimas y Leyendas, La maison de l’écriture, España, 2005. Cezanave, M.; Poirion, D.; Strubel, A.; Zink, M., El arte de amar en la Edad Media,
Medievalia, Barcelona, 2000.
de Mena, J., y otros, Poetas cortesanos de siglo XV, Bruguera, Barcelona, 1975. de Rougemont, D., Amor y Occidente, Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes, México, 1993.
de Santis, P., Rey secreto, Colihue. Buenos Aires, 2000.
Duby, G., El amor en la Edad Media y otros ensayos, Alianza Universidad, Buenos Aires, 1991.
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