El amor es vacío. Luis Darío Salamone

El amor es vacío - Luis Darío Salamone


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el Seminario Las formaciones del inconsciente Lacan plantea: “Cuando vemos a un obsesivo en bruto o en estado de naturaleza, tal como nos llega o se supone que nos llega a través de las observaciones publicadas, vemos a alguien que nos habla ante todo de toda clase de impedimentos, de inhibiciones, de obstáculos, de temores, de dudas, de prohibiciones”. (1)

      “Un obsesivo en bruto”, así podríamos considerar a Paul Lorenz, en verdad Ernst Lanzer, más conocido como el Hombre las ratas. A los 27 años, padeciendo una grave neurosis obsesiva, no habiendo aceptado el proyecto de sus padres de casarse con una mujer rica, pero tampoco pudiendo decidirse a casarse con una prima humilde, Gisela Adler, consultó al célebre psiquiatra Julius Wagner-Jauregg porque sentía la compulsión a presentarse a los exámenes demasiado pronto, sin estar suficientemente preparado. El psiquiatra le dijo que la obsesión era muy saludable y lo despidió. El 1 de Octubre de 1907, obsesionado por las ratas y una deuda, luego de haberse visto reflejado en “Psicopatología de la vida cotidiana”, consulta a Freud.

      Al igual que Dora para la histeria, Paul nos presenta su modalidad de neurosis en un estado que resulta paradigmático. Una de las cuestiones estructurales que nos permite pensar la clínica de la obsesión es cómo se juega el deseo. Freud nos habla de un rebajamiento del deseo a una mera conexión de pensamiento. El Hombre de las ratas se presenta con un pensar que Freud no duda en caracterizar de delirioso, sobre el cual se monta un “loco accionar”. El sujeto será trastornado por mandamientos insensatos que se le imponen. Un toque de cobardía determinará los actos que culminan resultando ajenos a su deseo. Como cuando Lorenz se dejó empujar por la intervención de un changador que en la estación le pregunta si toma el tren de las diez, entonces parte rumbo a Viena cuando él quería ir exactamente para el lado contrario y saldar su deuda. Luego aplaza constantemente la intención de descender por la palabra dada al camarero, y llega a Viena para que su amigo lo tranquilice, aunque sólo momentáneamente.

      El deseo evanescente

      En la clase titulada “El obsesivo y su deseo”, del Seminario 5, Lacan plantea que el obsesivo “ha de constituirse frente a su deseo evanescente”. Esta evanescencia se vislumbra en esos proyectos faraónicos que el obsesivo emprende. O no son posibles o su deseo se evapora. Consigue luego de una lucha denodada a la mujer de sus sueños, para darse cuenta de que ya no lo es. Estamos recurriendo a cuestiones un tanto contundentes; debemos pensar quizás en diferentes matices de acuerdo al caso, pero nos interesa mostrar con claridad lo que se juega estructuralmente. Es así como se nos presenta en el Hombre de las ratas.

      Freud plantea cuál es la variedad de la represión que se juega en la neurosis obsesiva: en lugar de olvidar lo que le resulta traumático le sustrae la investidura de afecto. Se puede decir, paradójicamente, que el neurótico obsesivo “tiene noticia” de lo que le perturba, así como “no tiene noticia” de ello. Desplaza la carga afectiva, entonces se preocupa por banalidades, por cuestiones nimias, despreocupándose de lo que es realmente problemático. Escuchamos frecuentemente en la clínica cómo las histéricas, siempre más cerca de la verdad, se quejan de que los obsesivos desfocalizan el punto de importancia para dedicarse a banalidades. El sinsentido comienza entonces a inundar su vida.

      Las dudas comienzan a jugarse fundamentalmente a partir de la intención de que no se pierda nada, por eso los analistas postfreudianos insistieron en el carácter retentivo vinculado al erotismo anal, dando cuenta de algo del orden de la avaricia. Otra paradoja: el sujeto que intenta no perder nada busca sacrificarse, esto se observa claramente en el historial freudiano.

      Un espacio de ultratumba

      La cuestión del amor no es cosa fácil para el Hombre de las Ratas. No le resulta sencillo por cuestiones estructurales, porque la constelación familiar que lo determina, el mito individual como lo llama Lacan, le complica el panorama. La neurosis encuentra un factor desencadenante en el conflicto Mujer rica/Mujer pobre.

      Freud demuestra cómo detrás de esa compulsión a comprender, con la cual se torna insoportable para todos los que lo rodean, se esconde la duda en cuanto al amor de Gisela. El amor y el odio se entretejen y luchan dirigiéndose hacia la misma persona. Esto aparece representado plásticamente en la acción de sacar la piedra del camino, con la cual su amdada podría dañarse al pasar con el carruaje, para después volver a ponerla, al pensarlo como un disparate. Cuando ella contrae una grave enfermedad que la lleva a la cama, la hostilidad encuentra su manifestación al irrumpirle el deseo de que permanezca siempre yacente. Freud tomará una expresión de Bleuler para hablar de ambivalencia; Lacan preferirá el término odioenamoramiento.

      El imperio de compulsión y duda


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