El amor es vacío. Luis Darío Salamone

El amor es vacío - Luis Darío Salamone


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el amo, tampoco participa de las pasiones del sujeto; a esto se lo llamó “neutralidad analítica”. Para Rousseau: “Todas las pasiones son buenas cuando uno es el dueño, y todas son malas cuando nos esclavizan”. Nuevamente, la idea de que se pueden domesticar las pasiones, de que uno es dueño y esclavo de sus pasiones. Moliére se mostraba más esclarecido cuando decía que “No es precisamente la razón la que dicta sus normas al amor”.

      le va a ir a la hora de amar.

      Hay toda una dimensión del amor freudiano que nos remite a la repetición. El sujeto encarcelado por su Edipo se limita a repetir, lo que resulta habitual en la clínica, particularmente cuando llega un obsesivo preocupado por su impotencia.

      Lacan planteó un amor por fuera del amor edípico, un amor que contemple esa falta. Habló de “un nuevo amor”, del amor ya no como repetición sino como invención. Podríamos resumir el trayecto de un análisis en ese ir de un amor como repetición a un amor como invención. Inventar no significa un borramiento de lo anterior; la cuestión se transforma, no desaparece y por eso el amor se nos presenta como paradójico.

      Otra de las paradojas: el amor no es sin el odio. Freud habló de ambivalencia; Lacan prefirió el término odioenamoramiento. Hay que tener en cuenta que uno va de la mano del otro, que no son extirpables. Cátulo afirmaba: “Odio y amo. Acaso preguntarás por qué obro así. No lo sé; pero siento que ello es así y eso mismo me atormenta”.

      El amor, para Lacan, no puede pensarse como un ideal del tratamiento, como muchos analistas postfreudianos lo han planteado. Hacer del amor en tanto imaginario una posible solución lleva invariablemente a un laberinto sin salida. La ilusión del amor es la más grande de las trampas. Es en esa dimensión que se juega la reciprocidad. “Amor con amor se paga”, dice un refrán. Séneca daba la solución a quien quiera ser amado; decía: “Si quieres ser amado, ama”. Vemos, así, la reciprocidad y lo profundamente ilusorio que se juega en esta dimensión del amor. Lacan presentaba la cuestión de la reciprocidad de una manera más sensata: “amar es, esencialmente, desear ser amado”. No sostiene, como Séneca, que el otro te va a amar, pero es importante subrayar esta ilusión del amor.

      La ilusión fundamental que se juega es la ilusión de fusión con el amado, el hacer de dos uno. Podemos verlo en el mito del andrógino, esa búsqueda de la completud que se simboliza en esa medalla que es un corazón partido que suelen compartir los enamorados cuando están juntos. Esta ilusión de completud recorre toda la historia de occidente y también de oriente, como por ejemplo el dibujo del yin y el yan, esa esfera con lo masculino y lo femenino que no sólo encastran perfectamente, sino que uno tiene una parte del otro.

      La idea es que las cosas son diametralmente opuestas, no habría posibilidad alguna de hacer uno de dos, esto sería desconocer la falta. No habría posibilidad de establecer una proporción sexual. Puede resultar romántico pensarlo, pero los dos sexos no se complementan. Todos los problemas cuando dos personas se encuentran parten de pensar de que uno puede completar al otro y viceversa. No es que esta ilusión no exista; por el contrario, esta es la función de velo del amor, sólo que cuanto más se pretenda esto,

      peor van a ir las cosas, la dimensión de padecimiento no tardará en aparecer.

      Más allá de la cuestión transferencial, si no queremos hablar del amor como algo solamente engañoso, que lo es, debemos hablar de un amor que no se juegue, al menos solamente –toda divisoria puede resultar arbitraria– en el terreno del narcisismo.

      Dar lo que no se tiene

      En esta definición lacaniana del amor vemos la función del engaño. La eficacia del amor se produce en el hecho de que es un engaño recíproco. La reciprocidad de la cual hablamos antes incluye esta cuestión de señuelo y engaño.

      “Dar lo que se tiene”. Es lo más sencillo, dar lo que se tiene resulta accesible, puede ser generoso, altruismo puro. Conlleva una dimensión ligada al narcisismo, imaginaria, puede incluso mostrar un ribete agresivo. Imaginen la caricatura de alguien que tiene mucho a alguien que no tiene nada, arrojándole una limosna, consiguiendo que su narcisismo se encuentre satisfecho.

      “No dar lo que no se tiene”. Resulta más fácil aun. El avaro, el tacaño se siente cómodo allí, es la contrapartida del anterior. Un ejemplo puede ser un obsesivo que se justifica afirmando lo malo que es darle limosnas a los pobres.

      “Dar lo que no se tiene”. Podemos considerarla en un registro imaginario, engañoso, como lo hemos trabajado. Sin embargo, acepten el desafío de dar lo que no tienen. ¿Cómo darlo? Es una fórmula que plantea en su construcción misma algo del orden de lo imposible. Si lo podemos leer desde otra perspectiva, podemos situar quizás un amor que contemple la transmisión de la falta, de esa imposibilidad de contemplar al Otro, de percatarse de lo ilusorio que une a los amantes y, sin embargo, encontrar cierta satisfacción allí. Transmitir la imposibilidad.

      Delia


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