Historia y nación. Alexander Betancourt Mendieta

Historia y nación - Alexander Betancourt Mendieta


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tiempo también tenían una función publicitaria con referencia al mundo más allá de las “fronteras nacionales”. Los textos permitían enfrentar los prejuicios elaborados en Europa sobre las distintas regiones americanas, a la vez que cumplían una labor educativa en el interior de la República con la restauración del pasado. Los relatos sobre el pasado parecieron tener la capacidad de operar sobre las condiciones que pudieran llevar a cabo el ideal del progreso.

      El peso que se le otorgaba a los textos escritos estaba fundado en la convicción de que la escritura representaba el mejor medio de “civilizar”; es decir, el modo más eficaz de que un público amplio, en las condiciones de la época, pudiera compartir la experiencia de la “civilización”. La nivelación en términos de igualdad con el mundo “civilizado” no se detenía exclusivamente con la determinación de un sentimiento igualitario y de recurrir al distanciamiento de la “civilización europea”, sino que era necesario el conocimiento de esa “civilización”. En este contexto adquiere sentido, por ejemplo, uno de los proyectos editoriales más queridos por José María Samper, que afirmaba lo siguiente en 1862:

      Viajo por mi patria, es decir con el solo fin de serle útil, y escribo para mis compatriotas los Hispano-colombianos. He creído que lo que importa más por el momento no es profundizar ciertos estudios, sino vulgarizar o generalizar nociones. A los pueblos Hispano-colombianos no les ha llegado todavía el momento de los estudios fuertes, por la sencilla razón de que la inmensa masa popular no tiene aún la noción general del progreso europeo. Hasta tanto que esa masa no haya recibido la infusión elemental de luz y fuerza que necesita para emprender su marcha (porque hoy no se marcha sino que se anda a tientas) el mejor servicio que se le puede hacer es el de la simple vulgarización de las ideas elementales. Después vendrá el tiempo de los trabajos laboriosos y profundos.

      La inmensa mayoría de los Hispano-colombianos no conoce, por falta de contacto íntimo con Europa, los rudimentos o las verdaderas condiciones del juego general de la política, las letras, la industria, el comercio, y todos los grandes intereses vinculados a Europa. De ahí provienen graves errores de apreciación, de imitación o de indiferencia que se revelan en la política, la literatura, la legislación y las manifestaciones económicas de Hispano-Colombia.

      Desvanecer, si puedo, esos errores, dándole a la expresión de lo que me parece la verdad de las formas simpáticas de lo pintoresco y el atractivo de una rápida, fiel y animada narración, tal es el objeto de estas páginas de impresiones.21

      Los letrados criollos establecían las directrices de lo que era la “civilización”. De allí que el trabajo de Joaquín Acosta se pueda inscribir en esta tendencia ya que a partir del conocimiento que poseía del “mundo civilizado” le permitía destacar con autoridad las bondades de la Nueva Granada y enaltecerlas. Tales circunstancias favorables se expresan ejemplarmente en el modo como destacó las condiciones geográficas que, según él, hacían que la Nueva Granada ocupara “la posición más importante de la América meridional”. Además, Acosta extendió los elogios al espíritu de la sociedad neogranadina, arraigada en ese suelo desde las primeras fundaciones:

      Goza de paz y de las instituciones más liberales. El respeto más profundo y más arraigado de la propiedad es un dogma reconocido por sus habitantes, que brindan la hospitalidad á los que quieran trasladar su capital y su industria á aquellas regiones afortunadas, cuyos moradores están resueltos á rechazar toda reforma que incentiva la fuerza brutal en sus banderas y a no admitir sino las mejoras que se introduzcan por medios legales y pacíficos.22

      El carácter propagandístico de Acosta y las pretensiones de neutralidad del juicio histórico no ocultaron el rescate que hizo de la gesta española y de la importancia que este suceso representó para la existencia de la República.

      Por otra parte, en los avatares del “medio siglo”, las aspiraciones de Joaquín Acosta contrastan con el trabajo de José Antonio de Plaza, quien hizo una dura recriminación de la presencia española en suelo americano:

      Algunos autores peninsulares señalando las causas de haberse desgajado del tronco paterno, i una en pos de otra ramas tan fructíferas del imperio castellano, desaprueban la conducta de los americanos, por haber roto los lazos de unión colonial que los sujetaba a la madre patria i gradúan tal porte de ingrato i aun villano […] A los que vieron i sufrieron el poder opresor nada tenemos que reprocharles; a los presentes i venideros solo les diremos que consulten imparcialmente la historia i aes [sic] responderán que la España jamás quiso ser justa con los habitantes de América, tratándolos como siervos sin estenderles [sic] una sola vez una mano amiga i fraternal.23

      En el mismo tono de su contemporáneo Acosta, De Plaza quiso escribir esta historia para educar a la juventud granadina sobre su pasado, al que solo tenían acceso por “fabulosas tradiciones i mentidas”. Pero el gesto de “amor a la patria nativa” De Plaza se orientó a lanzar un ataque al mundo español y a los alcances de sus obras en el suelo colombiano. En este aspecto, De Plaza, acorde con el espíritu del liberalismo radical de la época y en contravía de los objetivos de Acosta, señaló que: “No es la historia de la Nueva Granada, la que puede narrar grandes i portentosos hechos, ni guerras ilustres, ni grandiosos proyectos políticos”; resaltó entonces que las razones se podían descubrir en el influjo que tuvieron la Conquista y gobierno de los españoles “sobre el jenio [sic], costumbres nacionales i progreso del pais”; es decir, en el “profundo sueño que se le hizo sufrir por tan dilatado tiempo”. El objetivo último del trabajo de De Plaza plantea la cuestión de

      […] si había llegado ya la edad de la adolescencia para la Nueva Granada, i si justo i necesario era ya también sacudir una tutela incómoda y gravosa, que quería conservar en las fajas de la infancia a pueblos tan lejanos i de tan distintos caracteres.

      Pueda este deseo patriótico recabarnos la induljencia [sic] de nuestros conciudadanos i alentar a otros para coronar una obra cuyas bases tenemos la satisfacción de asentar, los primeros.24

      La obra de De Plaza encontró rápida respuesta de sus contemporáneos. La interpretación del periodo colonial como una triple cadena de “ignorancia, supersticion i servidumbre” y la exaltación de los próceres de la Independencia no tuvieron una aceptación unánime como la que él podía haber llegado a suponer y las contestaciones expresaron la presencia de proyectos políticos en competencia.

      La obra polémica de José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada (1869) fue la respuesta más inmediata y sistemática a De Plaza. En ella Groot plasmó la escisión ideológica entre los intentos por caracterizar “el espíritu de la nación” colombiana mediante el ejercicio de carácter documental como metodología de la escritura de la historia. Groot insistía en el uso adecuado de los documentos y de fuentes inéditas; sin embargo, el carácter polémico de su obra lo llevó a cuestionar las versiones de sus fuentes al mismo tiempo que impugnaba a las interpretaciones hechas por De Plaza. Groot inicia así su estudio:

      Cuando en 1856 emprendí este trabajo, no fue mi ánimo ocuparme con la parte civil ni menos política de nuestra historia, sino únicamente del establecimiento y desarrollo de la Religión Católica en la Nueva Granada, porque me parecía poco honroso para un país católico y civilizado carecer de la historia de su Iglesia, y mayormente cuando su clero ha sido tan injustamente calumniado por algunos escritores nacionales de nuestros tiempos, que lo han presentado a las nuevas generaciones como enemigos de las luces y hostil a la causa de la independencia americana.25

      La forma en la que Groot emprendió esta labor comprobaba fundamentalmente dos hechos ligados entre sí: el complejo problema de construir un Estado y caracterizar a una nación debido a la debilidad del control social que en estos momentos no pasaba por la autonomía del Estado. El poder institucional del Estado en esta época, precisamente de dominio liberal, descansaba en los niveles regionales de las recién fundadas colectividades políticas. Por eso, para que el control social se trasladara a una organización nacional suprarregional, como debía ser el Estado, Groot y los políticos conservadores de la época en general, apelaron a la característica que consideraron como la más permanente y más abarcadora de la sociedad colombiana: la religión y la


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