Historia y nación. Alexander Betancourt Mendieta
que todavía esperan esclarecimientos y, sobre todo, que se hagan evidentes a través del ejercicio historiográfico.
El carácter simultáneo de las corrientes de escritura de la historia en Colombia permite formular cuatro tendencias principales en el siglo XX, desarrolladas en cada uno de los capítulos que encontrara el lector a continuación. Ninguna de ellas se ha agotado totalmente en el panorama nacional actual, con independencia de la posibilidad de que en el horizonte cronológico unas hayan sido primero que otras o que en un determinado momento unos u otros modos de escritura hayan ejercido un dominio “hegemónico” sobre los demás. Por otra parte, este planteamiento no desconoce que en sí mismo, cada uno de estos “modos” de escritura es vasto y complejo. No se pretende de ningún modo alcanzar la exhaustividad; por eso, el lector no puede esperar otra cosa que el señalamiento de ciertas obras nodales dentro de cada una de las corrientes abordadas, que sirve para indicar la forma en la que ellas pueden ejemplificar un “modo de hacer” la escritura de la historia en Colombia. También los textos que sirvieron de objeto de estudio al presente trabajo se encuentran relacionados con la injerencia que dichos trabajos tuvieron en la conformación y arraigo de ciertos prejuicios e imágenes sobre la conformación de la sociedad colombiana. Ellos instauraron ciertos periodos, ciertos autores y personajes como los símbolos de la unidad nacional colombiana y fundamentos del Estado nacional.
Este libro pretende dejar sentado que la escritura de la historia en Colombia construyó un pasado nacional incapaz de constituir una imagen inclusiva de la nación. Prácticamente ninguna tradición histórica ha sido absolutamente inclusiva, y la colombiana ve hoy la necesidad de historiar al conjunto de los grupos sociales que conforman el país, de derrumbar los mitos que se han establecido sobre cada uno de esos grupos, y presiente la importancia y la urgencia de acuñar categorías que pudieran facilitar esta labor. Las últimas publicaciones históricas permiten creer en la necesidad de reconocer la complejidad de la estructuración social de Colombia. De esta manera, puede afirmarse que el libro quiere hacer un balance crítico de carácter global que pondera tanto los factores metodológicos como los diversos usos políticos de la escritura de la historia dentro del ámbito social y cultural colombiano del siglo XX.
Es un hecho insoslayable que la historia no es la única vía para la constitución de imágenes inclusivas de la nación. Existen otros caminos: la geografía, los museos, las conmemoraciones, las festividades patrias, que siempre están relacionados con el pasado. Por esta razón, el siglo XIX aparece acotado de la forma en la que se hizo. Si se tuviera en cuenta esta amplia problemática en torno a la búsqueda de la unidad nacional, sería necesario detenerse en los antecedentes y el desarrollo de un proyecto como la Comisión Corográfica (1850-1859) y los estudios que surgieron de allí. También sería necesario aproximarse al desenvolvimiento de la Academia Colombiana de la Lengua (1871) y las obras publicadas por su principal artífice, José María Vergara y Vergara, especialmente la Historia de la literatura de Nueva Granada (1867); igualmente, sería necesario examinar algunas de las obras de José María Samper en particular, establecer un contraste entre los Apuntamientos para la historia política y social de la Nueva Granada (1853) y el Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas (hispano-americanas) de 1861. También tendrían que analizarse los alcances de proyectos educativos como los de la reforma de 1870, en comparación con las propuestas educativas de la Regeneración y la República Conservadora que les siguieron. Pero todos estos aspectos hubieran alejado al presente estudio del camino sobre el ejercicio de escritura de la historia en Colombia.
Si se miran con cuidado los procesos históricos y sociales de Colombia, se hace evidente que el reconocimiento y la pertenencia a la nacionalidad colombiana ha tomado caminos diferentes a los de la memoria histórica elaborada por los historiadores. La constitución de una identidad nacional colombiana ha sido mucho más efectiva dentro del círculo de la predicación eclesial y partidista, y en el impacto que significó el surgimiento, la cobertura, la permanencia y el prestigio social que han guardado hasta hoy los medios masivos de comunicación, empezando por el periódico, pasando por la radio y terminando con la televisión. Ello sin olvidar los referentes construidos por el éxito de obras literarias como María, La Vorágine o Cien años de soledad. Si bien los historiadores no aparecen como monopolizadores de la memoria nacional, sí han desempeñado un papel fundamental en la construcción de los fundamentos de esa memoria nacional.
La escritura de la historia produjo una caracterización de la nación en la segunda mitad del siglo XIX que creía percibir la esencialidad de la sociedad colombiana. Sin embargo, el desenvolvimiento de los procesos históricos sociales demostró que dichos esfuerzos desconocían las delimitaciones entre las categorías de “cultura” y “región” y sus variantes con relación al Estado y la nación. Vistos a la distancia, puede afirmarse que los letrados decimonónicos escribieron poco más que crónicas de los acontecimientos de la capital y sus alrededores y prescindieron de la realidad de los demás territorios que llegaron a conformar el Estado colombiano. El carácter que se les ha atribuido a algunos de estos trabajos como “textos canónicos” dentro de las tradiciones disciplinares se debe a una recepción posterior que los convirtió en referentes básicos. Este fenómeno es el que pretendo explorar en el caso de la disciplina histórica.
En el presente hay una clara conciencia sobre los límites de la unidad nacional propuesta por la constitución del Estado central colombiano a fines del siglo XIX. Esta situación deja abierta la posibilidad de ponderar las dificultades de las instancias regionales para los proyectos de unidad nacional y la forma como esta problemática emerge en el campo de la escritura de la historia en Colombia. Por eso, un estudio sobre la escritura de la historia colombiana no puede perder de vista las pretensiones que han tenido muchos de los discursos históricos; es decir, la de afirmar un sentido de pertenencia y cohesión de una sociedad. Sin embargo, en el libro se encuentra con una dificultad severa al reconocer que dentro del ámbito cultural y social del país ha predominado el sentimiento de pertenencia regional por encima de una pretendida colectividad nacional. Ello deja abierta una importante veta para afrontar con nuevos criterios el problema regional colombiano y evaluar con nuevos ojos la producción de la historia regional en Colombia.
Los puntos de partida teóricos y metodológicos de este libro no permiten plantear la enumeración de obras y autores, ni el carácter definitivo de los juicios; presupone que cada uno de estos “momentos” son procesos históricos que devienen de manera abierta y problemática. También afirma la convicción de que el pasado no es una entidad estática, sino que hace parte de las construcciones y las deconstrucciones que afloran en las coyunturas del presente. De ahí que esta exploración no deba tomarse solo como el análisis de una serie de tendencias metodológicas sobre un oficio; también es la postulación de una perspectiva sobre los procesos históricos colombianos.
El primer capítulo aborda el surgimiento de los primeros ejercicios de escritura sobre el pasado que le dieron un carácter fundacional a los acontecimientos de la Independencia. La escritura de la historia tendió a colaborar con el afianzamiento de una institucionalidad estatal y a participar en las luchas de los diferentes proyectos políticos que entraron en competencia una vez consolidada la Independencia. También señala cómo el proyecto triunfante de la Regeneración consagró ciertas interpretaciones sobre el pasado republicano que delimitaron las características esenciales de la nación. Consagración que encontraría una sólida firmeza cuando el Estado central pretendió ejercer la hegemonía sobre el pasado nacional.
El segundo capítulo ofrece la trayectoria de la historia como una tarea controlada por el Estado y al servicio de sus fines políticos y cívicos. Al mismo tiempo, señala las limitaciones de este tipo de construcción del conocimiento como una labor que se agotó en sí misma a partir de los presupuestos metodológicos y epistemológicos que tuvo por base, los cuales fueron incapaces de abordar los retos que ponía sobre la mesa la realidad agobiante de la sociedad colombiana del siglo XX. Trata también de resaltar los aportes que hizo la Academia Colombiana de Historia a la escritura de la historia nacional, a la consolidación de un oficio y a instaurar determinados rasgos de la nacionalidad y de la esencia del Estado colombiano. Señala, finalmente, cómo se relaciona la academia con la producción de los historiadores profesionales y de qué manera expresa la marginalidad de la producción