Historia y nación. Alexander Betancourt Mendieta

Historia y nación - Alexander Betancourt Mendieta


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descripción y el análisis de la totalidad de la memoria del país, ni ser un esfuerzo que abarque la integridad de la producción histórica antigua y reciente. Ello sería imposible para una sola persona. Su ambición es más puntual. Tiene que ver con el oficio que se consolidó en el siglo XIX en torno al afán de alcanzar la unidad nacional y que avanzó un buen trecho del siglo XX postulando la necesidad de conseguir el desarrollo, pero tras las crisis de los paradigmas que le habían servido de referentes, a fines de los años ochenta, se percató de la necesidad y trascendencia de revisar los fundamentos de la nación que había aceptado sin analizar ni cuestionar.

      La exploración sistemática por el oficio de la historia y su institucionalización en Colombia es parte de un ejercicio epistemológico que se encuadra en una postura crítica hacia la consolidación de las imágenes del pasado nacional. La descripción y la reflexión que aquí se proponen tienen como punto de partida la necesidad de abordar y repensar las tradiciones de escritura de la historia. Esta meta lleva consigo la exigencia de reconstruir los aspectos que ha tomado la disciplina de la historia en Colombia. Desde allí se puede otear en las distintas miradas hacia al pasado, las formas que ha adquirido la nación, el modo como ha sido construida y retomada en diversos momentos de ese transcurrir.

      El esfuerzo que se ofrece al lector corresponde a la esfera disciplinar que en el contexto de la escritura de la historia se reconoce como la historiografía. Es necesario precisar que la perspectiva desde la que se hace este intento de análisis parte de ciertas consideraciones teóricas que manifiestan diferencias con lo que se ha entendido en Colombia como el quehacer historiográfico. Para mí la historiografía está más allá de una tarea descriptiva, sin desconocer que ha sido una de sus labores. La historiografía es un ejercicio de reflexión sobre el oficio histórico. Pero no parto solo de una consideración personal.

      Si se retoma el ámbito de la disciplina histórica, el término historiografía se comprende en primer lugar como la producción de escritos de historia en el marco de lo que los “clásicos” (Herodoto, Tucídides o Polibio) denominaron como la historia rerum gestorum; es decir, el quehacer que se circunscribía a la narración y el análisis de los hechos históricos. En este sentido, la palabra historiografía se refiere de forma restringida al ejercicio mismo de la escritura de la historia. Esta acepción del vocablo historiografía ha pervivido hasta nuestros días pero no es el único significado que se le puede atribuir.

      En América Latina se desarrolló una nueva acepción a la locución historiografía Los proyectos impulsados por la Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografía e Historia en los años cincuenta del siglo XX impulsaron una serie de trabajos que debían hacer una enumeración y descripción, en lo posible, de los autores y los libros de historia más importantes a escala nacional. De esta manera, se desarrollaron una serie de ejercicios en el horizonte diacrónico muy útiles e importantes como los de José Honório Rodrígues, Historiografía del Brasil (1956) y Héctor José Tanzi, Historiografía argentina contemporánea (1976), que son seguidos de cerca en cuanto al enfoque y metodología por una obra como la de Valentín Abecia Baldivieso, Historiografía boliviana (1965). Esta acepción ha copado el tipo de trabajos historiográficos que se ha realizado en Colombia desde que Daniel Ortega Ricaurte publicó el Índice general del Boletín de Historia y Antigüedades, volúmenes I-XXXVII, 1902-1952 (1953). Tal ejemplo enumerativo se mantuvo vigente en la Academia Colombiana de Historia hasta la época en la que Germán Arciniegas ejerció como presidente de la Academia (1980-1994). Pero esta tendencia a entender la historiografía como descripción enumerativa no abarcó solamente la esfera de la institucionalidad que representa la Academia de Historia, también se encuentra desarrollada en algunos de los trabajos del historiador profesional Jorge Orlando Melo, como “La literatura histórica en la última década” (1988) y el “Post Scriptum: una muestra de la producción histórica en la última década”, que complementa el artículo “Medio siglo de historia colombiana: notas para un relato inicial” (2000).

      Pese a esta tendencia diacrónica que predomina en América Latina, la palabra historiografía tiene un significado adicional más cercano a lo que se entendió por historiología, vocablo en desuso en la actualidad en el ámbito de los historiadores y los filósofos. La historiología tenía por objeto reflexionar sobre la escritura de la historia; por lo tanto, como actividad propia del ámbito de la disciplina histórica es una actitud que mantiene su vigencia. Pese a cierta marginalidad, la actitud reflexiva sobre los alcances y problemas del ejercicio de escritura y de la disciplina histórica tiene referentes fundamentales como Metahistory: The Historical Imagination in Nineteenth Century Europe (1973) de Hayden White; L’écriture de l’histoire (1978) de Michel de Certau; That Noble Dream. The “Objectivity Question” and the American Historical Profession (1988) de Peter Novick y Sur la crise de l’histoire (1996) de Gérard Noiriel. En las tradiciones latinoamericanas de escritura de la historia también se han publicado variados ejercicios de reflexión historiográfica bajo esta perspectiva. Un buen ejemplo de esta forma de entender el término historiografía se encuentra en los trabajos del historiador mexicano Edmundo O’Gorman, Crisis y porvenir de la ciencia histórica (1947). Allí, O’Gorman se separó claramente de los intentos ilustrados por elaborar filosofías de la historia, tan en boga dentro de las corrientes historicistas de esos años. Los trabajos de O’Gorman demuestran la forma en la que el propio historiador reflexiona acerca de los alcances y las limitaciones de su oficio. Este tipo de forcejeos analíticos fue llevado a cabo en la misma época por historiadores célebres como el argentino José Luis Romero, Sobre la biografía y la historia (1945) y el peruano Jorge Basadre, Apertura: Textos sobre temas de historia, educación, cultura y política escritos entre 1924-1977 (1978).

      A la par con este tipo de reflexiones realizadas por historiadores latinoamericanos surgió la necesidad de establecer análisis sobre la consolidación de un quehacer en el ámbito nacional con ciertos rasgos de disciplina profesional. El surgimiento de las llamadas nuevas historias planteaba la exigencia de realizar diferenciaciones de las formas de “hacer historia”. El esfuerzo requería el trazo de unos contornos disciplinares a partir de una evaluación de las obras históricas “anteriores” y la “nueva historia” que se desarrolló con claridad desde los años sesenta en toda América Latina. En este sentido, destacan los trabajos de Germán Carrera Damas, Historia de la historiografía venezolana (1961); de Jorge Orlando Melo, “Los estudios históricos en Colombia” (1969); el trabajo de Juan Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos en torno a la historia (1970) y Álvaro Matute, La teoría de la historia en México: 1940-1973 (1974).

      Tales sugestiones han sobrevivido hasta la actualidad y en particular en los años noventa alcanzaron una notable madurez. Especialmente en torno a las reflexiones sobre la consolidación de la disciplina histórica en el marco de una profunda crisis de paradigmas. Es así como se pueden inscribir las relaciones y coincidencias de trabajos como los de Carlos Fico y Ronaldo Polito, A historia no Brasil 1980-1989 (1992); Fernando Devoto, La historiografía argentina en el siglo XX (1993); el esfuerzo colectivo realizado por los profesores del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia reunidos en La historia al final del milenio (1994) y Brian Connaughton e Ignacio Sosa, Historiografía latinoamericana contemporánea (1999).

      A partir de esta tradición de conocimiento dentro de la disciplina histórica en América Latina tomo como un complemento bastante útil ciertos aspectos que se desprenden de los alcances que me proporcionan las consideraciones hechas por Michel de Certau y Thomas S. Kuhn. De tal modo que el presente escrito asume el término historiografía como la reflexión acerca de la escritura de la historia en el marco de lo que de Certau en L’écriture de l’histoire llamó un lugar de saber; es decir, ese contexto que le da sentido a la producción de los escritos históricos y que corresponde al marco conceptual de lo que Kuhn denominó comunidades científicas, en The Structure of Scientific Revolutions (1962). Puntos de partida como estos permiten elaborar una mirada novedosa sobre la disciplina histórica en Colombia.

      La investigación sobre los modos en los que se ha desenvuelto la escritura de la historia en Colombia implica una particular atención a ciertas condiciones sociales e institucionales que afectaron


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