Historia y nación. Alexander Betancourt Mendieta
entre la disciplina y la sociedad. Me refiero en concreto a la creación de la Academia Colombiana de Historia y la apertura de los programas de historia en las universidades desde mediados de los años sesenta. Al abordar estos procesos me pude percatar de las formas como se elaboraron y se constituyeron las tradiciones de escritura de la historia nacional.
Pero si bien las instituciones ofrecen un marco preciso para el desenvolvimiento de la historia profesional, muchos de los ejercicios de escritura de la historia en Colombia se desarrollaron por fuera de este contexto puntual. Se verá en el desarrollo del texto que los escritos decimonónicos, tomados como los orígenes del canon disciplinar de la historia, así como los trabajos de los divulgadores y los revisionismos históricos durante el siglo XX, forman parte de las tradiciones que componen la disciplina histórica en Colombia. Sin embargo, sus hacedores y difusores no tuvieron como punto de apoyo un contexto institucional como el que hizo posible a la historia profesional. Por eso, asumo como criterio explicativo de estas obras y sus autores, una vieja tradición latinoamericana, estudiada por la pluma sabia de Pedro Henríquez Ureña: la de “los hombres de letras”.
En la historia de América Latina el ejercicio del poder de la palabra escrita y hablada es una constante en sus procesos histórico-sociales que adquiere un rasgo diferenciador de lo que ocurre en Europa; el papel de la palabra escrita ha tenido en muchos periodos de los procesos históricos latinoamericanos una función didáctico-política, en la medida en que esta función ha sido considerada la razón de ser del ejercicio de la palabra escrita. En el siglo XIX, los hombres de letras en América Latina sintieron la necesidad de contribuir con la escritura al “engrandecimiento y civilización de la patria”. Pero los textos escritos no solo debían tener una composición “bella”, debían ser “útiles”. En el ámbito de la escritura de la historia, por ejemplo, los discursos “históricos” tenían un destacado papel moralizador, lo cual quería decir que la estructura del texto era determinada por el carácter informativo pero también por su inclinación didáctica con fines que participaban del clima político que les fue contemporáneo. De allí que esta labor didáctica y política justificó por décadas el sentido mismo de las tareas que llevaban a cabo los hombres de letras, entendidos como hacedores de productos simbólicos que llegaron a tener un significado político; aunque, el propósito de educar y orientar políticamente no significó que los hombres de letras tuvieran la posibilidad de dirigir los decursos políticos. Algunas de las actividades de los hombres de letras, como los escritos dedicados al pasado, produjeron interpretaciones de la realidad social que les fue contemporánea y se aproximaron al pasado remoto o inmediato que consideraban que les había dado origen.
Es necesario precisar que este trabajo no aborda solamente a los historiadores profesionales. Si bien la profesionalización de la historia es un “parte aguas” en la tradición histórica nacional, no se puede entender esta ruptura si no se reconoce con respecto a qué a o a quién se da la transformación. Por eso, el estudio examina los escritos y los aportes de muchos letrados colombianos que escribieron sobre el pasado nacional, repensándolo y ofreciendo nuevas perspectivas, sin que ellos pudieran ser considerados, desde la perspectiva del presente, como historiadores, en el sentido que establece la historia profesional. Por lo tanto, si bien aquellos trabajos no cumplen los aspectos formales de lo que es una historia profesional, reconozco los aportes que ellos han hecho a las tradiciones de escritura de la historia en Colombia, y trato de especificar el lugar que tienen dentro del desenvolvimiento de esta tradición disciplinar. Si la aproximación al marco institucional me permite hacer la distinción entre los estudios de los “historiadores profesionales” y los historiadores “aficionados” o “eruditos”, la categoría de hombres de letras me permite reconocer los importantes aportes de algunas obras, elaboradas por fuera de un marco disciplinar como el que existe en la actualidad, pero que sin su aparición no se entenderían muchos de los desenvolvimientos de la disciplina histórica en Colombia.
El tema de la profesionalización es complejo y es un campo de trabajo de muy reciente configuración en el espacio académico internacional. Para el caso de la disciplina histórica esta situación se explica por la tardía presencia del fenómeno de la profesionalización dentro del ámbito de los historiadores. El desarrollo profesional de la disciplina a escala mundial es un proceso que se desenvuelve desde el siglo XIX, pero que se consolida en el transcurrir del siglo XX. Como proceso no es simultáneo ni homogéneo, su eclosión en cada país es distinta. Sin embargo, la profesionalización es uno de los rasgos distintivos de la historia como actividad del conocimiento durante el siglo XX. De allí las dificultades para establecer los rasgos que caracterizan los aspectos de la profesionalización. No obstante, es importante recalcar que se ha llegado a aceptar como un criterio unificador para abordar el fenómeno de la profesionalización de la historia, la paulatina aceptación de ciertos criterios metodológicos para la realización de las investigaciones. Esto no significa, por supuesto, la imposición de los criterios subjetivos de interpretación que hacen parte de los márgenes de libertad que manejan los historiadores. En últimas, el fenómeno de la profesionalización se explica a partir de la aceptación de ciertas bases comunes de investigación como prerrequisitos para establecer una comunidad de historiadores.1
La profesionalización de la historia en Colombia tiene caracteres que le dan una exclusiva particularidad, especialmente porque el pasado no constituye un objeto al que se le pueda atribuir un monopolio absoluto de los profesionales titulados. Sin embargo, la institucionalización de la carrera de historia dentro del ámbito universitario permitió trazar unas formas de aproximación al pasado que facilitan la distinción de los trabajos producidos por los “aficionados” y los “profesionales”. Considero que la profesionalización en el gremio de los historiadores en Colombia se establece en el momento que existen hombres que tienen un espacio universitario donde pueden formarse académicamente para ejercer una profesión. En los claustros universitarios, los historiadores adquirieron el aprendizaje de ciertas técnicas que les permitió desempeñar una ocupación de tiempo completo, en vez de un pasatiempo, y regular la producción de ese conocimiento a partir de ciertos consensos metodológicos. De este modo, los historiadores profesionales colombianos pudieron establecer de manera clara un cierto monopolio sobre el estudio del pasado, reconocido por el lugar social que adquirió la profesión, y una autonomía relativa con respecto a otras aproximaciones hacia el pasado como objeto de estudio. Creo, pues, que la profesionalización de la disciplina histórica corresponde al establecimiento de una serie de normas y estilos metodológicos que permiten distinguir sus relatos de cualquier otro tipo de abordajes sobre el pasado.
Los criterios metodológicos expuestos hasta aquí presuponen, inicialmente, el diálogo con ciertas tradiciones que construyen un conocimiento acumulado en la disciplina histórica sobre las realidades que estudia y de las cuales se debe partir. Establece, entonces, una comunidad científica que sostiene la existencia y la vivacidad de un oficio de conocimiento, ya que anima los presupuestos epistemológicos y las temáticas que justifican la pertinencia de ese conocimiento en una sociedad determinada. La existencia de esta comunidad permite estudiar las implicaciones sociales del conocimiento histórico, de los modos de configurarse en su interior y la forma como se relaciona con su entorno. Si bien los criterios que se utilizan en este trabajo representan una novedad en la tradición disciplinar colombiana, existen varios esfuerzos que antecedieron a la presente exploración. El carácter de los trabajos historiográficos en Colombia ha sido sellado por la descripción y la coyuntura, aunque el último lustro da indicios de la apuesta por la reflexión como una vía para orientar los senderos por los que transita la disciplina histórica en Colombia.
El primer estudio destacado en esta dirección se debe a la pluma de Jorge Orlando Melo: “Los estudios históricos en Colombia” (1969). Este texto, que bien podría tomarse como el manifiesto de “la nueva historia” local, planteó una ruptura con la producción historiográfica hecha hasta ese momento. Melo indicó allí el rompimiento con las bases conceptuales de la historia hecha por la Academia Colombiana de Historia y la tradición decimonónica, que ella consagró como parte del canon sobre el pasado nacional. Además de subrayar con puntualidad esta fractura también consagró los orígenes de una nueva corriente de escritura de la historia en el panorama nacional y los temas que la hacían novedosa. Este esfuerzo ha sido consolidado por la aparición regular de balances historiográficos hechos por quien fuera director