La sal y el Estado colombiano. M Joshua Rosenthal
y comercialización.
El autor se apoya en un buen y valioso acervo documental primario proveniente del Archivo General de la Nación, además de reportes y memorias oficiales del Ministerio de Hacienda y Fomento, relatos de viajeros y periódicos, y de investigaciones previas, como las de Anuar Hernán Peña Díaz, Martín Javier Plazas Pérez y José de Jesús Fuentes Cómbita, entre otros autores y fuentes secundarias clásicas que le permiten reconstruir el contexto histórico nacional.
RENZO RAMÍREZ BACCA
Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín
Figura 1. Salina de Chita, 1806
Fuente: Ignacio Caicedo. AGN, Mapas y Planos, Mapoteca n.o 4, ref. 130 A.
Notas
1 La versión en inglés se titula Salt and the Colombian State: Local Society and Regional Monopoly in Boyaca, 1821-1900 y fue publicada por la University of Pittsburgh Press en 2012.
En 1806, cuando Ignacio Caicedo dibujó un boceto de La Salina de Chita, ubicada en el occidente de Colombia, no se preocupó por representar a este pueblo, pues eso no era de su interés. En su calidad de administrador que supervisaba la venta de sal, controlada por el monopolio real, a Caicedo le preocupaba, sobre todo, documentar la producción de la sal, más que describir cualquier otro aspecto relacionado con la vida local. Actualmente conservado en la Mapoteca del Archivo General de la Nación (AGN), su boceto refleja algo de la topografía del valle circundante, que antes había sido cortado por las aguas torrenciales del río Casanare al crear un paisaje que iba desde las tierras altas de Boyacá hasta las llanuras del Casanare. Caicedo ubicó a la iglesia en ruinas y otros edificios en el trasfondo, y resaltó los elementos relacionados con la producción de la sal en el centro. Aquí y allá, dibujó a las mulas a veces cargadas y jaladas por los muleros, o pastando con libertad. Había pilas de maderos más altas que una persona, y hombres cortando y cargando madera. Bajo el refugio de un cobertizo abierto, una figura se inclinaba hacia un horno en donde la salmuera se cocinaba lentamente en las tortas de sal características de la región. En otro punto, la gente se agachaba sobre un pozo alimentado por una vertiente, siendo esta la razón inicial por la que los primeros pobladores se establecieron en este lugar aislado. Algunas vertientes similares salpican el altiplano cundiboyacense que se extiende al nordeste de Bogotá. Muchas de ellas fueron usadas para producir sal antes de que los españoles llegaran a América, pero pocas eran tan naturalmente ricas como La Salina de Chita o aquellas cercanas a la vereda de Córdoba. Para Caicedo y sus sucesores republicanos, esta abundancia natural era al mismo tiempo estimulante y frustrante. Cuando Caicedo observó la producción de sal en La Salina, imaginó más lo que debería ser que lo que era en realidad.1
Alexander von Humboldt había visitado las grandes salinas de Zipaquirá en 1801 y luego publicó una descripción de los trabajos, complementada con recomendaciones para realizar mejoras. Esto generó un esfuerzo concertado para aumentar la eficiencia y la rentabilidad de la producción de sal en la Nueva Granada. El informe de Caicedo dirigido al virrey tenía un tono similar. En él, Caicedo elaboró varias propuestas para mejorar los trabajos, pero la más ambiciosa era aquella dibujada con líneas punteadas: un muro más alto que una persona y lo suficientemente ancho como para caminar sobre él sería construido en las orillas del río Casanare. La adición propuesta protegería a las vertientes de la creciente del río durante los cuatro meses de la estación lluviosa, cuando el Casanare desbordado arrasa con los brotes de la estación seca, lo que dificultaba o incluso hacía imposible la producción de sal. Un muro resolvería este problema y permitiría la continuidad de su producción a lo largo del año, lo que generaría más ingresos para el tesoro real. De esta manera, Caicedo proponía que el Estado incrementara su presencia material en este lugar apartado.
En las décadas siguientes, los sucesores de Caicedo en el Ministerio de Hacienda republicano hicieron propuestas similares hasta que, algunos años más tarde, su visión a futuro se cumplió. En 1836, el Ministerio supervisó la construcción de un muro como el que Caicedo había proyectado. Inclusive, el Ministerio costeó las mejoras en las carreteras locales, la construcción de un almacén y nuevos hornos para cocinar la sal. La meta era crear una industria rentable que funcionara todo el año. En 1837, un funcionario entusiasta escribió que “en la parroquia de La Salina de Chita del Canton del Cocuy hay una mina de Sal de la propiedad del Estado la que sin duda alguna vale un millón de pesos”.2 En sentido estricto, su cálculo era correcto. En esa época, La Salina enviaba más de un millón de pesos al Ministerio, pero tomaba mucho más tiempo del que cualquiera hubiera previsto. Además, los funcionarios del Ministerio estimaban que una suma que excedía con creces el millón de pesos había sido usada para financiar la producción de sal o para sostener las tareas administrativas relacionadas con esta.
A pesar de estas frustraciones, los administradores crearon una burocracia en La Salina que amplió la intervención del Estado en la industria de la sal, organizó la compra de tierras y supervisó otros proyectos de construcción. El involucramiento del Ministerio en la industria insertó al pueblo de La Salina en los ritmos variados de la economía nacional y de la historia política a lo largo del siglo. Un informe emitido después de la guerra de los Mil Días (1899-1902) que describía al pueblo en 1904 subrayaba que las únicas cosas que aún permanecían allí eran aquellas que eran muy difíciles de destruir o las que no valían nada.3 La visión de Caicedo había sido hecha realidad, y luego destruida.
Teniendo en cuenta que la historia de La Salina arroja más preguntas sobre la concreción del Estado que sobre su dimensión teórica, su abordaje supone una perspectiva que encuentra los fundamentos de la historia en la realidad de la vida material, más que en las abstracciones. La producción de sal del mundo preindustrial se adapta bien a una investigación práctica sobre la construcción del Estado, pues lugares como La Salina han sido los epicentros del poder estatal a lo largo de la historia de la humanidad. Marcando un contraste con su estatus contemporáneo como un producto barato y abundante, la sal era un artículo valioso en el mundo preindustrial, lo que la convertía en un objeto atractivo para la tributación. La sal –o, más precisamente, los monopolios ejercidos sobre su producción y su venta– era un elemento importante en la historia global de los Estados y de la construcción del Estado. El comercio y los monopolios de la sal fueron cruciales en la Mesoamérica precolombina, en la China imperial y en la modernidad temprana de Francia, para citar unos pocos ejemplos. Al analizar la historia global de la sal, S. A. M. Adshead plantea que “las administraciones de la sal pertenecen a la adolescencia o a la senectud del poder central”.4 Según esta clasificación, la supervivencia del monopolio durante décadas reflejaba tanto las prácticas seniles de la España imperial como la inmadurez republicana. En otras palabras, el planteamiento de Adshead predice continuidades, que ciertamente fue lo que sucedió.
Cuando otros países hispanoamericanos republicanos se apartaron de los impuestos de la sal, en Colombia el Gobierno mantuvo el control del monopolio sobre su producción. En algunas partes del país, el monopolio sobrevivió a las