La sal y el Estado colombiano. M Joshua Rosenthal
y Moniquirá, a partir de la antigua provincia de Vélez (figura 2).24 A lo largo de este trabajo se usarán las designaciones de Boyacá y Tundama.
FIGURA 2. La cordillera Oriental hasta 1856
Fuente: elaboración propia.
A una altitud de 1500 metros por encima del nivel del mar, La Salina estaba ubicada más abajo que la mayoría de las poblaciones boyacenses, que se concentran entre los 1900 y los 3000 metros. Hoy se ubica justo en la frontera entre Boyacá y Casanare. Durante los años en que se realizó este estudio, estaba asentada en Boyacá, mientras que en la actualidad está en una pequeña porción de Casanare acuñada entre Boyacá y Arauca. Situada en el límite de lo que era entonces una frontera abierta, La Salina y su historia recibían la influencia de la proximidad de Casanare, particularmente de la ganadería, y la promesa perenne de los llanos como un lugar de naturaleza y de personas indómitas. Para los arquitectos principiantes de la Hacienda, Casanare resultaba de la unión entre la enfermedad y un desierto indómito que no valía la pena dominar bajo la eterna promesa de una naturaleza pródiga. Con el mismo nivel de importancia, el comercio y la política unían a La Salina con la cordillera, los cantones y los distritos de Santa Rosa, Sogamoso, El Cocuy y Soatá, que conformaban Tundama, y Santander, creado en 1857 a partir de la unificación de Socorro, Soto, Pamplona, García Rovira y algunas partes de Vélez.25 El comercio de la sal estableció conexiones directas entre La Salina y algunas partes de Santander, específicamente García Rovira, que era un abastecedor clave. Adicionalmente, los vínculos institucionales conectaban La Salina con Tunja y Bogotá.
El resultado fue una historia definida, en parte, por las intersecciones complejas y por las fuerzas contradictorias de estas tres orientaciones: la local, la regional y la nacional. Al reconocerse estas tres dimensiones, se corrige la tendencia de ver a Tunja y sus alrededores como representativos de la totalidad de Boyacá.26 En la academia, en la literatura y en la cultura popular, el Boyacá monolítico es retratado como la cuna de un campesinado que, aunque era pasivo en términos generales, se volvía violento cuando recibía provocaciones –una proeza que solo el clero conservador de la región podía lograr–.27 Aunque existieran algunas bases que sustentaban este estereotipo, fusionar a Tunja y sus alrededores con la totalidad de Boyacá opacaba la realidad de la diversidad interna y de la rivalidad intraprovincial. Este análisis homogeneizante de Boyacá encajaba con la visión de que la totalidad de esta región había alcanzado su cúspide en el siglo XVII, para luego comenzar un declive de 400 años.28
Esta concepción tiene una larga estirpe. Germán Colmenares inicia su análisis sobre la Tunja colonial explicando el grado de dificultad que supone transmitir la importancia y el esplendor de la ciudad en sus primeros años.29 El viajero francés Gaspard-Théodore Mollien visitó la ciudad y en su recuento, realizado en 1823, planteaba que esta gloria se había desvanecido hacía tiempo:
Tunja, antes de que llegaran a estas regiones los conquistadores españoles, era ya una ciudad muy principal, tan importante en Cundinamarca como Cuzco, en el Perú […]. Hoy no es más que una ciudad muerta. Tunja carece de atractivos; no hay gente, no goza de Buena temperatura, no tiene aguas abundantes y buenas; en una palabra, allí no hay nada de nada.30
Algunas décadas después, Manuel Ancízar compartió una afirmación más elaborada, aunque igualmente pesimista: “¿Qué le ha quedado, pues, a Tunja, ciudad sin artes, sin agricultura, sin comercio propiamente dichos?”. Luego elaboraba esta miraba:
Tunja es para el granadino un objeto de respeto, monumento de la conquista y sus consecuencias, que es la edad media de nuestro pais, y una especie de osario de las antiguas ideas de Castilla esculpidas y conmemoradas en las lápidas de complicados blasones puestas sobre las portadas de las casas, o viviendo todavia dentro de los conventos, es decir, fuera del siglo y extrañas a todo comercio humano con el cual ha cesado de armonizar: mansión de hidalgos a quienes la revolución republicana cogió de improviso, y la aplaudieron sin echar de ver que les traía el final politico de los privilegios y el término social de las ejecutorias.31
En sus Memorias de 1831, José Ignacio de Márquez escribió en términos generales acerca de los perjuicios económicos generados por las importaciones baratas de textiles, y daba el ejemplo de la ruina de la cordillera Oriental:
En efecto, esta esecsiva libertad ha hecho bajar considerablemente el precio de aquellos jeneros, y los nuestros no han podido competir con ellos. Así es que no tienen espendio, y los pueblos se han visto en la dura necesidad de abandonar sus fábricas, de donde ha resultado igualmente la baratía, ó mas bien el casi ningun consumo de las materias primeras con perjuicio de la agricultura, y de la cria de Ganado lanar. Si hay algunos que duda de esta verdad no tiene mas que recorrer las industriosas provincias del Soccoro, Tunja, Bogotá y Pamplona, ántes bastante productoras y hoy abandonadas y pobres.32
En 1830, el intendente de Tunja se refería a la situación y presentaba un ambicioso plan para revitalizar la manufactura. También citaba la ausencia de industria en torno a Tunja, señalaba que el único vínculo económico estaba ligado a la agricultura o al papel de la ciudad como capital y mencionaba, particularmente, los salarios que les pagaban a los funcionarios del Gobierno. Él proponía que este apoyara el establecimiento de una fábrica que produjera ropa de lana, para estimular la manufactura, la crianza de ovejas y otras mercancías.33 Soban no recibió ningún apoyo para su propuesta.
La principal actividad de la región era la agricultura, sobre todo aquella dedicada a los cultivos de consumo local, aunque también había algo de cría de animales. Adicionalmente, el ganado de Casanare era llevado a Bogotá, en donde era engordado después del arduo viaje desde los llanos, y se lo preparaba para su eventual consumo en Santander o Cundinamarca. La sal era un elemento clave en esa industria. En un estudio sobre la industria boyacense, Agustín Codazzi mencionaba la producción de calzado, sombreros, miel, cera, productos de caña de azúcar (sobre todo aguardiente) en las áreas de altitud baja, cerámicas –incluidos los azulejos–, madera preparada y objetos de metal que eran producidos por unas pocas docenas de herreros.34 Su optimismo sobre las posibilidades de la economía regional no le impidió hacer descripciones con toda franqueza, como la afirmación de que en cuanto a las “manufacturas” de Miraflores, en el Valle de Tenza, “propiamente hablando no las hay. Todo en este cantón está por crear. Apenas tejen cien piezas anuales de lienzo de algodón, exportando la mitad, que representa un valor de 300 pesos”.35
La Salina, en el cantón de El Cocuy, se destacaba. Un impuesto especial sobre la riqueza individual, establecido en 1821, pero solo cobrado en Boyacá hasta 1823, es un punto de referencia para comparar la economía de El Cocuy con el resto de Boyacá. Por cantón, Sogamoso tenía el promedio más alto de pago en la contribución, seguido de El Cocuy, Santa Rosa y Garagoa, con Soatá y Tenza cayendo por debajo de la tasa provincial (tabla 2).36