Compendio de la fe cristiana. John Schwarz

Compendio de la fe cristiana - John Schwarz


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Elías. Elías fue el primero y el más importante de los profetas orales. Profetizó en el norte, enfrentó al rey Acab y a la reina Jezabel y derrotó a los profetas de Baal en el Monte Carmelo. Según el profeta Malaquías, Elías, que fue llevado al cielo en un torbellino (2 R. 2.11), regresará para anunciar al Mesías (Mal. 3.1 y 4.5). En el Nuevo Testamento se describe a Juan el Bautista en un lenguaje que tiene reminiscencias de Elías (compare 2 R. 1.8 y Mt. 3.4), y se lo identifica como uno “semejante a Elías” que anuncia la llegada del Mesías (ver Mt. 17.12 y 13 y Lc. 7.24–27).

      • Amós. Amós es el primer profeta cuyas palabras fueron registradas en un libro que llevó su nombre. Se considera a Amós como el más grande de los profetas menores, en lo que se refiere a su estilo, su mensaje y su personalidad. Amós profetizó en el reino del Norte a partir de la década del 770 a.C. Se pronunció contra la superficialidad de Israel, contra la adoración vacía y contra el trato injusto a los pobres; declaró que a Jehová no le interesaban las falsas ofrendas de Israel; él quiere “que fluya el derecho como las aguas, y la justicia como arroyo inagotable” (5.24).

      Para Amós, pecar contra otra persona era pecar en contra de Dios, un refrán al que hace eco el apóstol Juan en su primera carta: “Si alguien afirma: “Yo amo a Dios”, pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto” (1 Jn. 4.20).

      • Oseas. Oseas fue un israelita que ejercitó su ministerio unos diez años después que Amós. En contraste con el mensaje de condenación y destrucción que anunciaba Amós, Oseas fue un profeta que ofrecía esperanza, si tan sólo Israel se mostraba fiel. El libro comienza con la orden que Dios le da a Oseas de “Ve y toma por esposa una prostituta, y ten con ella hijos de prostitución, porque el país se ha prostituido por completo. ¡Se ha apartado del Señor!” (1.2). Oseas se casa con Gomer, que le da dos hijos y una hija y, después, vuelve a la prostitución. Aunque no hay acuerdo entre los estudiosos respecto a si este relato debe entenderse en sentido autobiográfico o alegórico, una perspectiva convincente es que Dios le ordenó a Oseas que se casara con Gomer para que pudiera conocer y hablar sobre el dolor de la infidelidad en términos personales, el dolor que Dios sufría por la infidelidad de Israel, por sus sacerdotes corruptos, su idolatría, su ingratitud.

      El tema o leitmotiv del matrimonio tiene un contenido simbólico poderoso: compara el pacto de Dios con Israel en el Monte Sinaí con el pacto de amor y fidelidad en el matrimonio. Un tema similar se encuentra en la descripción que Pablo hace de Cristo como novio de la iglesia, que es su esposa (Ef. 5.23). Otro tema en Oseas es el de la resurrección, que algunos estudiosos interpretan en el versículo 6.2: “Después de dos días nos dará la vida; al tercer día nos levantará, y así viviremos en su presencia”.

      • Isaías. Isaías era natural de Judea y vivió en los años 700 a.C. Es el profeta que con más frecuencia se cita en el Nuevo Testamento. Muchos investigadores creen que el libro de Isaías tiene dos autores: los capítulos 1–39 escritos por “Isaías, hijo de Amós” a fines del siglo VII a.C., durante los reinados de cuatro reyes de Judea; y los capítulos 40–66, escritos por un profeta desconocido (denominado como segundo o deutero Isaías), en los años 540, hacia fines del exilio de Israel en Babilonia. La autoría múltiple del libro de Isaías es un tema importante entre los estudiosos, pero no entre los laicos. Para citar al evangelista norteamericano del siglo XIX, Dwight L. Moody: “¿Qué valor tiene hablar de los dos Isaías cuando la mayoría de la gente no ha oído hablar siquiera de uno?”

      El libro de Isaías contiene profecías que el Nuevo Testamento interpreta como mesiánicas: el enviado de Dios que nacería de una virgen y al que llamarían “Emanuel” (Is. 7.14; Mt. 1.23); el Espíritu Santo vendrá sobre él para anunciar “buenas nuevas” (Is. 61.1 y 2; Lc. 4.16–21); él establecería el trono de David y reinaría para siempre (Is. 9.6 y 7; Lc. 1.32 y 33). Con todo, las profecías más importantes son las que se refieren al “Siervo sufriente” que vendría a “interceder por los transgresores” y a llevar “el pecado de muchos” (Is. 53.12). Jesús entendió que estos versículos se referían a su persona. Él declaró que había venido para dar su vida como “rescate por muchos” (Mr.10.45); dijo a sus discípulos que las profecías en Isaías 53 debían cumplirse en él (Lc. 22.37); dijo a los dos que iban por el camino a Emaús que él era el que había venido para “sufrir esas cosas” (Lc. 24.26).

      • Jeremías. Jeremías vivió unos cien años después de Isaías, en los últimos años del reinado del Sur. Su ministerio se prolongó durante cuarenta años. Sabemos más acerca de Jeremías que de cualquier otro de los profetas, por el material autobiográfico que contiene su libro. Jeremías fue rechazado por su pueblo porque profetizó el inminente juicio de Dios, y esto le acarreó mucho sufrimiento personal. Algunos lo llaman el “padre” de los santos. Según William Neil, “la principal contribución de Jeremías reside en el testimonio de su propia vida. Es la encarnación del mensaje profético, y esto es lo que hace de él la figura más humana y más comprensiva en el Antiguo Testamento … [Su] vida tiene más semejanza con la de Jesucristo que la de cualquier otro personaje del AT” (Harper’s Bible Commentary [Comentario Bíblico editado por Harper]).

      Sin embargo, lo que más se recuerda de Jeremías es su profecía sobre un nuevo pacto: “Vienen días —afirma el Señor— en que haré un nuevo pacto” (Jer. 31.31). El Nuevo Testamento interpreta que este nuevo pacto fue instituido por Jesús durante la Ultima Cena: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes” (Lc. 22.20).

      • Jonás. La historia de Jonás y la ballena —en realidad, un pez grande— es una de las historias del Antiguo Testamento que más se conoce. El libro de Jonás contiene el relato acerca de un profeta (aunque probablemente no es el profeta que se menciona en 2 R. 14.25), no solamente las palabras de un profeta. Algunos consideran que este libro enseña acerca del amor universal de Dios, porque demuestra que no podemos huir de Dios cuando él nos llama para anunciar su amor a otros: aun si esos “otros” son nuestros más odiados enemigos, nuestros “asirios”.

       Las profecías mesiánicas

      Según algunos recuentos, hay más de cuatrocientos profecías mesiánicas en el Antiguo Testamento. Debemos ser cautelosos cuando consideramos dichas profecías porque algunas permiten más de una interpretación; es decir, no debemos forzarlos a decir más de lo que dicen. Lo que podemos decir, con mucha confianza, es que las profecías del Antiguo Testamento claramente señalan algo por venir, algo que está más adelante, algo que todavía está por ocurrir, y que el Nuevo Testamento interpreta que esto ocurrió en Jesús de Nazaret: su nacimiento virginal, su ascendencia davídica, sus obras maravillosas, sus declaraciones y promesas, su muerte dolorosa para los pecados del mundo, su resurrección que confirmó su “persona” (quién era) y su “obra” (lo que había venido a hacer).

       LOS ESCRITOS: LA LITERATURA SAPIENCIAL Y DEVOCIONAL DE ISRAEL

      Los Escritos contienen los últimos libros de la Biblia judía. Dos de ellos en realidad son colecciones, que no tienen un autor único (Salmos y Proverbios); los otros tres no son centrales a la historia de la salvación de Israel (Job, Eclesiastés y Cantar de los Cantares). En cuanto al orden de los libros, Job está primero porque está ubicado en un contexto histórico anterior a los demás. Le siguen Salmos y Proverbios, ubicados en ese orden porque David, el patrono de este género literario, vivió antes que Salomón, el patrono de la literatura sapiencial. El libro de Eclesiastés contiene las reflexiones de un anciano (“el maestro”) sobre el significado de la vida; declara que este no se encuentra ni en el trabajo, el conocimiento, el éxito o en el placer, sino en Dios (12.13 y 14); las cosas de esta vida son transitorias, como “correr tras el viento” (1.14). El Cántico de Salomón o Cantar de los Cantares, que significa “el más grandioso de todos los cánticos”, es un poema de amor.


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