Compendio de la fe cristiana. John Schwarz
universalidad del pecado humano. El resto de la Biblia, a partir del capítulo 12 de Génesis, es una respuesta a esos primeros capítulos: Dios está llevando a cabo sus planes de salvación. Lo vemos cuando llama a Abraham; cuando entra en un pacto con Abraham, con Moisés y con David; cuando establece a Israel en la tierra de Canaán; cuando llama a los profetas para que desafíen a Israel a volver al pacto que hizo con ellos en el Monte Sinaí; y cuando viene a la tierra en la persona de Jesús de Nazaret.
Los “llamados” en la Biblia
En la historia bíblica, Dios llama a personas a ser agentes en su plan de salvación. Según Claus Westermann, estudioso del Antiguo Testamento, los llamados de Dios tenían varios elementos en común:
• El propósito del llamado de Dios era enviar a la persona llamado a una misión: Abraham fue enviado a Canaán, Moisés de regreso a Egipto, Samuel a Saúl y luego a David, Pablo a los gentiles.
• La persona llamada no estaba buscando recibir ese llamamiento: Abraham estaba con su familia en Harán, Moisés estaba cuidando el rebaño de Jetro en Madián, Samuel estaba con Elí, Isaías no se consideraba digno de su llamado, Jeremías pensaba que era demasiado joven, Pablo estaba persiguiendo cristianos en Damasco.
• El llamado vino desde afuera: Abraham escuchó una voz, Moisés vio una zarza ardiente, los profetas recibieron sueños y visiones, Pablo fue encandilado por una luz.
• El llamado cambió el destino de muchas personas: el Éxodo de Egipto (Moisés), la invasión y ocupación de Canaán (Josué), el reinado davídico en Israel (Samuel), la evangelización a los gentiles (Pablo).
• La persona que recibía el llamado no respondía por el beneficio de su propia gloria sino por la gloria de aquel que lo había llamado, es decir, Dios.
La respuesta bíblica al llamado de Dios con frecuencia es “Aquí estoy”, como en el caso del llamado que recibió Abraham para sacrificar a Isaac (Gn. 22.1), Moisés en la zarza ardiente (Ex. 3.4), Samuel en su condición de aprendiz de Elí (1 S. 3.4, 6 y 8), la coronación de David (Sal. 40.7), la respuesta de Isaías a la pregunta de Dios: “¿A quién enviaré?” (Is. 6.8) y la de Ananías en Damasco (Hch. 9.10).
Abraham: El patriarca fundador (Génesis 12 a 25)
La historia bíblica no comienza con el nacimiento de Jesús en Belén. Comienza con el llamado a Abraham, el padre de Israel, en Jarán. Abraham nació hace cuatro mil años (2000 a.C.) en Ur de los Caldeos, al norte del Golfo Pérsico, en territorio que hoy es Iraq, una ciudad sumeria cuya gente era culta, manufacturaba cobre y vidrio, tenía vehículos con ruedas y practicaba la astronomía, la medicina y las matemáticas.
• El llamado a Abraham. El llamado a Abraham es la elección de Israel para constituirse en el pueblo elegido de Dios. De todas las naciones del mundo, Dios eligió un hombre, Abraham, para ser el padre fundador de una comunidad que sería luz de Dios para las naciones y traería bendición de Dios a todos los pueblos. ¿Por qué Dios llamó a Abraham? No se nos dice por qué. Según escritos rabínicos posteriores, Dios llamó a muchos pero sólo Abraham respondió.
• Las promesas de Dios a Abraham. En Génesis 12, Dios habló a Abraham, a la edad de 75 años, en Jarán, donde vivía con su padre Téraj y su familia. Dios le dijo: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré”. Esta era una orden difícil de cumplir porque en los tiempos antiguos la unidad familiar permanecía intacta hasta que moría el patriarca. Luego Dios hizo tres promesas a Abraham. Primero, le dijo que sería el padre de una “gran nación” (Dios cambió su nombre Abram por Abraham, que significa “padre de muchos”). Segundo, por medio de él “todas las naciones de la tierra” recibirían la bendición de Dios (el favor divino). Tercero, la descendencia de Abraham recibiría “esta tierra”, la región de Canaán, la tierra prometida.
• Gracia y fe. La historia de Abraham es una historia de gracia y fe, un relato que va desde Génesis hasta Apocalipsis. En lugar de abandonar a la humanidad caída, a ese pecaminoso mundo que se presenta en Génesis 1 a 11, Dios llamó a Abraham para ser el padre de una comunidad cuya misión era llevar el amor, el perdón y la salvación de Dios a todas las naciones (“pueblos”). Abraham creyó las promesas de Dios y “el Señor lo reconoció a él como justo” (Gn. 15.6). De esa manera, la narración bíblica comienza con la gracia de Dios: su llamado a Abraham. Esta gracia divina, para que sea “gracia salvífica” debe ser aceptada por fe, y como podemos ver en el desarrollo de la historia bíblica, esta respuesta llega a precisarse como la respuesta por fe en Jesucristo, aquel que murió para reconciliar a la humanidad con Dios y a los seres humanos entre sí.
• El pacto abrahámico. El concepto bíblico de pacto alude a una relación entre Dios y su pueblo, e incluye tanto promesas como obligaciones. Los tres pactos importantes que Dios hizo con Israel fueron: el pacto de elección con Abraham, del cual la “señal” fue la circuncisión (para la mayoría de los cristianos la señal de pertenecer a Dios es el bautismo); el pacto formal con Moisés en el Monte Sinaí, expresado, en parte, en los Diez Mandamientos; y el pacto con David, prometiéndole que uno de sus descendientes sería rey en un reinado que no tendría fin.
Isaac: el hijo prometido (Génesis 24 a 28)
Abraham iba a ser el padre de una gran nación, pero su esposa, Sara, era estéril, un tema que se presenta a lo largo de todo el Antiguo Testamento y también en el Nuevo, en el caso de Elizabet, la madre de Juan el Bautista. (En la narración bíblica, la gracia de Dios es mayor que la esterilidad de Sara y de otros, y la supera para seguir adelante con el plan de salvación.) Abraham y Sara eran de edad avanzada, pero Dios les proveyó un hijo, Isaac, tal como había prometido.
Cuando Isaac era un muchacho jovencito, Dios ordenó a Abraham que lo llevara al Monte Moria (que según algunos investigadores sería el sitio donde luego Salomón construyó el templo de Jerusalén) y lo ofreciera como ofrenda quemada u holocausto. Abraham obedeció, pero a último momento Dios proveyó un carnero para ser sacrificado. Algunos se han preguntado por qué Dios puso en esa prueba a Abraham, si ya se había propuesto proveer el cordero a último momento. El escritor judío Elie Wiesel, en su libro Messengers of God (Mensajeros de Dios), dice que Dios sabía acerca del cordero —como lo sabemos nosotros al leer la historia— en tanto Abraham no lo sabía. En esto consistía la prueba final de Abraham. Así mostró ser fiel y obediente, alguien con quien Dios podía contar para llevar a cabo su plan de salvación. En sus cartas a los gálatas y a los romanos, Pablo presenta a Abraham como alguien que, por fe, obedeció a Dios y fue “justificado” (puesto en paz con Dios).
Jacob y José (Génesis 27 a 50)
El segundo patriarca fue Isaac, el hijo de la promesa, a quien Dios bendijo después de la muerte de Abraham. No tenemos muchos relatos respecto a Isaac; es más bien el nexo entre Abraham y Jacob. La narración sobre la historia patriarcal de Israel termina con Jacob, cuyos hijos llegaron a ser las “tribus” de Israel, y con José, que trajo a Jacob y a su familia a Egipto.
• Jacob. Isaac se casó con Rebeca y tuvieron dos hijos jemelos, Esaú y Jacob. Jacob, el menor, engañó a su padre y recibió la primogenitura (los privilegios que correspondían al primogénito). Huyó a Jarán (al este de Canaán) para escapar de Esaú, se casó con dos hijas de Labán (Lea y Raquel) y por medio de ellas y de sus dos siervas tuvo doce hijos. Más tarde, en Peniel (que significa “rostro de Dios”), Jacob luchó con un ángel de Dios, y este cambió el nombre de Jacob por el de