Compendio de la fe cristiana. John Schwarz
mensaje es el pacto: el pacto que Dios hizo con Israel, y por medio de Jesús, con toda la humanidad. Otros dicen que el tema de la Biblia es la historia de la salvación: las revelaciones sucesivas y progresivas que Dios nos dio para que pudiéramos llegar al conocimiento de la verdad y ser salvos (1 Ti. 2.4).
Una variación sobre los temas del pacto y de la historia de la salvación es el de promesa y cumplimiento: la promesa de un Mesías que vendría de la familia de David (2 S. 7.12–16) y de un nuevo pacto (Jer. 31.31); y el cumplimiento de esas promesas en Jesucristo (Lc. 1.31–33), quien instauró un nuevo pacto en la Última Cena (Lc. 22.20).
En cuanto al mensaje que comunica la Biblia, el primer lugar donde debemos buscarlo es en la Biblia misma. C. H. Dodd, en su clásico libro The Apostolic Preaching (La predicación apostólica), afirma que el mensaje esencial de la Biblia se puede extraer de las predicaciones de Pedro y de otros en el libro de los Hechos, y de las cartas de Pablo. Lo que sigue es un ejemplo de la enseñanza apostólica que encontramos en el discurso de Pedro en casa de Cornelio en el libro de Hechos (10.34–43): Dios anunció al pueblo de Israel que Jesús, aquel de quien “dan testimonio todos los profetas” era “Señor de todos [lo] mataron … colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y dispuso que se apareciera, no a todo el pueblo, sino a nosotros, testigos previamente escogidos por Dios … comimos y bebimos con él después de su resurrección … El ha sido nombrado por Dios como juez de vivos y muertos … todo el que cree en él recibe, por medio de su nombre, el perdón de los pecados”. El mensaje de la Biblia es que Jesucristo es aquel a quien Dios envió, aquel de quien profetizaron los profetas y dieron testimonio los apóstoles; el que fue enviado a morir por nuestros pecados, a perdonarnos, a juzgarnos y a salvarnos; aquel que fue enviado para reconciliarnos con Dios el Padre y también para reconciliarnos unos con otros.
LA NARRACIÓN BÍBLICA
La narración bíblica es la revelación progresiva de Dios tal como se registra en las Escrituras judías y cristianas: la historia de los pactos de Dios con Noé, Abraham, Moisés y David en el Antiguo Testamento y del pacto de Dios por medio de Jesús en el Nuevo Testamento.
Los primeros pactos de Dios
El prólogo de la historia bíblica (Gn., capítulos 1 a 11) relata cómo Dios creó los cielos y la tierra, a la vida en toda su maravillosa variedad, al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza; relata cómo estos se rebelaron contra Dios y fueron alienados de él. La “historia de la salvación” comienza con el llamado de Abraham a iniciar una comunidad (el “pueblo elegido”) para que por medio de ellos Dios bendijera a todas las naciones. Para mostrar su amor y sus propósitos con Israel, Dios liberó a los israelitas de la esclavitud en Egipto (este es el “evento salvífico” del Antiguo Testamento) y entró en un pacto con el pueblo en el Monte Sinaí. Más tarde, Dios prometió que un descendiente del rey David sería el líder de un reino que no tendría fin. Israel esperaba ese Mesías, el Ungido, que vendría de la casa de David. Malaquías dijo que Elías regresaría para anunciar al Mesías (Mal. 3.1; 4.5); Isaías dijo que llevaría sobre sí los pecados del mundo (Is. 53); el salmista profetizó que el Mesías sería ridiculizado y abandonado pero luego Dios lo rescataría y vindicaría para bien del mundo entero (Sal. 22).
El pacto definitivo de Dios
El Antiguo Testamento es una historia en búsqueda de su fin, lo cual viene con el Nuevo Testamento. En “la plenitud de los tiempos” el Espíritu Santo de Dios vino sobre María, quien dio a luz a Jesús en Belén, la ciudad de David. Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, figura de Elías, quien anunció que Jesús era aquel a quien Israel había esperado por tanto tiempo. Jesús prometió la vida eterna a todos los que creyeran en él. En la Ultima Cena instauró un pacto nuevo y más inclusivo. En el año treinta (algunos dicen que fue en el año 33), Jesús fue condenado a muerte por las autoridades de Jerusalén, pero Dios lo resucitó de entre los muertos para confirmar así su misión y su mensaje. Cuando Jesús fue arrestado, sus discípulos, al ver que corrían peligro de morir ellos también, se escondieron. Pero el Jesús resucitado se les apareció, enseñándoles y ordenándoles que fueran sus testigos “hasta los confines de la tierra”. Hoy, con casi dos billones de adherentes, el cristianismo es la religión más numerosa y más universalmente extendida en el mundo.
Las verdades centrales que declara el cristianismo son que Jesús es Dios encarnado, que murió una muerte vicaria por nosotros, que fue resucitado de entre los muertos, y que todos los que creen en él no perecerán sino que tendrán vida eterna (Juan 3.16). ¿Hay alguna evidencia de que Jesús se resucitó de entre los muertos? La evidencia más segura es el testimonio de aquellos que sufrieron el martirio por su fe. Para parafrasear al fallecido Paul Little: “La gente puede estar dispuesta a morir por aquello que cree que es verdad … pero nadie moriría voluntariamente, como lo hicieron muchos de los seguidores de Jesús, por algo que estuviesen convencidos que era falso” (Know What You Believe [en cast. La razón de nuestra fe]).
LA TRANSMISIÓN Y LAS TRADUCCIONES DE LA BIBLIA
Los primeros manuscritos eran rollos, semejantes a aquel del cual leyó Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc. 4.17–20). Estaban escritos en papiro (hecho de juncos), más tarde sobre pergamino (cueros de ovejas, cabras y otros animales) y finalmente sobre papel. A comienzos del siglo II (ca. 130), los manuscritos comenzaron a ser producidos como libros, en páginas; se llamaron codex (singular) o códices (plural) y tenían páginas que podían pasarse una a una.
Como otros libros del mundo antiguo, las Biblias se escribían enteramente con mayúsculas. Las letras mayúsculas y minúsculas fueron introducidas en el siglo IX, y los intervalos dos siglos más tarde. No hubo indicación de capítulos hasta que Stephen Langton, profesor de la Universidad de París y más tarde arzobispo de Canterbury, dividió la Biblia en capítulos, en 1226. Luego, Robert Estienne, un imprentero francés radicado en Génova, dividió los capítulos en versículos en 1551. La Biblia Genovesa, publicada en 1560, fue la primera Biblia en la que el texto estaba organizado en versículos. Originalmente, las copias de la Biblia se hacían a mano, tarea que realizaban los escribas; las copias eran escasas y muy costosas (se estima que el Codex Sinaiticus requirió el cuero de 360 cabras y ovejas). En el año 1456, Johann Gutenberg, de Mainz, Alemania, inventó la imprenta y entonces la producción de Biblias ya no se hizo a mano sino con tipos movibles.
Primeras traducciones
Las primeras Biblias se escribieron en griego, pero ya en el siglo II d.C. la Biblia empezó a traducirse a otros idiomas. En el año 405, Jerónimo, el más destacado investigador y lingüista de su época, terminó su traducción de las Escrituras Hebreas y del Nuevo Testamento griego al latín, versión que llegó a conocerse como Vulgata, del latín vulgatus, palabra que significa “común” o “corriente” (idioma). La Vulgata llegó a ser la Biblia de la iglesia occidental hasta la Reforma, y fue la base de todas las traducciones católico romanas hasta 1943. La Vulgata fue la primera Biblia que se imprimió con tipos móviles (la Biblia de Gutenberg, llamada así por el inventor de la imprenta).
Traducciones al castellano
La Biblia ha sido hasta hoy, y seguirá siendo en la providencia de Dios, el libro que mayor número de traducciones ha tenido en el mundo a lo largo de los siglos.
Los informes de las Sociedades Bíblicas Unidas indican que para 1990, toda la Biblia,