Manifiesto para la sociedad futura. Daniel Ramírez

Manifiesto para la sociedad futura - Daniel Ramírez


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esa situación, me daba la impresión de que los sectores demócratas, innovadores o de izquierdas, estábamos bastante mal preparados para tal proceso.

      Las derechas políticas y clases privilegiadas tienen en general muy claro cómo debería ser el sistema del futuro: lo más parecido posible al actual, que asegura sus privilegios. La situación me parecía sorprendentemente paralela —si no semejante— a la que se vivía en Francia, mi lugar de residencia la mayor parte del año, donde grandes desilusiones de la socialdemocracia alejan cada vez más a los electores de las urnas. Finalmente, las sociedades, con miles de características específicas, no son tan diferentes y muchas de ellas deben afrontar problemas profundos y desafíos de transformación para los cuales no están preparados.

      Se trata entonces de una reflexión que aspira al largo alcance, construida con tiempo y en absoluto ante la urgencia del movimiento social actual. Por ello la coincidencia de fechas me parece significativa y estimulante, porque el movimiento actual de alguna manera responde al diagnóstico en el que se basa este libro, que sin embargo apunta más bien a las soluciones, a la imaginación de un futuro.

      Por otra parte, este libro estaba a punto de imprimirse cuando se desata la pandemia de Covid-19, que desde marzo 2020 implicó el confinamiento de la mayoría de la población mundial. Situación inédita en la historia humana, de la cual será, por cierto, largo y difícil obtener enseñanzas coherentes, por lo que no podremos más que mencionarla en un breve post scríptum agregado al final.

      Desde la concepción del proyecto, hace varios años, la intención es contribuir a la reflexión necesaria para afrontar un proceso constitucional y en general los cambios importantísimos que se hacen cada vez más ineluctables en las sociedades humanas. Contribución tal vez modesta, porque personal, pero con la firme convicción de que la puesta en cuestión al nivel de las ideas debe ser profunda y que más vale que las ideas sean radicales si se trata de ir a la difícil confrontación y negociación que implica un proceso constituyente, que por cierto no podrá solucionar todos los problemas ni debiera agotar las interrogaciones que plantea la construcción de la sociedad futura. Pero con la convicción de que es posible, con la optimista intuición de que el futuro está abierto y que disponemos de las herramientas para realizar el hermoso y excitante trabajo de construirlo.

       Introducción

      

      El mundo cambia, las sociedades se transforman. Transiciones de época, mutaciones de cultura, evolución y revoluciones, la permanente deconstrucción y reconstrucción del mundo común de los seres humanos, todo ello está en relación con la reformulación de concepciones filosóficas de la sociedad, éticas, antropologías y filosofías políticas; es decir, con la emergencia de ideas nuevas. Algunos piensan que las ideas no mueven al mundo, sino que son más bien las condiciones materiales, la producción y distribución de riquezas y las luchas por el poder de los grupos sociales las que lo hacen. Otros han renunciado a comprender, como si el curso de las cosas escapara totalmente al ser humano y como si los cambios se hicieran solos, sin intervención de la voluntad humana. Contrariamente a esta última actitud, y sea cual sea el sentido de lo que prima en la primera disyuntiva, creo que podemos afirmar claramente que, sin ideas nuevas, sin inspiraciones, sin orientaciones de futuro, la política no tiene porvenir, ni siquiera para quienes tienen intereses y reivindicaciones determinados claramente por las relaciones materiales y los juegos del poder.

      Por otra parte, sabemos intuitivamente que no todo es asunto de bienes, recursos, dinero, poder y dominación, aunque todo ello tenga gran importancia. También existen dimensiones de justicia y dignidad, de reconocimiento y memoria, de saber y sentir, de inteligencia y belleza, de valores y sensibilidades, y todo ello cuenta en la construcción de una sociedad. La cultura y las ideas no son ni una simple “superestructura” ni tampoco un mundo aparte; todo está relacionado tanto de manera vital como simbólica.

      El mundo cambia, cierto, pero no tanto como quisiéramos. Lastres del pasado pesan sobre el presente y bloquean el futuro de las personas, de las sociedades y de la humanidad. Lacras políticas, insuficiencias económicas, aberraciones humanas y patologías sociales, como el hambre, la pobreza, la ignorancia, la violencia, la explotación, la corrupción, el desprecio por las personas, el odio, el fanatismo, la destrucción de la naturaleza, la degradación de las culturas y la obsesión consumista y posesiva. Taras múltiples que forman una red sistemática en la cual se refuerzan unas a otras. Es lo que corrientemente se llama “el sistema”, pero sin mayor rigor conceptual (¿qué es “el sistema”?) y sobre todo sin perspectivas de poder cambiarlo substancialmente.

      Por eso una nueva filosofía política parece necesaria.

      Una filosofía política, por cierto, no necesita resolver todos los enigmas del universo ni debe obligatoriamente formar parte de una concepción sistemática y totalizante, porque los regímenes políticos modernos deben ser pluralistas y abiertos, deben tener lugar para todos. Es decir, deben ser aceptables para diversas concepciones del mundo, convicciones, filosofías, espiritualidades y metafísicas, las cuales por cierto no deben afirmarse como poseedoras definitivas de la verdad; el error y los cambios de paradigma son posibles. Sin embargo, parece indispensable al menos ponerse en marcha hacia otro pensamiento filosófico, basado en una concepción nueva —al menos tentativa— de lo que es el ser humano, de las relaciones sociales y de las interacciones de la sociedad con el mundo no humano.

      Por cierto, una ontología global acabada no parece estar al alcance por el momento, pero debe poder quedar abierta la posibilidad de avanzar continuamente hacia otra comprensión del mundo y de la existencia, asegurándose de que la proposición no sea en absoluto dogmática y pueda ser completada ulteriormente. Es necesario al mismo tiempo dinamizar el pensamiento crítico, que no es lo más difundido en la cultura actual, que no solo no lo cultiva, sino que más bien lo desalienta. Hay que osar perspectivas éticas globales de nuestra vida y no conformarse con las “éticas minimalistas”, fragmentadas, pragmáticas, visiones superficiales de esto o lo otro, que sirven tal vez para orientarse en cierto dominio profesional, pero que en gran medida sirven también para no cuestionar el sistema y el modo de vida global en el cual estamos inmersos. Y, en todo caso, lo que está clarísimo es que las archiconocidas visiones del pasado ya no tienen capacidad de inspirar cambios ni de entusiasmar a nadie y menos aún a la juventud, y por ello han perdido en gran parte la capacidad de engendrar futuro.

      Afortunadamente, muchas cosas nuevas emergen en el mundo, propuestas llenas de sentido y vitalidad: movimientos sociales, experimentos políticos, acciones colectivas, iniciativas organizacionales, innovaciones técnicas, soluciones prácticas, opciones artísticas, estilos de vida, sensibilidades, lenguajes inspirantes, invenciones en todos los niveles. Estos impulsos, aunque muchas veces luminosos y generosos, están en general dispersos, muchas veces se ignoran los unos a los otros, y merecen por ello ser puestos en relación en una filosofía política y un proyecto de sociedad. Creo justamente que la dispersión es uno de los factores que frenan el empoderamiento de estas tendencias nuevas. Un nuevo proyecto de sociedad debe al menos posibilitar esta puesta en relación, dar cabida a los nuevos impulsos que nacen en el mundo. Por supuesto, intentar una visión de conjunto aumenta el riesgo de equivocarse, pero ese es el precio de una actividad filosófica que no pretenda solamente vender papel impreso.

      Un proyecto de sociedad, que se entienda bien, es un proyecto de nueva sociedad, lo que implica asumir sin miedo ni complejos una cierta radicalidad. No se trata de la continuación de cosas diversamente apreciadas, como reformas vagamente sociales pensadas para que sean compatibles con el sistema actual, y mucho menos cuando ellas, incluso con un cierto barniz humanista, tienden a intensificar el proceso de globalización neoliberal, insaciable en su voluntad de dominio planetario. Así, más vale decirlo de entrada: se trata de refundar la sociedad desde la base, de reconstruir un pacto social, de recomenzar nuestra vida en común.

      Podría hablarse de “revolución”, pero prefiero no utilizar esa palabra, que significa literalmente dar una vuelta entera1, y sobre todo que está históricamente ligada a momentos de violencia,


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