Manifiesto para la sociedad futura. Daniel Ramírez
en cuestiones de sociedad y costumbres, y acercándose, a veces con brío, a inquietudes ambientalistas y culturales, los hábitos tanto ideológicos como de militancia y de disciplina hacen que el comunismo continúe pareciendo indigesto en casi todo el planeta.
Lo que quisiéramos es una renovación del socialismo, una revitalización de sus inspiraciones. Pero la expresión “neosocialismo” no parece tampoco utilizable debido a que, si tuviera respecto al socialismo la misma relación que el “neoliberalismo” tiene respecto al liberalismo clásico, más que en una evolución, ello haría pensar en una degeneración perversa, en esa versión hipertrofiada y enferma que yo llamo también “liberalismo real”.
Por otra parte, las ideas de este manifiesto son claramente ecologistas. ¿Por qué no conservar simplemente el apelativo “ecologismo”? La razón es que los movimientos ecologistas y los partidos verdes, desde su nacimiento, han sido fuertemente minoritarios y no han conseguido convencer a las mayorías de electores ni a las élites gobernantes. Parte de ello es comprensible debido a la novedad de lo que planteaban, pero desde hace décadas la conciencia mundial acerca de la urgencia de las crisis medioambientales no ha cesado de crecer; la ecología está en todos los discursos, grandes conferencias mundiales han sido organizadas. Y, paradójicamente, los partidos ecologistas han permanecido casi al mismo nivel, con altibajos. A veces, en Europa, han integrado coaliciones de gobierno con las tendencias socialdemócratas, defendiendo políticas sin duda de buen sentido, logrando algunas cosas positivas, pero, como dijimos más arriba, absorbidos por el poder socialdemócrata (en vías de neoliberalización), se han conformado con medidas ínfimas y se han forzado a creer en el supuesto “capitalismo verde”25 y el desarrollo sustentable26, para no perder sus participaciones ventajosas en dichas coaliciones, y todo esto al mismo tiempo en que se desgastaban en luchas y divisiones internas en las cuales son unos verdaderos especialistas. De más está decir que todo ello ha minado, cuando no aniquilado, su credibilidad.
Es más, un segmento importante de los movimientos ecologistas nunca ha tomado en cuenta seriamente la relación íntima entre la destrucción del medio ambiente y el capitalismo, sin percibir la incompatibilidad de este sistema mundializado (basado en el crecimiento económico sin límites y el enriquecimiento sin frenos) con la preservación del ecosistema global de la biósfera terrestre, insistiendo en proclamarse cómodamente “ni de izquierda ni de derecha”. Esto, aunque suene bien para algunos, anula gran parte de su sentido político, y suena a una oportunista manera de reservase para optar a puestos de ministro del Medioambiente cualquiera que sea la coalición ganadora.
Sin embargo, hay un movimiento que ha intentado hacerlo, reivindicando con cierta lógica el apelativo “ecosocialismo”, forjado desde los años ochenta, e inspirado por el aporte de personalidades de gran valor, como André Gorz y René Dumont en Francia, Rudolf Bahro27 en Alemania. La expresión fue inventada por el pensador estadounidense Joel Kovel y el investigador brasileño-francés Michael Löwy, que produjeron incluso un Manifiesto ecosocialista en el año 200128. Este movimiento, muy ligado a ciertas tendencias del altermundialismo de la misma época, intentaba pertinentemente un acercamiento de la crítica a la economía capitalista propia al izquierdismo marxista tradicional y de las exigencias de la ecología política naciente.
Mis proposiciones están cerca de las de ese movimiento, que considero con gran interés. Ciertas razones me llevan sin embargo a elegir otro nombre. La más importante es que el movimiento “ecosocialista” a mi juicio permanece demasiado deudor de la esfera ideológica marxista; una de su finalidades más evidentes es agregar el tema ecológico al socialismo tradicional, compensando lo que ellos mismos aceptan como una limitación del pensamiento de Marx: el hecho de que haya hablado muy poco de ecología (en realidad la temática está casi totalmente ausente en la obra de Marx), como si al socialismo tradicional de inspiración marxista le faltara únicamente la ecología para ser una doctrina completa, un poco como se dice de un dispositivo muy eficaz, que “solo le falta hablar”. Yo no creo en absoluto que sea el caso; creo que le faltan muchos elementos fundamentales y que el socialismo debe reinventarse. Esa proximidad estrecha e incluso dependencia del socialismo marxista es un lastre para muchos movimientos, con su omnipresente interpretación de todo bajo el prisma de la lucha de clases. No solo porque ello crea “anticuerpos” en muchas personas, sino por razones de pensamiento político: la configuración de las sociedades en clases sociales —si bien las desigualdades persisten— es muy difícil clasificarlas actualmente en explotadores y explotados, y el lenguaje que separa a la burguesía del proletariado resulta arcaico, sin mencionar la casi desaparición de la clase obrera en muchos países29, lo que es una severa limitación de perspectiva. Como todo reduccionismo, el marxismo se priva de la comprensión de variadas esferas de la vida humana y de la sociedad, y, si bien permanece como uno de los conjuntos de ideas más significativos de la historia de la economía política moderna, claramente no es un buen punto de partida para una nueva filosofía política.
En general, la idea de reunir dos términos importantes para producir una expresión compuesta presenta un defecto adicional, que es el de considerar que habría solo dos aspectos fundamentales. Así, según la sensibilidad o la inspiración podríamos encontrar, al lado del ecosocialismo, formulaciones como “ecofeminismo”30, por cierto muy pertinente, “anarco-ecologismo”, “ecología social”31, “bio-regionalismo”, “ciberfeminismo”, “eco-pacifismo”, “transhumanismo social”, “multiculturalismo liberal”, “cristianismo libertario”, “comunismo amerindio”, etc. (nada de esto es inventado). Una “solución” que tendría tal vez el mérito de la exactitud, consistiría en reunir no dos términos sino varios, todos importantes. Se llegaría así a expresiones compuestas como “eco-democracia-socio-feminista-colaborativo-libertaria”, o alguna otra fórmula de este tipo, lo que evidentemente no es utilizable en ningún tipo de comunicación.
Otro movimiento que me ha interesado mucho se ha autodenominado convivialismo, liderado por el sociólogo francés Alain Caillé, en la línea de Ivan Illich y en torno al equipo de investigación de la revista Mauss32, con la intención —que es también la mía— de inspirar un movimiento de ideas33, produciendo también un manifiesto34 y una serie de estudios a partir de este. Comparto una buena parte de lo propuesto: inquietud ecológica, desconfianza de la economía clásica, decrecimiento, profundización de la democracia, elogio de las iniciativas alternativas en marcha. El nombre “convivialismo”, sin embargo, me parece que expresa demasiado poco: todas las culturas y sociedades humanas implican formas de convivencia. Aunque ello no sea tan importante, lo es más el hecho de que en tanto movimiento permanezca un tanto al interior de esferas académicas, con una cierta tendencia al “políticamente correcto”, lo que le hace aspirar —y ello es explícito35— a una menor radicalidad que la que yo busco y tal vez se debe a que un gran número de intelectuales de tendencia muy diversas lo han suscrito36.
Por ello la opción ha sido la de conservar la palabra socialismo agregándole el prefijo trans, que no conlleva un segundo conjunto de significaciones, sino que simplemente abre el primero. El fonema trans fue utilizado por los romanos para traducir el muy importante prefijo meta, de los griegos, que quiere decir ‘más allá de’. Así, el nombre pudo haber sido “metasocialismo”. Solo que me parece académico y a más de alguien puede sonarle a metafísica, o a metalenguaje y otras entretenciones postmodernas, y me parece más sano evitar ese tipo de confusiones. Porque se trata en efecto de transportarse más allá, hacia un nuevo ideal socialista, lejos del estatismo totalitario de los países de la ex área soviética, y lejos de la decepción de la socialdemocracia. Se trata de transitar y crear puentes entre las diversas formas de movimientos emergentes, y de participar en la transformación del mundo que ya está en marcha, aunque de manera dispersa. Se trata de ir precisando colectivamente, en una búsqueda transdisciplinaria, teórica y práctica, la dirección de esta transfiguración, el sentido de la marcha hacia una nueva sociedad. Este conjunto de ideas e inspiraciones son transversales, se alimentan de un conocimiento y de reflexiones interdisciplinarias, y no debería poder constituirse en una nueva ideología dogmática y limitante, sino en un impulso colectivo de apertura y fraternidad, una vocación de acercamiento y de relaciones entre diversas posturas que persiguen un cambio de civilización, una poderosa aspiración