Manifiesto para la sociedad futura. Daniel Ramírez
niveles de autonomía, procurando que la dignidad de todos sea reconocida, inspirándose en una cultura y una ética de la hospitalidad, excluyendo toda xenofobia y lejos de todo modelo de dominación y opresión. Debemos avanzar hacia una habitación social y compartida de los territorios, ecosistemas, continentes, biosfera planetaria y noosfera intercultural del mundo.
Consecuentemente, el transocialismo es, decididamente, un pacifismo. La guerra, el militarismo y armamentismo que ella impone y justifica deben ser considerados como un vestigio del pasado subdesarrollado de la especie humana, salvo en condiciones evidentes de autodefensa y de urgencia humanitaria. Debemos dirigirnos hacia la abolición de la guerra, como ya ocurre con los sacrificios humanos, la esclavitud y la pena de muerte, teniendo en la mira una humanidad del futuro que no puede concebirse sino bajo el ideal de una paz perpetua y justa para todos los pueblos. Un cuerpo de fuerzas defensivas de dimensiones razonables seguirá siendo indispensable a toda sociedad mientras este ideal no se haya afirmado en todo el mundo. Pero su misión no debe jamás ser pervertida para fines políticos internos, imponer un régimen o reforzar una ideología. Así, una ética rigurosa y un conocimiento profundo de los derechos humanos deben ser parte esencial de la formación y dignidad de todo soldado.
Se sigue de ello que el transocialismo es un altermundialismo. Debemos avanzar hacia una regulación equitativa de los intercambios internacionales, en la cual el trabajo de unos no sea destruido para crear trabajo (explotado) para otros, ni que la producción de pueblos pobres sirva para el aumento de fortunas transnacionales privadas. Se ha afirmado que otro mundo es posible; la condición para ello es asumir que otra globalización es necesaria, que llamaremos más bien mundialización, alternativa a la puramente financiera del neoliberalismo planetario actual. El “desarrollo” no debe ser considerado desde un modelo único (industrialización y mercantilización neoliberal), sino diseñado por los pueblos mismos, partiendo de la cultura y la educación, en el horizonte de la concepción de una justicia global. Las diferencias monumentales de riqueza a nivel planetario son un problema real y un freno a un cosmopolitismo del futuro que no se deje arrastrar a la guerra económica de todos contra todos ni a proyectos neocolonialistas ni de hegemonías regionales. Agriculturas y producciones tradicionales, así como las tecnologías más avanzadas, han de coexistir de manera ecológica y socialmente justa, evitando extractivismos, monocultura y predación monopólica; deben poder florecer sin la competencia agresiva de poderes globalizados ni la presión de sistemas bancarios abusivos. Los intercambios y la colaboración deben ser éticamente regidos por principios de equidad, generosidad y fraternidad planetaria.
10) Una política de civilización y no solo de instituciones y economía es necesaria: el asunto que nos compete, en el fondo, son los fines últimos de la sociedad, que se pueden resumir en la expresión la realización humana. En este sentido, la educación es la clave de una nueva sociedad, una educación para la libertad y la creatividad. La ciencia, el arte, la música, la literatura, la filosofía, la historia, la religión y todas las formas y lenguajes del conocimiento, inteligencia y sensibilidad deben ser valoradas y enseñadas como la sustancia misma de la cultura humana, tendiente a su autosuperación y el horizonte en el cual las vidas humanas pueden realizarse. Todas estas actividades han de ser movilizadas para la construcción de una nueva sociedad. Debemos poder decidir cuál la civilización hacia la que queremos dirigirnos, en lugar que algunos pocos decidan por todos; por ejemplo en la cuestión fundamental de nuestra relación con la tecnología, lo virtual, la inteligencia artificial y toda nueva técnica que altere nuestro ser en el mundo, ya sea transformando nuestro cuerpo, nuestra percepción, nuestra consciencia, nuestra inteligencia o nuestra manera de relacionarnos. Deberá resolverse también, entre otras cosas, y de una manera nueva, la difícil cuestión de las ciudades, la vida urbana y los territorios rurales o mixtos, de suerte que los espacios vitales del futuro sean vivibles, conviviales y en lo posible bellos.
La aspiración a una trascendencia o el cultivo de la espiritualidad son legítimos y esto aparece para algunos como una necesidad, ya sea permaneciendo en el marco de valores humanistas, procurando una superación moral y política, o también siendo considerada como un sentido de lo superior, sea este natural o sobrenatural, dando lugar o no a concepciones de lo sagrado o de la divinidad, a enseñanzas y cultos que deben poder expresarse y transmitirse libremente. Así, la futura sociedad será laica y al mismo tiempo, abierta a diferentes formas de espiritualidad. La búsqueda del sentido de la vida, la sabiduría, el cultivo del ser propio en su autenticidad y profundidad, el desarrollo de la conciencia del cuerpo y la interioridad, la sensibilidad, las aptitudes de la percepción, la creación y el goce de la belleza, el sentido de la armonía, la empatía con los demás seres vivos y con la totalidad de lo que nos aparece, la serenidad, la creatividad, la práctica del bien y la experiencia del amor, serán considerados como parte esencial de la libertad. Todo ello debe tener un lugar central en la educación, pudiendo florecer ampliamente en la vida activa, social e individual de todos, viniendo a ampliar y profundizar el ideal de los derechos humanos, desde la protección de las personas hacia su realización plena. Ese es el sentido último de la re·evolución que debemos poner en marcha. Ello deberá concretizarse en una forma inédita de existencia que se perfila en el horizonte de un nuevo humanismo (no antropocéntrico) de los habitantes de la morada terrestre que se reconocen como tales, en el goce compartido, fraternal y respetuoso del mundo común, abierto a los misterios del universo.
I Ser libre, cambiar el mundo
Ciertamente los temas formulados en el manifiesto dependen en gran medida de una nueva comprensión de la existencia del ser humano en el mundo, en otras palabras, una ontología, una teoría del ser del hombre. Pero me ha parecido que ello no debería figurar antes del contenido mismo de la proposición, porque no creo que una interpretación del ser de las cosas pueda determinar de manera clara y lineal una idea del deber ser. El asunto es más complejo, porque cuando se propone una “utopía”, una visión de lo que podría ser la sociedad, no se pone en juego solo lo que creemos que constituye el ser del hombre, sino también, en gran parte, lo que deseamos que sea37. La voluntad que desea remplaza aquí la razón que conoce. Por ejemplo, cuando en el punto 4 se critica la concepción del ser humano en tanto que “homo œconomicus”, en el fondo lo que se quiere decir es que el hombre podría y debería ser otra cosa. Porque en gran medida, aunque sea lamentable, en la realidad de las sociedades actuales, los humanos corresponden efectivamente en gran medida al modelo del homo œconomicus; han sido educados, condicionados y adaptados a ello, lo cual continúa intensificándose día a día en el mundo actual. Pero de alguna manera sabemos que ello implica una reducción y un empobrecimiento de la vida humana; nuestra voluntad se rebela contra este estado de cosas y propone que ser humano es otra cosa, lo que significa en realidad que sería otra cosa si no hubiera sufrido una cierta alienación.
Ya lo dijimos, se dirá que todo esto es utópico, que “hay que ser realista”, que “las condiciones objetivas”, que “la dura realidad de las cifras”, o que la naturaleza predadora y competitiva del hombre, que como se sabe “es un lobo para el hombre”, o que esto o lo otro. Pero el humanismo desde sus orígenes contiene la idea de que el ser humano, no teniendo una esencia fija, puede hacer de sí mismo lo que decida38. Así podemos decir que de alguna manera la especie humana ha preferido ser lo que es, y que las sociedades de violencia e injusticia reflejan esta preferencia; ello no significa que sea inútil proponer otra cosa: si la plasticidad del ser humano forma parte de la esencia del humanismo, cambiar nuestro destino pude ser posible, debe ser posible. Ningún orden resultante de la historia humana puede pretender ser definitivo, y esto es algo que funda en general, aunque no sea conscientemente, nuestra noción de libertad.
Así, expresiones como “cambiar el mundo” o la afirmación “otro mundo es posible” sin duda pueden ser reflejo de una voluntad minoritaria o muy minoritaria, que por ahora choca contra la inercia, la incomprensión y el miedo al cambio tanto de los pueblos, conservadores en sus usos y costumbres,