Manifiesto para la sociedad futura. Daniel Ramírez
permite eso y organiza la manera de producir, poner en común y gestionar eficazmente las riquezas humanas liberando la vitalidad de intercambios que no son ni exclusiva ni principalmente económicos.
5) El transocialismo es un feminismo: la igualdad de dignidad y oportunidades entre seres humanos de sexo diferente debe ser un principio y una búsqueda permanente de la sociedad. De ninguna manera es aceptable que subsistan resabios de la secular y multiforme dominación masculina sobre las mujeres y se traduzcan en posiciones de autoridad y privilegios basados en el género, implícitos o explícitos, ni las discriminaciones correspondientes en la sociedad. La enseñanza, el cultivo de la sabiduría, la sensibilidad y el pensamiento femenino deben encontrar las capacidades de acción que merecen en el mundo del futuro. Este feminismo ya no es solo un combate de las mujeres por la igualdad y por sus derechos, sino el combate de la sociedad en su conjunto por el fin de las formas patriarcales, verdadero lastre de la historia.
El ser humano universal y libre está más allá tanto de las diferencias biológicas de sexo como de las construcciones sociales de género, aunque estas sean producto de la cultura y de las historias particulares de los pueblos. Les compete a los movimientos y proyectos políticos del futuro la extensión de las luchas por la igualdad de oportunidades y de consideración que las mujeres han brillantemente conducido, hacia el fin de toda forma de violencia de género, desprecio o discriminación, tanto real como simbólica, hacia cualquier minoría sexual, racial, tendencia o elección de tipo de vida y de construcción de identidades y relaciones. Un feminismo integral, que libera a todos los seres humanos de todas las determinaciones de género.
6) La horizontalidad de las relaciones y la igualdad es la situación interhumana más natural. Toda jerarquía y ejercicio de autoridad debe ser provisoria y limitada estrictamente a una función o tipo de actividad, basada en el conocimiento y el mérito y elegida de manera democrática y transparente y con vistas a la eficacia. Las funciones de autoridad —no de poder ni de dominación— deben ser accesibles a quienes puedan merecerlas y no tienen por qué ser causa de distinción social particular ni de privilegios económicos desmesurados: el ejercicio de un cargo de responsabilidad debe ser considerado él mismo como la fuente principal de gratificación subjetiva. Servir provisoriamente al pueblo, a una empresa o a una institución en una posición de autoridad debe ser considerado un privilegio y un honor que no necesitan ser redoblados por una situación económica ostensiblemente superior.
No se trata sin embargo de un artificial igualitarismo económico, generador de tensiones y tiranía; las diferencias de riqueza y de medios son posibles entre los ciudadanos, solo que no deben estar desvinculadas del mérito reconocido o de las necesidades específicas de un oficio. Ellas pueden resultar de diferencias de implicación, talento, voluntad, eficacia, esfuerzo y experiencia; deben ser conocidas y aceptadas por las personas implicadas en el contexto en el cual aparecen (empresa, institución o comunidad) y tener, de alguna manera, una relación proporcional con el beneficio que las menos favorecidas de entre ellas puedan obtener.
Se sigue que la competencia no es el centro de la vida social ni es en absoluto indispensable para dinamizar las economías, como lo proclama un darwinismo mal asimilado. Debemos ser capaces de idear un mundo en el cual sus habitantes no seamos básicamente adversarios (ni eventualmente enemigos), sino colaboradores, vecinos, socios, amigos, conciudadanos, tomando en cuenta las especificidades de cada cual, tanto en las variadas formas de la vulnerabilidad cuanto en las potencialidades individuales y la fuerza de los aportes colectivos.
7) Los bienes comunes, la posesión, uso o habitación compartidos, en sus variadas formas, deben ser cultivados como relación con el mundo alternativa a la sola propiedad privada. Debe reconocerse un principio de inapropiabilidad que debe ser aplicado a una serie de entidades, que deben ser valoradas y respetadas en sí mismas y utilizadas por el bien de todos, con una moderación que haga compatible su preservación y renovación. Como lo reconoce mayoritariamente la ética actual, ni los cuerpos humanos ni el genoma de lo viviente deben poder ser patentados con el propósito de explotación comercial privada. Pero ello no es suficiente: la Tierra, la biósfera y sus riquezas deberían ser, en diferente medida, inapropiables. El agua, el aire, las materias fósiles o minerales del subsuelo, los fondos marinos, los recursos hidrobiológicos, los glaciares, la fauna y la flora, las tierras cultivables, el espacio extraterrestre y todo aquello que puede ser definido como “bienes comunes” no pueden ser objeto de apropiación privada ilimitada en patrimonios inmensos, objeto de explotación con fines de lucro. Pueden ser administrados en tanto que “comunes” por colectivos horizontales que establecen una gobernanza y una gestión equitativa y ecológica de ellos, o ser parcialmente explotados por cooperativas y colectivos. Por razones de eficacia, una gestión privada puede ser aceptable, de manera temporal y bajo el control de instituciones democráticas transparentes, en algunos dominios. Asimismo, la administración estatal puede ser necesaria para ciertos recursos, por sus dimensiones o importancia estratégica. Y tanto la propiedad privada de bienes personales, cuanto la posesión privada o colectiva de tierras cultivables, talleres, lugares de producción industrial, agricultura y comercio de dimensiones moderadas, siguen siendo posibles, como también es el caso de la propiedad intelectual (derechos de autor), y deben ser preservadas y protegidas. Todo esto constituye una verdadera escala de la posesión-habitación del mundo, mucho más variada que la obsesiva escisión privado/estatal que ha fagocitado las teorías y prácticas de la economía política. El principio de los comunes o la inapropiabilidadno son en absoluto la abolición de la propiedad privada, sino su complemento, sin los cuales el despojo, la injusticia y la violencia no tardan en aparecer. Se trata de habitar de manera verdaderamente compartida y responsable las dimensiones comunes que constituyen el marco de nuestro ser en el mundo.
8) El transocialismo es un pluralismo cultural integral. La diversidad de los múltiples pueblos, comunidades, tradiciones, enseñanzas, saberes y estilos de vida debe ser profundamente reconocida. Sin dar la espalda al universalismo de la modernidad, que puede permanecer como un ideal —la universalidad no se decreta, sino que se construye—, una amplia apertura de espíritu hacia las diferencias humanas y una atenta y respetuosa curiosidad hacia los diversos sistemas de valores y maneras de vivir debe fecundar una nueva educación ciudadana en base a una ética de la diversidad cultural. Esta debe reconocer los diversos niveles de las identidades colectivas y despojarse de los vicios centralistas y hegemonistas que tanto han empobrecido nuestras culturas: eurocentrismo, imperialismo, desprecio por las culturas originarias, neocolonialismo, dominación masculina, intolerancia sexual, desconocimiento de la historia, justicia de vencedores, desaparición de lenguas y tradiciones; todo eso debe ser superado por una activa y consciente reformulación de nuestras escalas de valores. Tal como la biodiversidad es esencial al equilibrio de los ecosistemas, la diversidad cultural y humana es la riqueza fundamental de la humanidad.
En las sociedades donde ese concepto es relevante, los pueblos originarios merecen una atención particular en cuanto al respeto de sus culturas y a su lugar en las sociedades contemporáneas. Sus reivindicaciones de autonomía o autodeterminación, tierras ancestrales, técnicas y artes vernáculas, formas de organización tradicionales deben ser rigurosamente respetadas. Pueblos antiguos, comunidades nuevas, tradiciones, mestizajes, inmigraciones, identidades electivas, lenguas, costumbres, opciones vestimentarias y culinarias: la sociedad debe darles cabida y dinamismo, estimular el conocimiento mutuo y los intercambios respetuosos. La dignidad de cada cual con sus diferencias debe estar al centro de los sistemas jurídicos y educacionales.
9) El horizonte planetario de las sociedades es el cosmopolitismo. Se trata de ir creando nuevos marcos para la vida en común hacia una progresiva superación del nivel organizativo del Estado-nación histórico, en el horizonte de una ciudadanía universal. Los Estados-naciones, si bien continúan siendo la base de la geopolítica y del derecho en el mundo, no son la única forma histórica de construir sociedades ni tienen por qué serlo en el futuro. Se trata de la emancipación y realización de las personas y grupos, comunidades y culturas, en nuevas asociaciones y dimensiones