Manifiesto para la sociedad futura. Daniel Ramírez

Manifiesto para la sociedad futura - Daniel Ramírez


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culta, ha permitido que las sociedades, con sus desigualdades y sus injusticias, continuaran avanzando y fueran aún concebidas como “decentes”13.

      Pero ello se ha acabado en una gran parte del mundo y se está acabando progresivamente allí donde aún subsistía. Las desigualdades hoy en día no tienen freno alguno, grupos financieros y corporaciones transnacionales burlan toda tentativa antitrust con capitales deslocalizados, fondos ocultos y “paraísos fiscales”; la riqueza se ha acumulado de manera obscena y ello, para muchos, ya no parece ni siquiera deber ser combatido. El pensamiento hegemónico no encuentra ni propone otro tipo de “reformas” que las que van en el sentido de ir disminuyendo cada vez más la dosis de socialdemocracia y de control de los mercados en las sociedades para dejar libre el terreno al capitalismo neoliberal más salvaje.

      No basta con señalar los éxitos de ciertas economías y que una parte de la población en China o en India ha emergido de la pobreza, lo cual se debe en gran parte al progreso científico-técnico y a la educación, y que además ha significado la ruina o el empobrecimiento de clases trabajadoras en el mundo desarrollado ante la imposibilidad de competir con zonas económicas donde casi no hay derechos sociales y a la gente le pagan diez veces menos. Por cierto, esas mismas economías muestran actualmente el fin de sus fases de gran crecimiento con su ilusión de prosperidad. Solo los poseedores de aquellos capitales mundiales fantasmagóricos han continuado enriqueciéndose. Nuevos focos de pobreza han aparecido en todas las sociedades e inmensas capas de población han sido desplazadas y fragilizadas.

      Así, si bien el curiosamente llamado “socialismo real” ha desprestigiado al socialismo y la tarea consiste en recuperar esa expresión —volveremos sobre esa idea—, podemos decir que, respecto a lo que el liberalismo prometía como movimiento histórico, lo que nos queda como herencia es algo así como el liberalismo real. Una deformación grotesca, donde la libertad y la realización del individuo han pasado completamente al olvido.

      Por otra parte, la total inviabilidad ecológica del modelo capitalista y productivista actual comienza a ser una evidencia para las grandes mayorías del planeta.

      El modelo económico basado en el crecimiento ilimitado, ilusorio en un mundo de recursos limitados14 y en una biosfera frágil, el sistema basado en la multiplicación de la producción y de los intercambios sin otro fin que el lucro a corto plazo de unos pocos, destruye y contamina la naturaleza, agota los recursos de la biósfera y desfigura al ser humano, considerándolo como un objeto de solicitaciones consumistas y no como el habitante-ciudadano de la Tierra. El resultado es cada vez más conocido: pérdida de biodiversidad —desaparición de miles de especies vivientes—, contaminación de las aguas y del aire, acidificación y contaminación de los océanos, desforestación, empobrecimiento de la tierra y desertificación, acumulación de gases de efecto invernadero y su corolario de recalentamiento global, catástrofes tecnológicas y climáticas, consecuencias directas de la irresponsable obsesión productivista, extractivista, expansionista y lucrativa del capitalismo mundial.

      Mientras tanto, un ecologismo de fachada que reparte “derechos de contaminar” y sueña con un “crecimiento verde” mantiene una de las tantas ilusiones del mundo actual, que no apunta a otra cosa que hacer parecer compatible el capitalismo con la preservación del medio ambiente, con soluciones que equivalen a disminuir un poco la velocidad de un vehículo que se dirige derecho hacia un muro de piedra. Solo un cambio de sociedad, de valores, de modos de vivir, de sentir y pensar, que se traduzca en un cambio evidente de maneras de inventar, producir, distribuir, consumir y reciclar los bienes que consideramos indispensables, tiene sentido ecológico. La nueva sociedad será ecológica, sustentable y razonable o no será nada en absoluto.

      El sistema ha fracasado también en aportar a la paz mundial. El mundo no ha avanzado en absoluto hacia una pacificación ni hacia un orden justo que la permita. Nuevos tipos de guerra han aparecido, nuevos nacionalismos, militarismos y armamentismos; fanatismo, violencia terrorista, guerrillas religiosas, tendencias expansionistas, “limpieza étnica”, genocidios, racismo, luchas ideológicas, xenofobia, tensiones y desequilibrios en sociedades enteras, inmigración de masas, miseria y destrucción. Incluso la esperanza de vida ha dejado de aumentar para una porción de la humanidad, lo cual es una vergüenza histórica en épocas de tanta riqueza y avances espectaculares de los conocimientos médicos.

      La globalización es sin duda una realidad, pero su forma actual no es una fatalidad. La reunión de los pueblos del mundo en una “aldea global”, prevista por algunos visionarios optimistas hace décadas15, no se ha realizado en absoluto. Otros en la misma época fueron más lúcidos, anunciando el advenimiento del “hombre unidimensional” o una “deshumanización” generalizada16. De todas maneras, la globalización, tal como se ha instaurado en el mundo, nadie pudo preverla con exactitud. Es una evolución sorprendente y fascinante, que parece también ineluctable. Pero no en su forma actual. Si creemos que la globalización es efectivamente el destino de la humanidad en la Tierra, hay que trabajar para otra situación mundial, en la cual no sean solo la información, los capitales, las armas, las drogas, la prostitución y las personas afortunadas aquello que circule en el planeta, considerando a este como un megamercado, sino que sea la humanidad misma la que comparta el planeta, con todos sus pueblos, y por cierto con los otros seres vivos y los ecosistemas, de manera inteligente y fraternal.

      Por otra parte, no hay que extrañarse ni vale la pena declararse escandalizado por el hecho irrefutable de que la corrupción se ha instalado como parte esencial de la mayoría de los gobiernos del mundo, desacreditando totalmente a las élites gobernantes. Es una catástrofe moral que mina las bases de la política y de la vida social misma. No se habla mucho de eso, porque no se asume, pero yo afirmo que un hilo rojo recorre y unifica esta realidad desoladora, desde el delito de cuello y corbata (cohecho, colusión, conflictos de intereses en las cimas de los Estados), pasando por las estructuras mafiosas de traficantes de drogas, armas y cuerpos, la delincuencia omnipresente en los inmensos suburbios urbanos, hasta la incivilidad ordinaria de la cultura actual. No sirve de nada rasgar vestiduras; la corrupción es simplemente la consecuencia de la evolución del sistema socioeconómico y político que hemos permitido que se instale en el mundo, configurando sociedades de maltrato, injusticia, indignidad, indiferencia e incultura, donde el fetichismo del dinero es la nueva idolatría. Salvo gloriosas excepciones, las diferencias en ese plano entre unas y otras sociedades no son más que cuantitativas. Y ocurre que los pueblos están hartos de este show planetario de la inmoralidad; cada vez más, en diversos lugares del mundo, poderosos movimientos de masas protestan contra la corrupción17.

       La vida de las ideas 18

      Ahora bien, dar nacimiento a una nueva filosofía política… ¿no parece ello una empresa demasiado ambiciosa?

      Es muy posible. Pero sabemos que las viejas recetas ya no dan más; recalentar platos cocinados hace siglos resulta muy poco apetitoso. Cuando las ideas ya no inspiran los movimientos sociales, cuando los ideales ya no alimentan la vida política, ¿qué queda? Intereses personales, tendencias primarias, ambición, pasiones y luchas por el poder, tal como Hobbes lo entendía y como genialmente lo retrató Shakespeare. Queda un mundo invivible donde el ser humano tiene cada vez menos importancia —como lo adelantó Kafka y como Aldous Huxley y Georges Orwell lo previeron—, los sistemas son cada vez más incomprensibles e insoportables, y una amenaza de totalitarismo suave y disimulado no está ausente de las evoluciones tecnológicas actuales. Y quedan los gustos de masas, las emociones colectivas primarias —miedo, odio, frustración—, que serán provechosamente utilizadas para gobernar privilegiando los intereses personales, con reflejos de proteccionismo corporativo, evolucionando hacia la constitución de las mencionadas castas que gobiernan protegiéndose a sí mismas. Ello facilita la tarea de demagogos de todo pelaje, que no tienen problemas para difundir la consigna “todos podridos”, para alimentar el resurgimiento cada vez más inquietante de ideas nacionalistas, retrógradas, intolerantes, incluso neofascistas, que se podría haber esperado que desaparecieran del planeta con el fin del triste siglo XX, así como la aparición de fenómenos de fanatismo religioso totalitario y guerrillas terroristas sedientas de sangre.

      Las ideas viven, como las personas, y mueren. Más claramente aún que los seres humanos,


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