Manifiesto para la sociedad futura. Daniel Ramírez
ausente de esta situación. Sin embargo, si tantos movimientos emergentes, iniciativas, acciones, creación e invención políticas se manifiestan en lugares tan apartados del planeta, es porque al menos concebir otro mundo es perfectamente posible y ponerse en marcha hacia una transformación no es solo posible, sino que ya es una realidad para miles de seres humanos en los más diversos rincones del mundo.
Es lo que yo he llamado “despertar la capacidad de utopía”. Todos tenemos esta capacidad, y ella se manifiesta, como también todo el mundo sabe, espontáneamente en los jóvenes. Luego a veces el temor (la amenaza de la exclusión social), la dureza de la vida, la competencia, tal vez las ambiciones y sobre todo el aislamiento, la vida atomizada que vivimos al menos en las sociedades occidentales, el individualismo degenerando en egoísmo y en indiferencia, todo eso hace que esa capacidad de utopía se vaya apagando o que sea totalmente abandonada como un recuerdo incómodo de la impetuosidad juvenil. Y en un momento, más temprano o más tarde según la persona, se concluye que no se puede cambiar el mundo. Incluso algunos reconocen con una mezcla de nostalgia y de vergüenza, como un personaje de un famoso filme: “queríamos cambiar el mundo, pero fue el mundo el que nos cambió”39. Es curioso, sin embargo, que nadie saque la conclusión, que con toda lógica debería seguirse de ello: que no somos libres. En efecto, si la libertad no consiste en cambiar algo del mundo —y por supuesto no la totalidad—, la acción es totalmente inoperante y carente de sentido, da lo mismo lo que hagamos o no hagamos, lo que deseemos o lo que prefiramos, lo que implica que no existe vida ética alguna.
Por ello me parece que lo primero que una sociedad debe decidir sobre sí misma es en qué medida desea ser libre y qué significa esa libertad, si no se quiere que esta sea una palabra vacía, una especie de invocación hipnótica40 .
Libertad negativa
Por cierto, pasar revista a las diversas maneras en que se ha entendido la libertad a través de las épocas sería algo que excede nuestro propósito. Pero podemos mencionar que en la Grecia clásica se entendía la libertad como el simple hecho de no ser esclavos, es decir, formar parte de los hombres libres y sobre todo participar activa y directamente en los asuntos de la cité (la polis griega y la civitas, en la república romana), ejercer conjuntamente la soberanía. Es lo que Benjamin Constant llamó “la libertad de los antiguos”, contrastando con “la libertad de los modernos”, que se caracteriza por la definición de una esfera privada que debe estar protegida de la coacción del poder político41. Según Constant, aunque la libertad de los antiguos consiste principalmente en participar en el gobierno de la ciudad-Estado, la polis, ello era contrarrestado por una muy escasa libertad individual, además de que las costumbres, creencias y el modo de vivir eran fuertemente controlados por esa soberanía compartida; en realidad, el concepto de libertad individual prácticamente no existía42 . Por ello, como todos los liberales, Constant prefiere la libertad de los modernos, una libertad privada, individual, aunque esta segunda adolece de otro problema: los individuos, que en principio hacen lo que quieren en su vida privada, puesto que se ha privilegiado la delegación del poder por la representación, pueden participar poco o incluso nada en los asuntos públicos; su soberanía y su estatus de ciudadanos pueden ser ilusorios.
Esta doble interpretación de la libertad alcanza mayor claridad aun en un texto de referencia de Isaiah Berlin43, y uno de los más influyentes del liberalismo, en el que este autor distingue la libertad positiva de la libertad negativa. Esta nueva dualidad, en la cual se trata de determinar la libertad fuera de consideraciones históricas (solo los modernos interesan a Berlin), conserva prácticamente el mismo concepto de la libertad negativa (aquella de los modernos, según Constant), pero la libertad positiva es interpretada más bien como la cuestión de la soberanía individual: ser el amo de sí mismos. Estas dos concepciones deberían ser la base del sistema liberal, según el autor de Oxford. Sin embargo, el liberalismo se caracteriza por retener únicamente el segundo concepto, la libertad negativa, definida como ausencia de obstáculos para la persecución de los propósitos privados de cada individuo. En el fondo, la libertad es aquella que el individuo tiene en su vida privada, en la cual se supone que puede hacer lo que quiera en la medida en que ello no dañe a los demás… Esta concepción remonta a Hobbes, que da una definición casi física: “Libertad significa, propiamente, ausencia de oposición, es decir, impedimentos externos al movimiento, y puede referirse tanto a las criaturas irracionales e inanimadas, como a las racionales”.44 Es decir, hacer lo que se quiere, realizar los fines que el hombre se ha fijado, sin ser obstaculizado físicamente por resistencias exteriores.
Berlin, como la mayoría de los pensadores liberales, desconfía de la llamada libertad positiva, pues al poner el acento en la participación en el gobierno, en la soberanía del pueblo, por ejemplo, bajo inspiración de Rousseau, se abren las puertas a lo que ya Tocqueville llamaba la “tiranía de la mayoría”, o incluso a proyectos totalitarios, toda vez que aquel que no comparte la ideología dominante puede ser acusado de oponerse al pueblo, a la revolución u otro avatar de la “voluntad general”. Constant prefería la “libertad de los modernos” porque su problema, en tanto pensador liberal, era el despotismo, tanto del Ancien Régime —que estaba aún muy presente en las memorias en su época— como los excesos de la Revolución francesa y luego del régimen de Napoleón Bonaparte45 . La preferencia de Berlin por la libertad negativa permanece igualmente prisionera de su época: la posguerra y la segunda mitad del siglo XX, en la cual el principal problema para los teóricos liberales de la política era premunirse contra el comunismo o el fascismo, y es así que llegaron a reducir la libertad a la libertad negativa46 . Es importante no perder de vista que en la libertad negativa se trata de una libertad pura y exclusivamente individual, lo que implica una reducción del problema de la libertad a la protección de la esfera privada de la vida y a los derechos individuales.
Críticas a la libertad negativa. Soberanía, libertad cualitativa, libertad reflexiva
Esta concepción ha sido criticada por diversas corrientes. La crítica que más fácilmente viene a la cabeza cuando se evoca el problema de la libertad política es la marxista. Pero aparte de las sutiles variaciones sobre la realización del “hombre genérico”, y del individuo libre y realizado en los primeros escritos de Marx, que implican principalmente la liberación de la alienación por el trabajo explotado, que daría al hombre, en una sociedad sin clases, la posibilidad de conquistar una cantidad importante de tiempo libre para dedicarlo a actividades creativas, idea generosa e importante, sin duda, no parece haber en el marxismo una verdadera teoría positiva de la libertad47. Lo que se encuentra en lugar de esta teoría incipiente y apenas esbozada es en general una crítica a la “libertad burguesa” que siempre me ha parecido bastante pobre. En resumen: la libertad que el capitalismo liberal propone, llamada en general “libertad formal” —que no es otra cosa que lo que hemos llamado aquí libertad negativa—, es decir, hacer lo que se quiera sin estar limitado, no existe, según el marxismo, más que para el capitalista. Se trata entonces de conquistar una “libertad real”. El proletario no dispone de libertad para decidir vender o no su fuerza de trabajo, está obligado a hacerlo. Por otra parte, la libertad formal, que implica que muchas cosas no están prohibidas, primero que nada, no es una libertad real porque estamos determinados por el mundo material y sus leyes: de nada sirve que esté autorizado viajar al planeta Júpiter, porque hasta ahora nadie puede hacerlo. Segundo, estamos determinados por las condiciones económicas y sociales; de nada sirve que no esté prohibido al obrero adquirir un Ferrari o pasar sus vacaciones en cruceros por el Mediterráneo, puesto que no tiene los medios para ello.
Pobre me parece esta idea, primero que nada porque muchas cosas se pueden desear aparte de viajes a Júpiter, que pueden estar prohibidas, como por ejemplo viajes al lado occidental del muro de Berlín en la época de la RDA. Enseguida, que los obreros no tengan los medios de comprar objetos de lujo es algo que ya no funciona de la misma manera; tal vez no un Ferrari (muchos burgueses tampoco pueden comprarlos), pero relojes de marca, televisores de alta definición y celulares llenos de funciones (aún inútiles) y otros gadgets de la sociedad de consumo están al alcance de cualquiera que tenga un trabajo estable; el deseo de posesiones materiales o de realizaciones de distracción es todo lo contrario de lo que se podría llamar libertad,