Manifiesto para la sociedad futura. Daniel Ramírez
que era necesaria para la emancipación del proletariado. La pobreza de esos análisis viene justamente —y eso es tal vez lo más importante— de que todo debe interpretarse en términos de lucha de clases, lo que lleva a la necesidad de la revolución, y cuando se intenta definir finalmente el contenido de esa famosa “libertad real” o “libertad sustantiva” se trata en realidad de la necesidad para el proletariado de ampararse del poder para transformar el modo de producción capitalista en socialista y darse los medios de realizar su misión histórica de avanzar hacia la abolición de las clases48. Como se ve, en estas teorías, la libertad se convierte rápidamente en necesidad, y el carro de la historia al cual se trata de subirse se conduce por los rieles fijos del determinismo y no se ve mucho, en ese caso, ni la necesidad de la famosa conciencia de clase (prácticamente desaparecida del mundo actual) ni por qué todo ello no se ha realizado aún, o solo en caricatura.
Otra crítica de la libertad negativa, tal vez más interesante, se encuentra en la corriente autodenominada “neorrepublicanismo”, o a veces concepción neorromana. Autores como Pocock, Quintin Skinner o Philip Petitt han intentado sobrepasar la antinomia libertad positiva/libertad negativa, desarrollando la idea según la cual la pregunta no es solo si puedo realizar mis deseos sin que nadie interfiera, sino también quién gobierna, quién tiene el poder de decirme lo que debo y lo que no debo hacer. Estos pensadores critican al liberalismo que, en la medida en que el individuo no sea impedido a realizar sus propósitos, no importa el poder político en la medida que no esté ocupado por un déspota. Si el gobernante no interfiere, la libertad negativa está a salvo. Los neorrepublicanos proponen agregar a la pregunta sobre la no interferencia la pregunta por el poder: en qué medida estoy o no bajo la dominación de alguien, o en qué medida dependo de alguien. En la situación de dependencia y de dominación, aunque se trate de un gobernante benevolente e ilustrado, que no interfiere, la dependencia subsiste, y no es una situación aceptable; a la no interferencia hay que agregar una situación de no dominación.
En efecto, en muchas sociedades, hasta hoy, una parte de los ciudadanos depende en gran medida de la “buena voluntad” de quien tiene un poder inmenso sobre sus destinos, como en el caso de los trabajadores no sindicados, aún más el de inmigrados en situación ilegal, que un patrón puede despedir sin ningún problema en cualquier momento, así como empleadas domésticas no declaradas y formas variadas de servidumbre que subsisten en muchas partes del mundo. La precariedad de una situación de vida vuelve a las personas dependientes y vacía de sentido la libertad. Por ello el problema se devuelve a la participación activa del ciudadano en la gestión de su vida, en la conducción de la sociedad, aunque no se ve muy bien en qué ello no significa revenir a la libertad positiva, como lo afirman esos autores.
Por otra parte, se puede tomar en consideración que ser libre como “hacer lo que se quiera” (libertad negativa) deja el campo abierto a que aquello “que se quiera” pueda ser una u otra forma de alienación. Este es el ángulo de la crítica de Charles Taylor. Si la libertad es aquella del individuo de realizar sus deseos (en la medida en que ello no dañe a otros o amenace el orden del Estado), nada se precisa sobre el tipo de deseos que ello puede movilizar. Sin embargo, cualquiera comprende que no todos los deseos van en el sentido de la libertad; alguien que desea fumar, porque vive una fuerte dependencia del tabaco —el Estado no debe interferir en su deseo de fumar, eso basta para un liberal—, podría también desear dejar de fumar. Los individuos no solo encuentran obstáculos externos a su realización como seres humanos, sino también obstáculos internos, problemas de personalidad, dependencias o reacciones por miedo, por prejuicios, odio o simple ignorancia49. Los deseos no son todos equivalentes, como lo quisieran los herederos de Hobbes. El hecho de que el fondo liberal de la filosofía política moderna haya impuesto esta concepción negativa deja la vida moral del ser humano vacía de contenido, olvidando que no solo hay deseos, sino también finalidades, objetivos, valores e ideales, que deben ser comprendidos por la persona y finalmente elegidos por la voluntad; y ocurre que no todos contribuyen a la realización de la persona humana. Los deseos deben poder ser sopesados y jerarquizados según una escala de valores de vida que debe poder ser también objeto de elección libre por parte del individuo.
Desde otro ángulo se puede abordar esta concepción liberal como aquella de una libertad cuantitativa. Por cierto, muchos autores hablan de “libertades”, en plural, y entienden que disponer de “un número mayor de libertades” (es decir, un menor número de obstáculos y restricciones) es muestra de una sociedad más libre50. Pero se le puede oponer la concepción de una libertad cualitativa, en el sentido en lo entiende Taylor, como ya mencionamos, capacidad de hacer distinciones cualitativas, jerarquías de valores, pero también, como lo propone Claus Dierksmeier en un importante ensayo, en vistas a una definición de la libertad como libertad cualitativa. Según este pensador alemán actual, las concepciones convencionales (liberales) de la libertad cuantitativa consideran cualquier restricción a esta, por ejemplo, por normas y prohibiciones, como un mal menor, que debe poder justificarse con la ganancia en términos de seguridad y utilidad, por ejemplo, permitiendo negocios privados, que de otra manera estarían amenazados. Así también, por ejemplo, una promesa que debe ser cumplida restringe la libertad en el sentido cuantitativo, pero en el sentido cualitativo alguien puede entender que cumplir su promesa, aunque reduzca el número de opciones, “en vez de una reducción de la libertad, como su realización…”51, porque da contenido y sentido preciso a la libertad. Así, “la idea de una libertad cualitativa se abre a cuestiones de vinculación moral, de sostenibilidad ecológica, de cogestión social y de respeto cultural”52.
Como se ve, la libertad no es un asunto tan simple ni una hoja tan delgada que se la pueda llevar la brisa al azar de los cambios de temperatura más leves, inducidos por la publicidad, la moda, las tendencias irracionales y los intereses manipuladores de la opinión. Es decir que la libertad no solo es un asunto de deseos no obstaculizados, sino un desafío a la profundidad de la voluntad humana, que debe poder inspirar y guiar la acción para construir su vida y no solo pasarlo bien.
Los pensadores neorrepublicanos tienen razón en decir que esta libertad sustancial no puede realizarse más que en una sociedad libre, en un Estado libre, y que este sería el fondo olvidado del liberalismo en el sentido clásico. Solo si los ciudadanos se gobiernan a sí mismos se puede decir que pueden optar conjuntamente, políticamente, por una vida de valores que va en la dirección de su propia realización personal.
Pero los liberales clásicos tienen también razón al señalar que no basta con que una sociedad sea administrada por ella misma en instituciones democráticas, porque diversas formas de “tiranía suave”, como “la tiranía de la mayoría”, que preocupaba tanto a Tocqueville, así como la opinión común, que ejerce un tipo de censura mucho más eficaz que la Inquisición (“el primero y el más irresistible de los poderes, no encontrándose fuera de él apoyo suficiente que permita resistir a sus golpes”53), permanecen posibles.
En el fondo la distinción entre libertad negativa y libertad positiva no es la única manera de entender este tema (y menos aún aquella entre “libertad formal” y “libertad real” del marxismo). Otras distinciones son igualmente pertinentes e influyentes en la historia. Así, al lado de la libertad negativa, que es realmente el concepto privilegiado por el pensamiento liberal, se ha hablado también de libertad reflexiva. Si retomamos la objeción de Charles Taylor antes mencionada, resulta evidente que no basta con tener deseos y poder realizarlos para considerarse libre. Estos deseos pueden ser pervertidos por muchos factores, conducir a la servidumbre o a la alienación; el ejemplo perfecto es el deseo de consumo en las sociedades actuales. Es necesario poder volver la mirada sobre sí mismo y considerar cuáles son los deseos que merecen ser realizados, que merecen convertirse en nuestra voluntad.
Esta problemática nos viene de Rousseau, quien formuló con gran claridad la idea de que ser libre consiste no en dejarse llevar por los deseos o “apetitos”, en lo cual no hay precisamente libertad, sino en “la obediencia a la ley que uno mismo se ha prescrito”. Es el concepto de autonomía (la ley, nomos, que viene de sí mismo, autos), que tendrá una importancia central en la modernidad, principalmente en la filosofía de Kant. Para este último seguir simplemente nuestros deseos o “inclinaciones” equivale a funcionar como la naturaleza, actuar según causas externas,