El ocaso del hielo. Sergio Milán-Jerez
la cabo Morales se reunió con la mujer de Carles Giraudo, Laura Medina, en una de las salas que utilizaban para atender a las visitas. No estaban seguros de que el cadáver fuese su marido, así que, de primeras, no lo mencionó. Le dijo que estaban en medio de una investigación y que necesitaban hablar con él enseguida.
―¿Hace cuánto que no ve a su marido? ―le preguntó la cabo Morales.
Ella sonrió tímidamente.
―Mi exmarido ―le corrigió―. Carles y yo lo dejamos hace un par de meses. Carles es muy reservado. Puedo pasarme sin hablar con él durante varias semanas.
―Pero ¿no trabajan juntos?
―Llevamos la dirección de la franquicia, además de otros negocios hoteleros en los que hemos invertido.
―¿Sabe dónde está ahora mismo?
―En Berlín. Hace un par de semanas, cogió un avión para reunirse con un posible inversor que estaba interesado en nuestra franquicia. En Alemania, la comida española está teniendo mucho éxito y no queríamos perder la oportunidad de expandirnos internacionalmente.
―¿No han vuelto hablar desde que se marchó a Berlín?
―No. Me dijo que pasaría allí unos días y que a la vuelta me contaría todos los detalles. Así es él: libre como el viento.
La cabo Morales tomó nota mentalmente. Esto último lo dijo en un tono que detonaba que no le hacía mucha gracia que se tomase tantas libertades. Puede que ese fuese el motivo de la separación.
―¿Sabe en qué hotel se hospeda?
―Por supuesto. En el hotel Adlon Kempinski.
―¡Es un buen hotel! ―manifestó Irene Morales amablemente.
Ella asintió con una sonrisa en los labios.
―A Carles le gusta disfrutar de lo mejor.
―¿Sabe si ha cambiado de teléfono?
―No, me lo habría dicho. Eso seguro.
La cabo Morales se mostró pensativa.
―Ahora que está aquí... ¿podría llamar al hotel para confirmar si, en efecto, se encuentra el señor Giraudo?
Laura Medina dudó un segundo.
―Sí, podría hacerlo. ―Abrió el bolso, sacó el móvil, buscó en la lista de contactos y marcó el número de teléfono. Al cabo de unos segundos, dijo―: Guten Tag. Ich Bin Laura Medina... Es geht mir gut, danke... Ich möchte eine Nachricht für Herrn Giraudo hinterlassen. (Buenos días. Soy Laura Medina... Estoy bien, gracias... Me gustaría dejar un mensaje al señor Giraudo).
La señora Medina arqueó las cejas.
―Bist du sicher? (¿Estás segura?)
La cabo Morales la miraba con suma atención.
―Keine Sorge, Amara. Danke (No te preocupes, Amara. Gracias) ―dijo, y colgó, contrariada.
―¿Qué sucede?
La señora Medina cogió aire antes de contestar.
―No entiendo nada. Carles no está en el hotel. Una mujer llamó en su nombre y pidió que cancelaran la reserva.
―¿Le han dicho quién era?
Laura Medina miró fijamente a la cabo Morales.
―Su secretaria ―respondió―. Y Carles no tiene secretaria.
Irene Morales arrugó el entrecejo, sorprendida, se levantó del asiento y caminó hacia la puerta. Era el momento de hacer una llamada.
*
Morales marcó el teléfono de la compañía aérea en la que, en teoría, Carles Giraudo había embarcado para viajar a Berlín. El sargento Ruiz estaba a su lado y no perdía detalle.
―Buenas tardes. Soy la cabo Morales, del Grupo de Homicidios de los Mossos d’Esquadra. Me gustaría saber si una persona que hizo una reserva en su compañía llegó a embarcar en el avión... Bueno... no sé exactamente el día. Lo que sí puedo decirle es el nombre y el destino: Carles Giraudo. Aeropuerto de Barcelona-El Prat a Berlín... De acuerdo.
De repente, empezó a sonar una melodía a modo de espera.
―Gracias por su paciencia, cabo Morales ―dijo la operadora varios segundos después―. He revisado el sistema y tengo que decirle que el señor Giraudo, finalmente, no llegó a embarcar con nuestra compañía.
―¿Sabe si canceló el viaje?
―No lo hizo, cabo Morales. En nuestro sistema no aparece reflejado la cancelación de su reserva. Por desgracia, teniendo en cuenta los días que han pasado, el dinero del billete no le será reembolsado.
«Puede que ese sea el menor de sus problemas», pensó Irene Morales.
―Está bien. Ha sido de gran ayuda.
―¿Desea alguna otra cosa?
―No, gracias. ―Y cortó la comunicación.
Irene Morales miró al sargento Ruiz. Se preguntó cómo lo haría para explicar a la señora Medina el verdadero motivo de su visita. El sargento le puso la mano en el hombro, y ella se levantó y se alejó en silencio.
*
Irene Morales volvió a tomar asiento junto a Laura Medina. Se quedó unos segundos callada, mirándola atentamente y, cuando se sintió preparada, dijo:
―Siento haber salido de esa manera, señora Medina.
―¿Puede explicarme qué demonios está pasando?
La cabo Morales hizo una mueca.
―Supongo que sabrá que hace diez días, en la madrugada, fue encontrado frente a la discoteca Silvis el cuerpo desnudo de un hombre cruelmente asesinado. Hasta el día de hoy, no hemos podido determinar la identidad de la víctima. Después de practicarle la autopsia, hemos descubierto que, hace unos meses, sufrió una fractura en la pierna derecha. ―Irene Morales hizo una breve pausa y se fijó en el rostro de la señora Medina, que iba cambiando por segundos―. Tenemos serios indicios que nos hacen pensar que puede tratarse de Carles Giraudo.
Laura Medina inspiró profundamente.
―¿Está segura? ―preguntó con la voz entrecortada.
La cabo Morales tragó saliva.
―Sintiéndolo mucho, señora Medina, necesitamos que reconozca el cadáver y nos diga si el cuerpo pertenece a su exmarido. ¿Podrá hacerlo?
Laura Medina asintió en silencio, mientras las lágrimas se arremolinaban en sus ojos.
Capítulo 8
Óliver Segarra se tomó el día libre y pidió a su secretaria que no le molestasen si no se trataba de una emergencia. Por la mañana, acompañó a su mujer a llevar a Tony al colegio. Luego, como era viernes y el pequeño hacía jornada escolar intensiva, cogieron el coche y fueron al Gran Vía 2. Recorrieron tranquilamente las tres plantas del centro comercial y miraron la cartelera. Después, Alicia compró varios vestidos, una chaqueta larga y un par de pantalones tejanos; Óliver fue menos mundano y entró en el Decathlon, donde compró un pantalón largo de mallas y unas zapatillas de correr. Una hora más tarde, volvieron a Sarrià-Sant Gervasi y almorzaron en El Fornet.
Ahora se encontraba en el salón de su casa, sentado a la mesa de madera de pino. Consultó el reloj: eran las doce y treinta y cinco. Encendió el ordenador y lo primero que hizo, como cada día, fue entrar en su correo electrónico. Observó siete mensajes en el Correo no deseado, así que los abrió uno por uno y fue eliminando aquellos que no le interesaban, hasta que se detuvo en el último. Era del procurador.
Abrió el mensaje y empezó a leerlo detenidamente. Luego, levantó