El ocaso del hielo. Sergio Milán-Jerez
intentándolo.
―Bueno, lo diré de otro modo: el éxito de un hombre de negocios no depende exclusivamente de él, sino de las personas con las que se rodea. Créete el ombligo del mundo y te hundirás; rodéate de un buen equipo y llegarás a donde quieras. ¡No hay límites!
Óliver Segarra pensó en lo que había dicho el señor Akiyama mientras abría un sobre de azúcar, lo vertía en el té y lo removía.
―¿Está preparado para liderar a su equipo, señor Segarra?
Él lo miró, desconcertado.
―Necesito saberlo ―prosiguió―. Ahora está solo y mi empresa va a invertir millones de euros.
―Sí ―respondió con total seguridad―. Lo estoy.
Ryu Akiyama tomó un poco de té y fijó la mirada en Óliver.
―No le voy a engañar: los objetivos son ambiciosos. Queremos fabricar un SUV que pueda competir de tú a tú con el SUV de referencia del momento, aunando calidad, precio e innovación. Queremos entrar con fuerza en el mercado europeo y, para conseguirlo, necesitamos tener a los mejores de nuestro lado.
―Me gusta oír eso. Mi empresa está preparada para este desafío, señor Akiyama, se lo garantizo.
―Sé que los resultados les avalan. Sin embargo, han pasado muchas cosas alrededor suyo.
Óliver respiró con fuerza.
―Bueno ―dijo―, ha sido un año muy difícil.
―Me lo imagino.
«No se hace una idea», pensó Oliver.
El señor Akiyama se quitó las gafas, se las limpió con una servilleta que había sobre la mesa y se las volvió a poner.
―¿Sabe? No soy de meterme en la vida personal de nadie, pero las distracciones en este negocio pueden resultar perjudiciales. Por supuesto, es un problema suyo y mejor que nadie sabrá cómo solucionarlo.
―Mi «problema» ―si se puede llamar así― no afectará a nuestra relación profesional ―contestó Óliver―. Además, no podemos obviar que perseguimos objetivos comunes: crecer y aumentar nuestra rentabilidad a medio plazo; si no, no estaríamos aquí sentados. Con esto quiero decir que mi disposición es máxima y, si trabajamos codo con codo, le proporcionaré la estabilidad y la seguridad que su empresa se merece.
―Es usted muy persuasivo, señor Segarra.
―Simplemente trabajo para construir un futuro mejor para Everton Quality. Hasta este momento la empresa ha funcionado relativamente bien trabajando para un solo cliente, pero los cambios son necesarios si quiero que siga siendo competitiva. El futuro es otra cosa y yo siempre veo el vaso medio lleno.
―Los cambios implican riesgos ―añadió Ryu Akiyama.
―Si eso ocurre, los afrontaremos de la mejor manera posible.
El señor Akiyama lo miró detenidamente durante un minuto, absorto en sus pensamientos. Finalmente dijo:
―Muy bien. A partir de hoy, da comienzo nuestra relación profesional.
Óliver respiró aliviado. Cogió la taza y tomó un largo sorbo de té.
A esa misma hora, en la de sala de reuniones del Área Territorial de Investigación de la Región Policial Metropolitana Sur, el Grupo de Homicidios conversaba sobre el caso que tenía asignado.
―Por los datos que tenemos hasta ahora, podemos deducir que, al menos, dos asesinos profesionales secuestraron, torturaron y mataron a Carles Giraudo ―dijo el sargento Ruiz―. Por supuesto, sabemos que fue asesinado en otro lugar y, posteriormente, dejaron su cuerpo tirado frente a la discoteca Silvis. Como no podía ser de otra manera, nadie vio ni oyó nada.
―Por otro lado, todavía no sabemos a quién pertenece la alfombra que apareció en el lugar donde fue abandonado el cadáver ―manifestó la cabo Morales―. Los compañeros de la Científica la han examinado y no han encontrado huellas.
―¿Y la llamada que se realizó al hotel?
―Irrastreable ―contestó Cristian Cardona―. La llamada se hizo desde un número oculto y apenas duró diez segundos.
―¿Qué hay de la casa?
―La casa permanece intacta y los vehículos siguen estacionados en el garaje ―informó el cabo Alberti―. Con permiso de la señora Medina, hemos traído el ordenador de Carles Giraudo. Tal vez haya algún indicio que permita averiguar con quién se relacionaba.
―Bien ―dijo, y se volvió hacia Eudald Gutiérrez y Joan Sabater―. ¿Qué opinión os merece el señor Ullah?
―Nuestra presencia le incomodó enormemente ―respondió el agente Sabater―. Eso lo tengo claro. Por otro lado, mostró colaboración en todo momento. No sé si está implicado, pero su lenguaje corporal indicó que sabía más de lo que nos estaba contando.
―Si está implicado, lo averiguaremos.
―¿Crees que deberíamos ponerle vigilancia? ―preguntó la cabo Morales.
―No podemos descartar ninguna posibilidad.
Ella asintió con la cabeza.
―Será difícil encontrar una pista fiable ―dijo Aina Fernández―. No tenemos armas, balas ni casquillos que podamos comparar con otro crimen.
Hubo un breve silencio. A decir verdad, era una verdad incontestable.
―Los asesinos nos llevan quince días de ventaja ―aseveró Aitor Ruiz con rotundidad―. Tenemos que ponernos las pilas. ―Tomó aire y comenzó a dar instrucciones―: Lluís, Aina, volved a la escena del crimen y hablad con los vecinos. Cristian, analiza el ordenador de la víctima; a ver si puedes encontrar alguna conexión. Irene, encárgate de montar un operativo para vigilar a Abdul Ullah. ―Luego miró al agente Sabater―. Joan, tú le ayudarás. Eudald, nosotros trazaremos una línea temporal de Carles Giraudo e intentaremos averiguar cuáles fueron sus últimos pasos antes de su desaparición y posterior asesinato.
Capítulo 11
Noventa minutos más tarde, después de llegar a un acuerdo sobre las condiciones económicas y de ejecución (plazos, casos de demora o incumplimiento, entre otros), Ryu Akiyama llamó a su asistente, Anna Castillo, para que trajera el contrato que uniría a las dos empresas durante los próximos años. Óliver Segarra estaba eufórico, aunque intentaba disimularlo en la medida de lo posible: debía guardar la compostura y actuar como un empresario serio y respetuoso.
Al menos estando en el interior de aquella sala.
Cuando Anna Castillo entró por la puerta con una carpeta debajo del brazo, a Óliver se le iluminaron los ojos. Ella se sentó al lado de su jefe, abrió la carpeta y sacó unos documentos que dejó a la vista de Óliver. Éste se leyó el contrato con suma atención, sacó su estilográfica y firmó las tres copias.
―Bien ―dijo―. Pues ya está.
Ryu Akiyama cogió los papeles y también firmó. Anna Castillo los volvió a guardar en la carpeta.
―Si he de ser sincero, pensaba que nuestro contrato no se terminaría materializando ―dijo el señor Akiyama―. Pero su reputación, como he dicho antes, le precede. De hecho, ha sido un factor determinante para que mi equipo decantase la balanza a su favor. ―Realizó una pausa y continuó hablando―. De acuerdo... A partir de ahora, si necesita cualquier cosa, hablará directamente con mi asistente.
Óliver Segarra y Anna Castillo intercambiaron miradas.
―Ella se encargará de todo ―prosiguió―. Durante las tres próximas semanas estaré en Nagoya. Esta misma tarde cojo un vuelo hacia allí. No se preocupe, estará en buenas manos.
Óliver sonrió.
―Creo