Insubordinación y desarrollo. Marcelo Gullo

Insubordinación y desarrollo - Marcelo Gullo


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uno sobre diez ha vuelto; el resto ha muerto, desertado o desaparecido en extrañas aventuras. En el curso del siglo xvi, la población de dos millones se ha reducido a uno solo, o poco más; la peste y aun el hambre se han agregado a la calamidad pública de esa emigración desordenada”. A tal punto la campiña portuguesa queda despoblada que, “para terraplenar las vides, en las campiñas del sur ha sido necesario introducir esclavos” (49-50). Los pocos labradores que quedan en el campo, dadas las difíciles circunstancias que afrontan, prefieren vender sus tierras y emigrar a las ciudades. Se extiende entonces la plaga del latifundio y, con él, aparece una nueva vulnerabilidad estratégica: la incapacidad de producir al menos los alimentos que se consumen.

      La descomposición del poder portugués:

      de la batalla de Alcazarquivir al tratado de Methuen

      En 1578, el poder portugués recibiría un nuevo golpe. El rey Don Sebastián (1554-1578), imbuido de un profundo espíritu de cruzada y convencido de la necesidad de intervenir en Marruecos para contrarrestar el aumento de presencia militar otomana –que ya se estaba convirtiendo en una importante amenaza estratégica contra la seguridad de las costas portuguesas, como ya lo eran en las españolas–, decidió invadir Marruecos. Don Sebastián, con el apoyo de su tío Felipe ii, rey de España, y habiendo invertido en ello gran parte del tesoro portugués, armó una importante fuerza militar con la cual desembarcó en Marruecos. A los pocos días, su ejército es completamente derrotado. El 4 de agosto de 1578 Don Sebastián, la elite de su nobleza y las mejores fuerzas militares del reino murieron en la batalla de Alcazarquivir, dejando sin herederos a la dinastía de los Avis y sin defensa al reino portugués. Fue entonces cuando Felipe ii hace valer sus derechos y se convierte en rey de Portugal. Durante setenta años, Portugal y España compartieron un mismo destino.

      En 1640, Portugal, con la ayuda de Inglaterra, se separa definitivamente de España. Don Juan iv (1604-1656), de la nueva dinastía de los Braganza, tuvo entonces que compensar con favores y tratamientos preferenciales a Inglaterra, por el apoyo que ésta diera a la revuelta antiespañola. En poco tiempo, el Estado portugués cayó bajo el “protectorado económico” de Inglaterra. En 1703 esta última, por el tratado de Methuen, se compromete a comprar los vinos de Portugal pero a condición de que éste le conceda, a cambio, la preferencia para todas sus compras de productos manufacturados. Portugal renunciaba a industrializarse. Rápidamente, se convierte en un país monoproductor y monoexportador. Su economía se deforma irremediablemente:

      La demanda de oporto y de madera se hace tan viva que casi todas las energías productivas del país se concentran en ese comercio y en la explotación de los bosques de alcornoque; la emigración se detiene en las provincias vitivinícolas del norte, pero la poca actividad manufacturera que siempre había poseído el país no tarda en extinguirse; y aun, para su alimentación, el reino se transforma, pronto, en tributario de sus tiránicos protectores. Durante medio siglo Portugal vegeta. Sin duda queda una gran colonia, Brasil, donde desde 1680 se explotan las minas de oro y donde, en 1729, se descubren las minas de diamante y de donde, todavía, se lleva azúcar, tabaco, maderas preciosas, cacao, añil… Pero todas estas riquezas apenas tocan a Lisboa. Su admirable bahía recibe más naves que ningún otro puerto de Europa, salvo Londres y Amsterdam; pero ellos pertenecen a armadores ingleses, holandeses, italianos […] la nación portuguesa no recoge de ese comercio, al que ella da asilo, por así decir, ningún provecho […] Un verdadero drenaje de oro acuñado se opera, a expensas de este desdichado país; es con el oro portugués que los ingleses, particularmente, satisfacen las numerosas deudas que han contraído con el mundo. (Renard y Weulersse, 1949: 51-52)

      La naturaleza le dará, finalmente, el tiro de gracia al moribundo poder portugués. En 1755 un terrible terremoto sacude su territorio, y las tres cuartas partes de Lisboa y de su espléndido puerto quedan destruidas.

      Lecciones y herencia de la experiencia portuguesa

      La expansión ultramarina de Portugal que llevó a sus marinos a las costas de África, Brasil, la India y China, fue posible, en gran medida, gracias a la acción deliberada del Estado que orientó el esfuerzo hacia el desarrollo en el siglo xv de la ciencia de la navegación. Resultado directo de ese esfuerzo estatal fueron los avances técnicos en la construcción de los navíos que surcaron el océano Atlántico y el Índico. En efecto, la empresa de navegar el océano desconocido necesitaba de un nuevo tipo de embarcación, completamente diferente de la utilizada hasta el momento en Europa. Esta realidad se hizo muy evidente a partir de 1415.

      Hasta entonces, los europeos habían navegado el Mediterráneo con las famosas “galeras”, embarcaciones de guerra adaptadas al comercio, de forma alargada con cascos muy fuertes para resistir los choques con otras naves en caso de abordaje. La galera, nave rápida, capaz de navegar con o sin viento y que puede transportar aproximadamente cien remeros –tremendamente eficaz para navegar el Mediterráneo–, es completamente inadecuada para navegar grandes distancias dada su poca capacidad de carga. La gran distancia requiere una embarcación capaz de resistir la bravura del océano y de transportar una gran cantidad de víveres. El Mediterráneo es un inmenso lago comparado con el océano Atlántico que le es preciso navegar a Portugal para burlar el cerco islámico. La respuesta tecnológica ante ese nuevo desafío son las carabelas, respuesta que da una ventaja estratégica primero a Portugal y, más adelante, a Castilla. La carabela es, en gran medida y una vez más, el resultado del impulso estatal.

      En la aventura portuguesa verificamos una constante que se repetirá a lo largo de la historia: cada salto tecnológico –que deviene siempre una ventaja estratégica– está relacionado con la necesidad de superar una necesidad y con el impulso estatal que brinda la fuerza inicial imprescindible para poner en marcha el proceso de investigación y experimentación cuyo resultado final será la superación de la necesidad originaria. Cuando Portugal, gracias a ese impulso, logró realizar un salto tecnológico sin precedentes en materia de navegación y fabricación de armamentos –artillería–, aumentó su poder nacional y elevó el umbral de poder de tal forma que logró comenzar el proceso de subordinación de los poderosos reinos de Asia.

      Quizá una de las más interesantes reflexiones colaterales que se pueden realizar sobre la historia de la construcción del poder portugués sea la que se refiere a la herencia que Portugal le legó a Brasil en materia de hábitos políticos. Escribe Celso Lafer (2001): “La aventura de la expansión ultramarina portuguesa, asentada en los conocimientos de la navegación, tuvo como uno de los fundamentos la valorización de un saber extraído de la experiencia. Sobre la base de ver –y no de leer– se desarrollaron en Portugal la astronomía de posición y la geografía física” (33). Los portugueses adquirieron, entonces, el hábito de ir de la realidad a la teoría y no de la teoría a la realidad. Esta tradición portuguesa de una comprensión que reposa en la experiencia fue heredada por Brasil y le proporcionó a su clase dirigente un poderoso antídoto contra la influencia de las teorías abstractas, creadas en los centros de poder mundial como ideologías de dominación. Así, mientras, desde la independencia y hasta nuestros días, la ideología guió preponderantemente a acción política de la clase dirigente de todas las repúblicas hispanoamericanas, el pragmatismo, y no la ideología, fue el faro que orientó, principalmente, la acción política de la clase dirigente brasileña. La herencia portuguesa de intentar siempre construir un saber político cimentado en la experiencia le dio a la elite política e intelectual brasileña una gran cantidad de anticuerpos para resistir los distintos intentos que, a lo largo de la historia, las grandes potencias –primero Gran Bretaña y luego Estados Unidos– realizaron para subordinar, ideológicamente, a Brasil. Como afirma Gilberto Freire (1984), el saber construido en la experiencia le proporcionó a Brasil una especial mirada antropológica. El pragmatismo se constituyó, desde un principio, en uno de los elementos distintivos de la identidad nacional de Brasil.

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