Insubordinación y desarrollo. Marcelo Gullo

Insubordinación y desarrollo - Marcelo Gullo


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la gente indeseable de las fotos y reescribe crónicas históricas. No obstante, la historia la escriben los vencedores y es humano reinterpretar el pasado desde el punto de vista del presente. Como consecuencia, con el tiempo los países ricos han reescrito gradualmente sus propias historias, aunque de un modo a menudo subconsciente, para hacerlas más coherentes con la imagen que tienen hoy de sí mismos, en lugar de cómo fueron en realidad. (33)

      Es precisamente esa falsificación de la historia la que oculta, por ejemplo, que Estados Unidos fue, hasta después de la Segunda Guerra Mundial, el bastión más poderoso de las políticas proteccionistas y su hogar intelectual. El análisis histórico objetivo no deja duda alguna de que, después de la finalización de la guerra civil, Estados Unidos adoptó decididamente como política de Estado el proteccionismo económico y que, gracias a este sistema, protagonizó uno de los procesos de industrialización –por su rapidez y profundidad– más asombrosos de la historia.[17]

      La reescritura de la historia del capitalismo alemán no da cuenta hoy en día de que el despegue económico, iniciado por el Zollverein (1834), fue apuntalado por la Seehandlung –una especie de banco de fomento industrial bajo control absoluto del Estado– que desempeñó un papel capital en la financiación y el pertrechamiento de la industria y que impulsó el Zollverein, y eso a pesar de la resistencia de una parte importante de la población. Hoy los académicos alemanes tienden a olvidar con gran facilidad que a través de la Seehandlung los industriales alemanes tuvieron la oportunidad de acceder a un financiamiento de largo plazo y bajo interés que, de otro modo –es decir, en lo que actualmente denominamos “condiciones de mercado”–, jamás habrían podido obtener. Menos quieren recordar los intelectuales alemanes que cuando en 1890 el gobierno alemán elevó considerablemente los aranceles, el país comenzó a vivir una segunda ola de industrialización que multiplicó por cinco su producción de artículos manufacturados.[18]

      Ciertamente no es el ejemplo alemán un caso aislado de olvido y reescritura. En Italia, por ejemplo, los economistas neoliberales tienden a olvidar que a partir de 1876 –cuando Agostino Depretis fue nombrado primer ministro– el país adoptó medidas para proteger y fomentar el desarrollo industrial que cubrían un vasto abanico, desde la protección arancelaria hasta la nacionalización de sectores estratégicos, pasando por la implementación de subsidios a actividades específicas, la expansión del crédito industrial y la capitalización estatal de empresas mixtas.

      Es justamente esa falsificación o reescritura de la historia la que oculta que el pueblo suizo votó en 1898 la estatización de la mayoría de las líneas férreas, que la Confederación Helvética mantuvo durante las últimas décadas del siglo xix y principios del xx una fuerte protección arancelaria para resguardar de la competencia extranje-

       ra a sus incipientes industrias de ingeniería y que se negó hasta 1907 a sancionar una ley de patentes que abarcara los inventos químicos a fin de dejar las manos libres a las empresas suizas para que éstas pudieran tomar “prestada”, sin pedir permiso, la tecnología farmacéutica y química que inventaban las compañías alemanas.

      La historia oficial de la globalización tampoco da cuenta de que el Estado japonés, a partir de la Revolución Meiji (1868), creó y administró todas las primeras grandes industrias y que hasta 1884 en el país existió un solo actor que realizaba los estudios de factibilidad, construía las fábricas, compraba las maquinarias y administraba las empresas creadas: el Estado. Tampoco se recuerda que en 1911 el gobierno japonés –inspirándose en las leyes estadounidenses de fomento de la industria naval de 1789– prohibió la navegación costera a los países extranjeros y que este hecho permitió que los Mitsubishi fundaran entonces, en combinación con los Mitsui y los Ocurra, la Osaka Shosen Kaisha y luego la Kogusai Kisen Kaisha, que le permitieron a Japón no sólo realizar la navegación de su litoral sino crear líneas de navegación hacia África, Australia, Estados Unidos, Europa y Sudamérica. Importa destacar que cincuenta años después de que el gobierno Meiji decidiera crear, mediante el impulso estatal, la industria naviera, la marina mercante del país disponía de 4.000.000 de toneladas de capacidad de carga. Esta capacidad se había centuplicado. La historia oficial de la globalización tampoco reporta el hecho de que después de la Segunda Guerra Mundial el Ministerio de Comercio Internacional y de la Industria (miti) volvió a reeditar la esencia de la política económica de la Revolución Meiji. La historia oficial no da cuenta de que entre las leyes más importantes fomentadas por el miti figuran la Ley sobre el Control de Cambio y el Control del Comercio Exterior –del 1 de diciembre de 1949– que le otorgaba a ese ministerio el derecho de controlar las importaciones, así como la Ley sobre Inversiones Extranjeras del 10 de mayo de 1950, que lo facultaba para el control virtual sobre todos los capitales, de corto o largo plazo, que llegaran a Japón. Es también esa falsificación de la historia que, en versión estándar, se enseña en la mayoría de las universidades de los Estados subordinados de América Latina o del África la que esconde que, durante treinta años, el Estado japonés protegió y subsidió, de forma directa o indirecta, a sus principales fábricas de automóviles y que rescató –con dinero público– reiteradamente a la Toyota de la quiebra.

      La historia oficial tampoco cuenta que países como Francia, Italia, Austria, Noruega o Finlandia aplicaron, después de la Segunda Guerra Mundial y hasta la década de 1960, aranceles relativamente altos para proteger a las industrias que consideraban vitales para su desarrollo y autonomía.

      Importa precisar también que en cada Estado subordinado la elite que detenta el poder y el control de la superestructura cultural lleva adelante una permanente falsificación de la historia a fin de ocultar su carácter “colaboracionista”, es decir, su rol de instrumento de la dominación extranjera. En el relato de la historia del Estado elaborado por la elite “colaboracionista” está particularmente ausente el papel que ella misma desempeñó, a través del tiempo, para mantener a su propio Estado en una situación de subdesarrollo y dependencia.

      Una revisión histórica –como ya se ha dicho– que tenga por finalidad descorrer el velo de la realidad político-económica verdaderamente puesta en práctica por los países actualmente desarrollados resulta ineludible a fin de confrontarla con la falsedad –tanto real como ideológica– de la “historia oficial”, una historia construida “a medida”, y por lo tanto falsa, para que desnude la realidad histórica y los países subdesarrollados o en vía de desarrollo no sólo la conozcan sino que puedan aplicarla, a fin de poner en práctica las medidas y tomar los rumbos reales que permitan a sus pueblos salir de la pobreza y a los países alcanzar el desarrollo más pleno.

      No es, sin embargo, que propongamos una “copia” lisa y llana de los procesos sino un conocimiento de la realidad conceptual que imbuyó, por igual, a todos los procesos de desarrollo exitoso y eludir los errores, también conceptuales, de aquellos pueblos que fracasaron en sus intentos. Se trata de adaptar lo conceptual real a cada tiempo y espacio histórico, sin por ello abandonar las esencias, y en la medida en que se vayan aplicando, eludir –también con la experiencia– los errores ajenos o, mejor y más simple y claramente dicho, valerse de la experiencia ajena, porque la experiencia propia llega tarde y cuesta cara.[19]

      Capítulo 3

      Portugal: el primer fruto del impulso estatal

      La aventura portuguesa

      Como ya mencionamos en un trabajo anterior (Gullo, 2008), es en 1415 cuando Portugal, con sus navegantes y marineros, se lanza a la por entonces insospechadamente audaz y riesgosa aventura de avanzar al sur, a través del Atlántico. De este modo, se constituye en el primer país en acometer el desafío de librar a Europa de la dependencia terrestre que imponían los musulmanes para alcanzar Oriente y conseguir allí los valiosos cargamentos de especies (primera riqueza buscada), que permitían una verdadera “soberanía alimentaria y farmacéutica” dado que las especies resultaban el único medio

       de conservar los alimentos y elementos básicos para la elaboración de los medicamentos más usados en la época. En tal sentido, desde hacía tiempo y a través de una verdadera “política de Estado” Portugal estaba desarrollando, con apoyo de su Corona, un plan concreto de fomento de la navegación como medio de liberación de la dependencia alimentaria y farmacéutica. Así fue como la decisión de la Corona


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