Insubordinación y desarrollo. Marcelo Gullo
de “ciertas lentes metodológicas y matemáticas que dejan importantes puntos ciegos” (Reinert, 2007: 3).
Sin un conocimiento histórico profundo, el joven graduado en economía desconoce que “los países ricos se hicieron ricos porque durante décadas, a menudo siglos, sus Estados y sus elites dominantes establecieron subvenciones y protegieron industrias y servicios dinámicos” (Reinert, 2007: xxix), desvirtuando de esa forma las supuestas leyes del mercado. Dado que no se estudia en profundidad la historia económica, los noveles graduados en economía ignoran que los Estados que se industrializaron tardíamente en el siglo xx, como Alemania o Japón, o los países recientemente industrializados como Taiwán o Corea, “emularon a los países más prósperos de su época, llevando sus estructuras productivas a las áreas en las que se concentraba el cambio tecnológico [y que] de esa forma desvirtuaron las leyes del mercado con el fin de obtener unos ingresos por encima de las rentas normales, que llegaron a los capitalistas en forma de mayores beneficios, a los trabajadores como salarios más altos, y a los Estados como recaudaciones impositivas más abultadas” (xxix).
Sin embargo, lo más grave no es que los estudiantes reciban una formación completamente ahistórica sino el hecho de que tal formación, en el caso de que quisiesen adquirirla por sí mismos, se torna cada día más dificultosa dado que, como señala Reinert –a partir de su propia experiencia como estudiante y como profesor– las teorías que han enriquecido realmente a los países ricos no sólo han comenzado a desaparecer de los textos modernos y de la práctica de la economía sino que los textos en que se habían basado las acertadas políticas económicas del pasado también están “desapareciendo de las bibliotecas de todo el mundo […] como si el material genético de la sabiduría del pasado estuviera siendo destruido lentamente” (10). A modo de ejemplo de esa circunstancia, Reinert expone: “Durante el ominoso año de 1984 la biblioteca Baker de la Universidad de Harvard desechó todos los libros que no se habían consultado durante los últimos diez lustros, entre ellos la mayoría de la colección de libros de Friedrich List (1789-1846), importante teórico alemán de la política industrial y del crecimiento desigual […] Otro caso que cabe señalar es el de la Biblioteca Pública de Nueva York, que en algún momento de la década de 1970 decidió microfilmar toda su colección y a continuación se deshizo del material originario como papel desechable a reciclar”. Entre esos papeles se encontraban “cientos de discursos en el Senado y en la Cámara de Representantes y miles de textos que documentaban lo que realmente sucedió mientras Estados Unidos pasaba de la pobreza a la riqueza” (11). Auténticos tesoros, afirma Reinert, que comentaban los debates de la política económica entre librecambistas y proteccionistas, no sólo de Estados Unidos sino de una docena de países y lenguas, desaparecieron. Hoy, ese debate entre librecambistas y proteccionistas, afirma, “no suele mencionarse en la historia económica de Estados Unidos ni en la historia del pensamiento económico […] Los estadounidenses tienen su propia historia en gran medida oculta bajo un velo de retórica e ideología” (13). Los estudiantes de las principales universidades estadounidenses, en su inmensa mayoría, en las asignaturas que abordan la historia del pensamiento económico, estudian lo que Adam Smith dijo que Estados Unidos debería haber hecho para convertirse en un país rico pero en ningún momento de su formación académica estudian lo que Estados Unidos hizo efectivamente para hacerse rico, que, por supuesto, fue muy diferente de lo que Adam Smith, desinteresadamente, había aconsejado.
Profundizando en el análisis de la deficiente formación académica que reciben los estudiantes de economía en los principales centros de excelencia del mundo, Aldo Ferrer (2002) observa agudamente:
La formación de economistas, en nuestros países y en centros académicos del exterior, se realiza, en gran medida, dentro de los moldes de la visión fundamentalista de la globalización y de una concepción del desarrollo subordinada a los criterios de los tomadores de decisiones en los centros del sistema mundial. Se forman hoy analistas de mercado (para operar en la esfera financiera), más que economistas en la concepción clásica del término, es decir, investigadores en el área de las ciencias sociales que abordan la actividad económica en el contexto de la realidad social y política. Lo grave es que, frecuentemente, quienes toman decisiones que influyen en la producción, el empleo, el bienestar y la inserción internacional son los analistas de mercado, supuestamente depositarios de la racionalidad económica. De ese modo el objetivo excluyente de la política económica resulta ser reducir el riesgo país para mejorar la capacidad de atracción de fondos externos. Sea cual fuere el costo para la producción, el empleo y el bienestar, se trata de satisfacer las expectativas de los mercados. De ahí el alto grado sofisticación irrelevante e irracionalidad en que ha caído, actualmente, buena parte de la investigación económica en nuestros países, y la mala calidad de las políticas inspiradas en la preferencia de la especulación financiera. (107)
De lo expuesto, se desprende, como consecuencia lógica:
1) Que la formación de los estudiantes de economía en la teoría económica clásica ha sido una de las herramientas principales utilizada por los países centrales para subordinar a los países periféricos impidiendo, de esa forma, el paso de éstos del subdesarrollo al desarrollo.
2) Que la teoría del libre comercio ha sido uno de los elementos principales del poder blando, primero de Inglaterra, luego de Estados Unidos, Alemania, Japón y, recientemente, de Corea del Sur y lo será, en un futuro posiblemente cercano, de China, Brasil y de la India.
3) Que un considerable porcentaje de los economistas –bien intencionados– actúan, inconscientemente, como ejecutores (agentes) de la subordinación ideológico-cultural de los países periféricos.
Las secuelas de la subordinación ideológica
Una de las principales consecuencias de la subordinación ideológico-cultural consiste en que en los países periféricos las elites tradicionales y la clase media tienden a imitar, frecuentemente, los patrones de consumo de los países de elevado nivel de desarrollo. Siguiendo el pensamiento de Celso Furtado, afirmamos que este hecho explica la tendencia a la concentración de la renta y la fuerte propensión para importar que sufren los Estados subordinados, de lo que resulta, según Furtado, un doble desequilibrio: el primero se manifiesta como deficiencia de la capacidad para importar, y el segundo se manifiesta como insuficiencia del ahorro interno. Resulta fácil percibir que en los países subordinados los elevados patrones de consumo de la llamada “clase media” tienen, como contrapartida, la esterilización de una parte sustancial del ahorro y el aumento de la dependencia externa del esfuerzo de inversión.[16]
Con la aparición de los medios masivos de comunicación, ciertos patrones de comportamiento de las minorías de altas rentas comenzaron a difundirse al conjunto de la sociedad. De esa forma, comenzó a gestarse en los Estados periféricos una “sociedad de masas falsificada” donde coexisten formas sofisticadas de consumo superfluo y carencias esenciales en el mismo estrato social e, incluso, hasta en la misma familia.
La falsificación de la historia como herramienta de subordinación
En suma, a través de la falsificación de la historia las grandes potencias persiguen el objetivo de que los Estados periféricos ignoren cómo ellas han construido sus respectivos poderes nacionales. Las grandes potencias, a través de la desfiguración del pasado, tratan de impedir que los pueblos subordinados posean la técnica y la aptitud para concebir y realizar una política de construcción de sus respectivos poderes nacionales. Hay una falsificación de la historia –construida desde los centros hegemónicos del poder mundial– que oculta el camino real que recorrieron las naciones hoy desarrolladas para construir su poder nacional y alcanzar su actual estado de bienestar y desarrollo. La falsificación de la historia oculta que todas las naciones desarrolladas llegaron a serlo renegando de algunos de los principios básicos del liberalismo económico, en especial de la aplicación del libre comercio, es decir aplicando un fuerte proteccionismo económico, pero hoy aconsejan a los países en vía de desarrollo o subdesarrollados la aplicación estricta de una política económica ultraliberal y de libre comercio como camino del éxito.
Al respecto de la falsificación de la historia afirma, benévolamente, Ha-Joon Chang (2009):
La historia del capitalismo se ha reescrito hasta el