Insubordinación y desarrollo. Marcelo Gullo
e influencia. (31)
Son precisamente esos intelectuales –respaldados por el poder del dinero, por la poderosa maquinaria propagandística montada por las grandes potencias y por el capital financiero internacional– los que han logrado falsificar la historia del desarrollo de las naciones e imponer una “historia oficial” que oculta el hecho de que los países actualmente desarrollados, para llegar a serlo, aplicaron sistemáticamente el proteccionismo económico, la discriminación a los inversores extranjeros y la subvención permanentemente a sus industrias deficitarias. Como sostiene Ha-Joon Chang, los países desarrollados se han hecho ricos aplicando un modelo económico intervencionista y proteccionista totalmente contrario al modelo económico neoliberal que hoy predican como panacea para llegar a la prosperidad a los países subdesarrollados o en vías de desarrollo.
Paradoja de la historia, esos mismos intelectuales –al servicio del capital financiero internacional– hoy enseñan a las poblaciones de los países ricos –con la sola finalidad de que la crisis no la paguen los grandes bancos– que deben aceptar pasivamente la aplicación de planes de ajuste que deterioran enormemente el nivel de vida y que, de continuar en esa senda, en un futuro llevarán a la pobreza a un sector importante de la población. Con justa razón ha afirmado Aldo Ferrer que los países centrales se están “cocinando en su propia salsa”.
El surgimiento del pensamiento crítico
En algunos de los Estados que han sido sometidos por las potencias hegemónicas a una política de subordinación cultural surge, como reacción, un pensamiento crítico que lleva adelante una insubordinación ideológica que es, siempre, la primera etapa de todo proceso emancipatorio exitoso. Cuando ese pensamiento crítico logra plasmarse en una política de Estado, se inicia un proceso de insubordinación fundante (Gullo, 2008) que, de ser exitoso, logra romper las cadenas que atan al Estado, cultural, económica y políticamente, con la potencia hegemónica.
En la Argentina, al pensamiento crítico o antihegemónico sus propios protagonistas lo designaron “pensamiento nacional” por contraposición al pensamiento producido por la subordinación cultural, al que denominaron, implícitamente, “pensamiento colonial”. Ese pensamiento colonial, para los hombres del pensamiento nacional, daba origen a partidos políticos, de izquierda o de derecha, que no cuestionaban la estructura material ni la superestructura cultural de la dependencia.
Por ello, podía haber, en los términos expresados por esos mismos hombres del pensamiento nacional, tanto una derecha como una izquierda “cipayas”.[13]
La competencia por el poder y el desarrollo económico-tecnológico
La independencia real de los Estados no es equivalente a los alardes retóricos de independencia; la independencia real –o, si se quiere, la mayor autonomía posible que puede alcanzar un Estado dentro del sistema internacional– es consecuencia directa de su poder nacional y por ello, en las actuales circunstancias, resulta fundamentalmente consecuencia directa del desarrollo económico-tecnológico. Siendo, entonces, el desarrollo económico-tecnológico la condición fundamental –aunque no suficiente– para la construcción del poder nacional, es natural que los Estados subordinantes estén interesados en impedir, estorbar, retrasar o limitar el desarrollo económico-tecnológico de los subordinados.
La naturaleza misma del sistema internacional lleva a que todo Estado tienda a evitar siempre, en la medida de sus posibilidades, la aparición de eventuales competidores. Es la propia naturaleza del sistema internacional la que empuja a los Estados que más poder tienen a impedir que otros aumenten su poder nacional. Las únicas excepciones a este principio que rige las relaciones internacionales –en todo tiempo y lugar– se producen en las siguientes circunstancias:
1) Cuando una imperiosa necesidad de carácter geopolítico obliga a un Estado subordinante a consentir, tolerar o fomentar el desarrollo económico de uno subordinado. Tal fue el caso, por ejemplo, en el marco de la Guerra Fría, de Estados Unidos respecto de Alemania Occidental y de Japón que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, se habían convertido en Estados completamente subordinados a Estados Unidos pero cuyo pleno desarrollo le era imprescindible al poder norteamericano, a fin de derrotar a su enemigo principal: la Unión Soviética.
2) Cuando un Estado subordinante, a fin de poder explotar plenamente las riquezas de uno subordinado, se ve obligado –por una necesidad de carácter económico– a fomentar la infraestructura necesaria para la extracción de la riqueza en la cual está interesado. Así, la penetración económica del Estado subordinante en el subordinado tiene, en un principio, un carácter progresista pero el progreso que consigue el Estado subordinado es siempre limitado, deformante y controlado. Tal fue el caso, por ejemplo, a fines del siglo xix y comienzos del siglo xx, de Gran Bretaña respecto de la Argentina y Uruguay, caso que denominamos la paradoja rioplatense o la paradoja del crecimiento sin desarrollo.[14]
Resulta un hecho históricamente innegable que a partir de fines del siglo xviii el desarrollo económico fuese sinónimo de industrialización y que ésta se constituyera, desde entonces, en uno los elementos estratégicos clave en la construcción del poder nacional de los Estados. Explicitada esta premisa fundamental de nuestro razonamiento, debemos entonces aclarar –yendo de lo general a lo particular– que, si procedemos a situar históricamente el principio general que hemos enunciado (los Estados subordinantes están siempre interesados en impedir, estorbar, retrasar o limitar el desarrollo económico de los subordinados), desde fines del siglo xviii hasta mediados del xx el desarrollo específico que los Estados subordinantes han tratado de impedir, estorbar, retrasar o limitar ha sido, siempre y fundamentalmente, el desarrollo industrial. Desde mediados del siglo xx hasta nuestros días, los Estados subordinantes han tratado fundamentalmente de imposibilitar el desarrollo industrial tecnológico, tolerando solamente el traslado a la periferia de las industrias obsoletas o muy contaminantes.
Si, como hemos expuesto, la propia naturaleza del sistema internacional lleva per se a los Estados que más poder tienen a tratar de impedir la industrialización de los Estados que todavía no han llegado a ese nivel de desarrollo (para impedir de esa forma el incremento de su poder nacional), no es menos cierto también que al impedir el desarrollo industrial de otros Estados los subordinantes consigan, también, asegurarse un mercado permanente para las mercaderías producidas por sus propias industrias. Desde la Revolución Industrial hasta las primeras décadas del siglo xx, a través de la búsqueda desesperada de mercados externos, los Estados subordinantes trataron de superar la tendencia crónica a la insuficiencia de la demanda que los economistas clásicos llamaron “infraconsumo”. Esto explica, por ejemplo, el hecho de que desde mediados del siglo xvii hasta las primeras décadas del xx el interés político-estratégico del Estado-nación inglés haya coincidido con el interés económico concreto de la burguesía industrial británica.
Conviene también aclarar que cuando los Estados subordinantes no han podido evitar la industrialización de un país periférico han tratado de deformar el proceso de industrialización de ese país periférico en cuestión, convirtiendo su desarrollo en un desarrollo industrial subordinado. Cuando se produce el desarrollo subordinado, la industrialización no trae aparejada la distribución de la renta y, por lo tanto, tampoco se consigue romper estructuralmente –mediante la industrialización– la subordinación a la estructura hegemónica del poder mundial, porque la industrialización pasa a ser conducida principalmente por la inversión extranjera y fundada en el establecimiento de empresas multinacionales cuyo centro de poder y decisión continúa asentado en los países subordinantes. Esa fue, por ejemplo, la actitud que tuvieron los Estados subordinantes con respecto a Brasil después del golpe de Estado militar contra el presidente João Goulart en 1964. Importa destacar, también, el hecho paradójico de que las empresas extranjeras que llegan al país periférico en proceso de industrialización dependiente busquen, siempre, apoyarse en los ahorros internos de los países donde se radican con el objetivo de financiar su instalación. Tal fue el caso, por ejemplo, de las empresas norteamericanas que, en la década de 1960, durante el gobierno de Arturo Frondizi, se instalaron en la Argentina.
Históricamente, a través de las llamadas “empresas multinacionales” –independientemente del objetivo económico intrínseco a estas compañías–, los países más desarrollados han intentado