Insubordinación y desarrollo. Marcelo Gullo

Insubordinación y desarrollo - Marcelo Gullo


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por “umbral de resistencia” entenderemos, en lo sucesivo, un quantum de poder mínimo necesario por debajo del cual cesa la capacidad autonómica interna de una unidad política. “Umbral de resistencia” es, entonces, el poder mínimo que necesita un Estado para no caer en el estadio de subordinación, en un momento determinado de la historia. De su naturaleza histórica y relativa deviene, en consecuencia, la naturaleza “variable” de ese umbral de resistencia.

      Por su parte, el concepto de umbral de poder está relacionado con la autonomía externa y lo entenderemos en lo sucesivo como el poder mínimo que necesita alcanzar un Estado para intentar participar, en calidad de actor principal, en la construcción del orden internacional en un momento determinado de la historia, es decir, para intentar convertirse en un protagonista principal de la historia mundial. Lógicamente, son pocos los Estados que han logran alcanzar este umbral.

      Tanto el umbral de resistencia como el de poder están siempre relacionados con el poder generado por los otros Estados que conforman el sistema internacional. Cuando una o varias unidades políticas aumentan considerablemente su poder, pueden provocar un cambio sustancial tanto en el umbral de resistencia como en de poder.

      Umbral de resistencia, umbral de poder e integración

      Como señalan Guillermo O’Donnell y Delfina Link, debe tenerse presente siempre que “la estrategia fundamental de los dependientes es la alianza contra su dominante. En la medida en que los dependientes superen el aislamiento en que los ha colocado su dominante, pueden pensar en poner en común sus recursos de poder y, con ello, introducir un cambio fundamental en su situación” (citados por Juan Carlos Puig, 1980: 154).

      Sin embargo, como sostiene agudamente Juan Carlos Puig, es fundamental advertir que “la integración en sí misma tampoco es autonomizante” (154) y que tampoco conduce necesariamente a todos los Estados que protagonizan el proceso de integración a alcanzar el umbral de resistencia o el de poder, es decir que no necesariamente a través de la integración se alcanza la autonomía.

      La integración es, esencialmente, instrumental y para que sirva como instrumento para alcanzar el umbral de resistencia o el de poder requiere de determinados requisitos y condiciones. Entre esos requisitos y condiciones imprescindibles figuran el hecho de que las unidades que participan del proceso de integración posean dimensiones más o menos equivalentes, que el desarrollo industrial-tecnológico de la unidades a integrarse no sea enormemente desigual (esta circunstancia podría subsanarse mediante la aplicación de una política de planificación industrial conjunta) y que ninguna de ellas sobrepase, en términos de poder, exageradamente a las otras. Si estas condiciones no se reúnen, más allá de las buenas intenciones de la unidad política que sobrepasa en términos de poder y desarrollo infinitamente a las otras, la integración deviene en la subordinación de las unidades medianas y pequeñas a aquella unidad que, en términos relativos y comparativos es, frente a esas unidades pequeñas y medianas, una gran potencia. En ese sentido Maurice Duverger (1965) afirma:

      Cuando se trata de unir a naciones de dimensiones más o menos equivalentes, de las cuales ninguna puede aplastar a las otras, y de hacer surgir sobre ellas un verdadero poder supranacional, entonces la integración corresponde a una auténtica cooperación, que respeta el derecho de todos y permite a cada uno profundizar su solidaridad con los otros más que reforzar su egoísmo. Pero, si se trata de fusionar naciones medianas o pequeñas alrededor de un gigante que las sobrepasa infinitamente, se llega, necesariamente, a una seudocomunidad, que camufla la dominación de una gran potencia. Se trata, en realidad, de un imperio. Tal, es la verdadera naturaleza [de la integración de unidades profundamente desiguales], malgrado las buenas intenciones. (1-3)

      La construcción del poder nacional y el impulso estatal

      Para los Estados periféricos, el objetivo estratégico primario no puede ser otro que el de alcanzar el umbral de resistencia y desarrollo. En esos Estados la construcción del poder nacional y la superación del subdesarrollo requieren de un enorme impulso estatal para poner en acto lo que se encuentra en potencia. El impulso estatal permite la movilización de los recursos potenciales que transforman la fuerza en potencia, en “fuerza en acto”.[8]

      En realidad, del estudio profundo de la historia de la política internacional se desprende que en el origen del poder nacional de los principales Estados que conforman el sistema internacional se encuentra siempre presente el impulso estatal. Esto es así porque el poder nacional no surge espontáneamente del simple desarrollo de los recursos nacionales. Además, en los Estados periféricos la necesidad del impulso estatal se ve acrecentada porque los Estados que más poder tienen tienden a inhibir la realización del potencial de los Estados subordinados para que no se altere la relación de fuerzas en detrimento de aquéllos.

      En este contexto, denominamos impulso estatal a todas las políticas realizadas por un Estado para crear o incrementar cualquiera de los elementos que conforman el poder de ese Estado. De manera general, podemos afirmar que entran dentro del concepto todas las acciones llevadas a cabo por una unidad política tendientes a animar, incitar, inducir o estimular el desarrollo o el fortalecimiento de cualquiera de los elementos que integran el poder nacional. De manera restrictiva, también usamos este concepto para referirnos a todas las acciones llevadas a cabo por un Estado periférico tendientes a poner en marcha las fuerzas necesarias para superar el estado de subordinación y el subdesarrollo. El ejemplo paradigmático de lo que denominamos como impulso estatal fue la Ley de Navegación inglesa de 1651 y sus sucesivas reformas.[9]

      Los elementos del poder nacional

      Los conceptos de “umbral de resistencia”, “umbral de poder” e “impulso estatal” conducen pues, necesariamente, al análisis de los elementos que conforman el poder de un Estado. El poder de un Estado está conformando por un conjunto de elementos, tangibles e intangibles, interrelacionados. Este “conjunto de elementos” está permanentemente afectado por los cambios tecnológicos y culturales.

      Para construir poder es necesario interrogarse, constantemente, sobre cuáles son los factores que otorgan a un Estado el poder mínimo necesario para mantener su autonomía y alcanzar el desarrollo dado que estos factores se ven, como ya afirmamos, permanentemente transformados por la evolución de la tecnología.

      Numerosos pensadores, a lo largo de la historia, marcaron la existencia de factores básicos que conforman el poder de un Estado. Así, por ejemplo, el geógrafo estadounidense Nicholas Spykman en su obra America’s Strategy in World Politics: The United States and the Balance of Power, de 1942, subrayó la existencia de diez factores básicos a tener en cuenta cuando se analiza y se mensura el poder de un Estado. Esos factores, según Spykam, son: 1) la extensión del territorio; 2) las características de las fronteras; 3) el volumen de la población; 4) la ausencia o presencia de materias primas; 5) el desarrollo económico y tecnológico; 6) la fuerza financiera; 7) la homogeneidad étnica; 8) el grado de integración social; 9) la estabilidad política, y 10) el espíritu nacional.

      Resulta evidente que Spykman –así como Hans Morgenthau– incluye como elementos constitutivos del poder nacional tanto a los factores tangibles como a los intangibles y que, también al igual que Morgenthau, coloca en la cúspide de la pirámide del poder a los factores intangibles.[10] Por su parte, Rudolf Steinmetz (1929) enumera ocho factores que deben tenerse en cuenta al momento de mensurar el poder de un Estado, a saber: 1) la cantidad y calidad de la población; 2) la dimensión del territorio; 3) las riquezas; 4) la calidad de las instituciones políticas; 5) la calidad de la conducción política; 6) la unidad y la cohesión nacionales; 7) la existencia de Estados amigos en el sistema, y 8) las cualidades morales de la población.

      Resulta interesante señalar que Guido Fisher (citado por Aron, 1984) divide a los factores constitutivos del poder de cualquier estado en tres categorías: la primera está conformada por los factores políticos dentro de los cuales incluye siete elementos, a saber: 1) la posición geográfica; 2) la superficie; 3) el tamaño de la población y la densidad por kilómetro cuadrado; 4) la habilidad organizativa de la población; 5) el nivel cultural; 6) los tipos de fronteras, y 7) las aptitudes de los países vecinos. La segunda está configurada por los factores psicológicos, entre los cuales enumera: 1) la flexibilidad económica; 2) la capacidad de invención; 3)


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