¡Podemos querernos más!. María Agustina Murcho

¡Podemos querernos más! - María Agustina Murcho


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de comer fideos, galletitas, arroz y papa, que están presentes en un montón de comidas típicas de mi país, me empecé a preocupar más por lo que mis papás preparaban. También comenzaron las peleas, los berrinches, todo por no querer comer ni un gramo de hidratos. Al principio ni les prestaba atención, pero poco a poco desarrollé un miedo terrible incluso a tocarlos. Con el tiempo, las restricciones me llevaron a dejar de comer ciertas frutas y luego los lácteos.

      Bajé de peso, pero a expensas de mi salud física y emocional, porque sin saberlo me estaba alejando de mi familia y mis amigos; lo único que me importaba era cuántas calorías quemaba entrenando y controlar que mi comida nunca tuviera hidratos.

      Luego mis papás me “obligaron” a incluir hidratos de nuevo, aunque al principio fue difícil para mí; luego pasé de no comer a atracones constantes, a nunca poder frenar. Subí de peso, incluso más de lo que pesaba al principio, cuando había probado una dieta para “no engordar”.

      Desde los catorce años sufro de trastornos alimenticios y sus consecuencias. A fines de octubre de 2017 inicié mi primer tratamiento para darle un alto, no podía soportar un día más pendiente de las calorías y con miedo a comer, a tener un atracón, a vomitar, a desmayarme por haber ayunado 3 días seguidos. Es difícil, pero las ganas de salir de este encierro son más fuertes y cada día estoy más decidida. Toma tiempo, paciencia, ganas y mucho autoconocimiento.

      Programas de televisión

       y críticas hacia

       los cuerpos

      En programas televisivos de rumores y de la farándula, que se transmiten por la mañana o por la tarde, muchas veces se habla sobre la ropa que usan las celebridades, el look que tienen, el corte de pelo que se hicieron, y también sobre sus cuerpos. Sacan conclusiones de por qué subieron de peso, se preguntan si están embarazadas, si están comiendo de más, a veces dicen que “se dejaron estar”, y también hablan de quienes bajaron de peso. Como si fuera obvio, lo primero que se dice es que tienen anorexia, y a veces lo dan por sentado, pero nadie se detiene a pensar que la anorexia es una enfermedad grave y no se puede hablar tan a la ligera.

      Se puede bajar de peso por infinidad de motivos, y no siempre es por un trastorno alimentario.

      Vivimos en una época en la que cualquiera se considera habilitado y capacitado para opinar sobre todo el mundo, sobre cada detalle de la vida de los demás, sobre si tienen más o menos peso, pero nadie se preo­cupa por esa persona como ser humano integral. Se habla despreocupadamente acerca de las apariencias, para juzgar si se amoldan más o menos a determinado estereotipo deseable, y de esa manera se estimula, quizá sin saberlo, la cantidad de trastornos alimenticios.

      Además, esos comentarios circulan durante las 24 horas, por lo cual cualquier niño tiene acceso a ellos. Por más que no parezca escuchar atentamente, esos mensajes van quedando en su cabecita, y no solo es peligroso porque el niño puede empezar a creer que es cierto todo lo que se dice, sino porque a veces lo repite y empieza el bullying en el colegio, diciéndole las cosas que oyó en la televisión a algún compañerito. Y así se retroalimenta el círculo y el avance en los desórdenes alimentarios.

      Yo tengo claro que, por más que lo diga y lo repita, este fenómeno tiene larga vida, porque es lo que vende y da rating, pero con que tú me estés leyendo sé que estamos avanzando, con el objetivo de que cada vez seamos más quienes comprendamos cómo puede afectar a muchísimas personas, tanto a niños y a adolescentes como a los adultos.

      Debemos aprender a no agredir ni insultar, nunca, y en especial por el físico. Uno nunca sabe por cuál situación está pasando cada uno ni cómo le pueden afectar los comentarios.

       En primera persona: Nicolás, 20 años

      Te escribo porque no son muchos los hombres que se animan a contar su experiencia con los trastornos alimenticios, así que romperé el hielo.

      Desde mi niñez siempre fui gordito y a raíz de eso sufrí burlas durante la escuela primaria y los primeros años de secundaria. Cuando cumplí dieciséis comenzó mi interés por adelgazar e ir al gimnasio. Todo iba bien hasta que me empecé a dañar la cabeza con imágenes de los modelos de la tele, de los chicos de las publicidades de ropa interior, y pensaba “yo quiero tener ese físico”... ¡Terrible error, el mío! Lo peor era ver a los programas de la farándula mostrando los cuerpos marcados de actores o fisicoculturistas... ¡Pobre de mi autoestima! Entrenaba muchísimo, comía muy poco, vivía de mal humor, miraba con mucho cuidado las cosas que consumía, me observaba al espejo y tenía ganas de llorar... Llegué a bajar 4 kilos por mi pobre forma de alimentarme; me sentía débil y sin ánimos. Mi papá me dijo que pare­cía enfermo de lo flaco que estaba... Esa frase hizo un clic en mi mente y me hizo ver la realidad.

      Poco a poco fui saliendo de ese horrible círculo vicioso, aunque aún tengo algunas secuelas, como no poder mirarme al espejo, no me gusta lo que veo. A los dieciocho tuve una recaída porque mi novio de aquel entonces me dejó por otro más “atlético” que yo y eso me dañó la autoestima. Ahora, ya con veinte años y pesando 72 kilos, estoy dejando todos esos fantasmas en el olvido y me siento más feliz. Estoy cursando Nutrición y me ha ayudado muchísimo a reconciliarme con la comida. Todavía sigo con pequeñas luchas con mi cuerpo, pero ya no caeré en esa maldita obsesión.

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