Representación gráfica de espacios y territorios. Ruth Zárate

Representación gráfica de espacios y territorios - Ruth Zárate


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esta misma línea de avances, la geografía cartográfica desarrolló la búsqueda de la idiosincrasia de la época, gracias a lo cual logró avances en aspectos políticos, poblacionales y económicos, a diferencia de la geografía cartográfica en la Antigüedad. Bernardus Varenius, años atrás de los descubrimientos de Halley, en su Geografía general (1650) se acercó a una geografía con estatus de ciencia, lo que facilitó la realización de estudios regionales en el espacio terrestre (Vila, 1982). Para esta época, la geografía era considerada un área auxiliar de la historia y existía un hermanamiento instrumental y práctico entre ambas disciplinas (Capel, 1977).

      Entre los siglos XVI y XVII, se generaron cambios socioculturales fundamentales para que el ser humano se expandiera geográficamente; en consecuencia, logró conocer otros espacios terrestres antes vedados por tradiciones occidentales principalmente religiosas. De tal manera, en Europa se presentó el fenómeno de la acumulación originaria, que se refiere al estado primario de la acumulación de capital, es decir, a la desvinculación del productor con los medios de producción y la demanda de la burguesía comercial de acaudalar riqueza (Marx, 1867). La expansión de las fronteras se llevó a cabo con viajes exploratorios de navegantes, principalmente portugueses, guiados con cartas marítimas. El colonialismo, representado en las exploraciones marítimas y terrestres americanas, africanas y asiáticas, fue el soporte de los nuevos avances cartográficos (Montoya, 2007). La evolución de los mapas se caracterizó por la descripción de las coordenadas que daban los exploradores, fundamentalmente comerciantes; esto permitió que se delinearan las nuevas tierras descubiertas. El proceso llevado a cabo por la geometría y la astronomía buscó precisión y exactitud en las distancias recorridas, formas de lugares y accidentes geográficos.

      Desde esta época y hasta la contemporaneidad, la cartografía fue el objeto esencial de la geografía. Se originó la matematización de coordenadas y puntos de referencia presentes en los mapas, y se cambió la perspectiva del observador como sujeto cognoscente. En la Antigüedad, el sujeto graficaba el entorno desde su visión central, en la posición del plano del objeto. En cambio, en una configuración del mundo más universal, para los geógrafos modernos, el sujeto cognoscente tuvo otra perspectiva del objeto representado, al graficarlo desde una visión objetiva, es decir, por fuera del plano. De esta manera, hay una división entre sujeto cognoscente y objeto conocido, lo que genera el adelanto científico del conocimiento espacial del territorio y del entorno en la época. Los europeos construyeron los mapas desde esta objetividad científica.

      En su momento, el cambio de la noción del espacio con la nueva cartografía llevó a considerar premodernas, atrasadas y poco racionales las concepciones en las que se privilegiaba la visión céntrica del espacio con la representación del sujeto en el mismo plano. Los mapas europeos contribuyeron a deslegitimar el conocimiento espacial de los colonos africanos y americanos, acción ideológica que pretendió demostrar una supuesta superioridad racial y cultural de la sociedad europea. Esta visión etnocéntrica imaginaba a los pueblos colonizados como hijos menores obligados a acelerar el proceso de civilización mediante el conocimiento occidental (Montoya, 2007). Era otra forma de justificar la dominación, que además iba acompañada de la evangelización, la esclavitud y el saqueo de las riquezas.

      Ahora bien, en esta primera modernidad, la geografía se transformó con el progreso el conocimiento: pasó de la pura descripción de la superficie terrestre al análisis de las condiciones en que vivieron los pueblos considerados desconocidos. La preocupación por la riqueza en las tierras exploradas fue el sustento, en un principio, para las monarquías y, luego, para las repúblicas, del interés que manifestaron por la evolución de la geografía, de la cartografía y de la elaboración de atlas (Álvarez, 2000). El conocimiento del espacio fue cada vez más empírico y se conquistaron lugares desconocidos para establecer rutas comerciales, lo que permitió darle vuelo a la cartografía de la época. El mundo dejó de ser solo el mundo terrestre conocido. El ser humano no solo quiso expandir sus fronteras territoriales, sino que también expandió las fronteras mentales, de tal forma que el mundo y el conocimiento no debían de tener límites. A partir de esto se originó el sistema-mundo, que es el cimiento del actual mundo globalizado (Wallerstein, 2006).

      En el periodo de la ilustración (siglo XVIII), el espacio y también el tiempo lograron otra connotación gracias a Immanuel Kant (1787), quien consideró el espacio como una intuición a priori: parte de una representación pensada y no como un concepto empírico extraído de experiencias externas. El espacio tampoco era un concepto discursivo o un concepto universal de relaciones entre las cosas, sino esencialmente el espacio era único y de una magnitud dada infinita. Así mismo, se concibe el tiempo como una intuición a priori en la que es posible la realidad de los fenómenos: forma pura de intuición sensible en la cual, debido a su infinitud, el ser humano ha introducido limitaciones que le reconocen su existencia y los fenómenos que allí se presentan. De tal forma, Kant eleva el avance teórico del espacio y el tiempo y con ello reafirma la relación tradicional y práctica entre geografía e historia. Ambas áreas del conocimiento son descripciones que tienen una correlación teórica: la historia describe fenómenos según el tiempo y la geografía según el espacio (Schaffer, citado por Capel, 1977). Así mismo, para Kant hay dos clases de ciencias: las especulativas, apoyadas en la razón, y las empíricas, apoyadas en la experiencia y en las sensaciones. Estas últimas se clasificarían en dos disciplinas de síntesis: la antropología, que sintetiza los conocimientos del hombre, y la geografía, que sintetiza los conocimientos sobre la naturaleza mediante la descripción de fenómenos y el reconocimiento de una visión del planeta, una disciplina espacial (Álvarez, 2000).

      En cuanto a la cartografía, esta se desarrolló principalmente en Francia en plena coyuntura revolucionaria, con Jean-Dominique Cassini, cuando realizó el levantamiento topográfico de París con métodos de triangulación a partir de la medida del arco del meridiano de París. La carta de Cassini (1793) ya contaba con la representación de los trazados con curvas de nivel que le dieron relevancia a la imagen de los relieves y las formas de la superficie terrestre. Los gobernantes europeos quisieron hacer levantamientos de estos mapas en otras ciudades. Por su parte, en Norteamérica se reconocieron los trabajos de White (siglo XVI) y Smith (XVII), y sobre todo el mapa de Mitchell (1755), que graficó lo dominios británicos y terrestres de las colonias, y de Lambert (siglo XVIII), por las innovaciones en las proyecciones cartográficas (Capdevila, 2002b).

      El razonamiento y la Ilustración fueron el combustible para que se diera la Revolución francesa, tiempo de cambios políticos que transformaron el mundo. En este momento la estructura monárquica cayó o quedó como parte de una representación histórica que le dio paso a las repúblicas liberales. Ilustrados como Hegel y Kant piensan la historia del mundo como teleológica, con el futuro de la sociedad a través de la razón y el progreso. Así mismo, el espacio y el territorio fueron definidos como parte de la edificación de un nuevo mundo que se avecinaba, donde territorios y fronteras fueron demarcadas para el control y orden, es decir, el poder de los Estados-nación.

      Nacionalismo e imperialismo en lo político y positivismo en lo científico

      Para el siglo XIX las revoluciones burguesas en Europa produjeron el desarrollo industrial, y el nacionalismo impulsó la creación de los Estados modernos e intervino en el conocimiento científico. Asimismo, se dio una tendencia a consolidar el saber generado en las ciencias sociales por medio del paradigma positivista. Según Mardones (1991), el origen del positivismo se presentó a partir del nacimiento de la burguesía embrionaria en los siglos XIII y XIV, pues a partir de entonces se da un gusto por lo secular, útil y concreto, en definitiva, por lo pragmático; en el lenguaje popular se decía «ir a lo positivo». No obstante, este inicio de su consolidación se dio en el siglo XIX, época en la que autores como Auguste Comte y John Stuart Mill, entre otros, dictaminaron que el conocimiento es verdadero solo cuando es científico, es decir, cuando es comprobable, verificable mediante la experiencia y la aplicación de leyes que certifiquen tal certeza.

      Por otra parte, el evolucionismo de Lamarck y Darwin hizo parte de la geografía como ciencia de la naturaleza, del ser humano y del espacio. Su basamento conceptual se sustentaba en concebir las condiciones ambientales para la conformación de las especies y la adaptación al medio.

      El impulso de las ciencias en


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