Complejo materno. Eduardo H. Grecco

Complejo materno - Eduardo H. Grecco


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siempre. Si bien lo infantil fundamenta su origen, hay otro cuantum de multiplicidad del yo que se juega en cada momento, en el encuentro con un otro, en el reconocimiento de la propia ajenidad en esa confluencia, en la pertenencia a un mundo social.

       Francis Rosemberg

      Introducción

       Para salir de la prisión hay que saber que estamos en ella.

      Wilhelm Reich

      ¿Cómo he llegado a escribir este libro? Al retroceder en el tiempo y en el espacio es posible imaginar que es el fruto de la labor de ciertos procesos interiores, que tramaron, a espalda de mi conciencia, gestarlo y hacerlo nacer. Luego, esos trascursos domésticos, íntimos y ocultos se hicieron exteriores, del tipo que, de modo coloquial, llamamos circunstancias.

      Es posible que la muerte de mi madre no fuera ajena, ni tampoco la memoria de haber visto el estruendo de la triste agitación, provocada por el vértigo y los sollozos de personas sumidas en el dolor, de ser algo que no quieren y estar con quien no desean. O tal vez lo indujo el recuerdo de historias, leídas hace tiempo, en las cuales se narran las cárceles emocionales donde los seres humanos, de un modo incomprensible, por mano propia, nos encerramos. ¿Cuál es la fuerza que nos ata a mitos de desdicha, a oleadas de pasión que exaltan valores que nos hacen penar, a dogmas que nos llevan a convencernos de que la guerra es inherente a la convivencia, el horror a la vida, la infelicidad a las relaciones, que toda herejía libertaria está condenada a ser devastada?

      Creo tener una respuesta, que primero asomó como un susurro teórico y luego la obra del tiempo le dio sentido experiencial: el orden patriarcal que persiste grabado en la red arquetípica de la memoria humana es la energía responsable de enhebrar vida con desdicha. Mientras este sistema inconsciente continúe vivo, crueldad, explotación, abuso, posesividad y codicia florecerán en el entretejido de los vínculos humanos, por la simple razón de que esos bienes son los nutrientes que alimentan la regla y el nervio patriarcal. y tal orientación está viva y activa, tanto en el ámbito de lo personal como en las entrañas de sistemas más amplios: familiar, político, religioso, cultural, educativo y económico. Los mismos principios se reiteran, en unos y otros territorios, con nombres diferentes.

      El orden patriarcal no es una abstracción. Es algo bien concreto, un sistema basado en una distribución desigual del poder, cuyo escenario, en el imaginario colectivo, se dramatiza en la relación entre hombres y mujeres, en la cual los varones alcanzan preeminencia y dominación.

      Sin dejar de aceptar tal condición es oportuno ampliar el concepto y comprender que la lucha intergénero es sólo una plaza singular donde se desarrolla un enfrentamiento más general de la sociedad, por momentos escondido tras el debate de la justa reivindicación femenina. Me refiero al hecho esencial del patriarcado: la desigualdad que hace posible la opresión, la sobreimposición del orden del poder por sobre el del amor.

      Mi propuesta no desdice algunas consideraciones históricas, como el hecho de que la sujeción de las mujeres es muy antigua y preexiste al sistema político, social y económico actual, que es también un sistema tiránico que no persigue el bien común sino el logro de poder. Tampoco cuestiona la situación de que el capitalismo es un orden más abarcativo que el patriarcado, aunque no cuesta trabajo imaginar que el primero se asemeja mucho a una consecuencia lógica del último.

      Sin embargo, es fácil advertir cómo uno y otro sistema se unificaron de tal manera que la dominación patriarcal no se circunscribe a un conjunto de discriminaciones (filiación, división sexual del trabajo, etc.) sino que se amplía a ser un régimen coherente que afecta a todos los ámbitos de la vida colectiva. Del mismo modo, el capitalismo no se restringe a funcionar en el ámbito económico y social; por el contrario, expande su ideología a todas las dimensiones de la existencia humana. En este sentido, hoy no es posible separar, más que en teoría, el fenómeno patriarcal del capitalismo.

      En general, los movimientos feministas llaman patriarcado a la opresión de la mujer que, por el solo hecho de serlo, sufre por parte de los hombres. De tal modo que ser feminista en este contexto es tomar conciencia de esta dominación, que no es un hecho individual y aislado sino un sistema, y promover su disolución y la emancipación de la mujer. Esto supone el ejercicio de una crítica política del patriarcado como poder dinámico, preparado para perpetuarse y resistente a cualquier transformación de su núcleo central que consiste, para este feminismo, en la supremacía de los hombres.

      Si bien esto es real, es sin embargo incompleto. Más allá de la lucha de géneros y de la condición de la estructura económica-cultural en la cual vivimos, existe un mecanismo de seguridad del patriarcado para garantizar su permanencia, que traspone la diferencia sexual y social.

      En esencia, la propuesta es que el patriarcado ya no es sólo un tema de preeminencia masculina; lo que está en juego es algo más complejo y extenso que una cuestión de hegemonía fálica: se trata de la soberanía desigual del poder y el bienestar a lo largo y ancho de la sociedad humana, de la postergación o anulación de las premisas democráticas de su organización y la destrucción de la ecología del planeta.

      Esta comprensión nos remite a interrogarnos sobre los medios a los cuales recurre el patriarcado para subsistir y cómo se preserva como tal, a pesar de su injusticia manifiesta. La consideración de la represión como respuesta no alcanza a explicar el fenómeno de manera cabal. Es imprescindible resaltar otro factor: los mediadores patriarcales, entre los cuales el complejo materno ocupa un lugar de privilegio.

      El patriarcado se vale de agentes ideológicos tangibles para perdurar. A través de ellos terceriza su control y se reitera. Precisar algunos de estos actores delegados (pero estelares) significa dar un paso adelante para desnudar y comprender a través de qué recursos se sirve este instituto para encarnar en los seres humanos y en la vida cotidiana. Con esta intención se ha trazado el presente texto.

      Entonces, ¿de qué habla este libro? En breves palabras, del complejo materno, de las relaciones clandestinas, de la ideología patriarcal, de la historia de los vínculos en la vida de cada uno de nosotros, de la represión del deseo, de la interdicción de la sexualidad, el placer y el goce, de la memoria del cuerpo, de la devastación de la mujer, del desamparo del hombre, de los modelos de identidad y de la elección de pareja y del paso arquetípico de Luna a Afrodita, en la mujer, y de Apolo a Dionisio, en el varón.

      Tanto Sigmund Freud como Carl G. Jung vislumbraron el valor de modelo ejemplar del mito de Edipo y de la tragedia humana que él describe. Así, el relato del mito enseña que a Edipo le toca cancelar los pecados de sus ancestros —como a nosotros


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