Complejo materno. Eduardo H. Grecco
se aferran a mandamientos, moral, dogmatismo, poder y la delegación, en la autoridad, de la responsabilidad de establecer un canon de la existencia que es necesario cumplir. Las segundas empujan la convicción de que cada quien es responsable por sí mismo, de que no hay salvación ni sanación substitutiva y de que el universo está poblado de símbolos a interpretar y no de códigos cerrados a obedecer.
Si bien la imposición del literalismo es bien gráfico en torno a la Iglesia, en todas sus versiones y perversiones, se extiende al conjunto de la existencia humana. Así, el complejo materno posee un valor arquetípico y se lo puede ver como fuente y fundamento de la tradición de nuestra sociedad, como el arquetipo que da lugar a la escritura (y contrato) del orden social en el cual vivimos.
El patriarcado basó su ideología sobre el literalismo: la cesión de la libertad a la autoridad, la censura de la propia experiencia, los decretos en lugar de la práctica y el apego a las normas establecidas como fuente de verdad. En este sentido, el complejo materno, como inscripción arquetípica, adquiere estas intenciones; por ello, evolucionar (individuarse) supone liberarse del yugo de la ley patriarcal y de la determinación del complejo materno.
Ambas estructuras —patriarcado y complejo materno— aseguran que no es por nosotros mismos sino por la gracia de un poder superior (Dios, madre, hombre providencial, etc.) que resulta posible ser libres, que nuestra condición ontológica es estar sujetos a la ley del pecado original: somos, por herencia de nuestros ancestros, pecadores que requerimos ser redimidos.
“Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Rom 8:2). “Así que, queriendo yo hacer el bien hallo esta ley: que el mal está en mí” (Romanos 7:21). “Todo aquel que comete pecado, infringe [quebranta] también la ley; pues el pecado es infracción [quebrantamiento] de la ley.” (1 Juan 3:4). Pero, ¿cuál ley? La ley del Padre. Dicho de otro modo, la rebelión de Edipo a su destino implica no sólo romper los candados del complejo materno y la ley patriarcal sino, además, darse cuenta de que la dominación se escuda, a menudo, tras de la máscara de salvación.
Si caemos en la trampa de imaginar que necesitamos ser salvados, cumplimos el mensaje textual de esperar la llegada de un libertador para nuestra vida, sea éste madre, pareja, terapeuta, líder, maestro, droga, doctrina o dios.
La consagración de esta idea, la necesidad de ser salvados, en diversos textos sagrados, no hace otra cosa más que dramatizar una propuesta arquetípica que incita a acreditar a otro, fuera de nosotros, la realización de la existencia. Sublevarnos a esta invitación es lograr que prevalezca la rebelión de Edipo a su destino.
¿Lo lograremos? La realidad y la historia parecen indicar que no, que en la inercia del destino patriarcal no habrá alteración alguna. Quizás, el sendero para que esto no suceda estribe en que en lugar de luchar contra la fuerza opresora del patriarcado o del complejo materno, hagamos crecer dicha en nuestra vida, que en lugar de oponernos al mal, despleguemos el bien.
La contraseña es, entonces, apostar a transitar de la represión a la expresión, de la dominación a la libertad, de la crueldad a la unidad, del egoísmo al amor, de la ignorancia a la sabiduría, de la maternidad desexualizante a otra capaz de reconocer el erotismo que en ella anida, lo que implica recuperar en la palabra madre la palabra deseo, en la palabra cuerpo la palabra poesía.
La sexualidad femenina es un ovillo gozoso de experiencias; la mujer un ser deseante susceptible de extasiarse ante el descubrimiento en el espejo de la imagen de su propio cuerpo redondeado por el embarazo, pleno de sensualidad en el amamantar y dispuesto al placer, un espacio en donde símbolo y naturaleza se unen sin antagonismos excluyentes.
Hace varios años leí un sugestivo poema en un libro —Meditación en el umbral—, de la pluma de Rosario Castellanos. La poetisa mexicana parece presentir la existencia de otras estrategias de liberación para la mujer, ajenas al suicido, encierro, sumisión, arrobamiento místico, represión o el abandono femenino.4 Es como si ella nos invitara a concebir la posibilidad de encontrar otro modo de ser diferente al actual; un estilo humano, amoroso y libre. En suma, no patriarcal. Pero el umbral que hay que atravesar para alcanzar esa modalidad de existir que nos indica Rosario, consiste en recobrar la Madre hecha cuerpo de deseo; la sociedad hecha cuerpo de amor.
Eduardo H. Grecco
México, verano de 2012
1 Poco después de haber escrito este párrafo, quizás para reafirmar mi fe en la sincronicidad y en la revelación de lo interior en lo exterior, me llegó vía mail el comentario de un amigo, que transcribo: “Releyendo a Lie Tse, un maestro taoísta, he visto hasta qué punto siempre hay que considerar las circunstancias, pues forman parte del diseño de nuestro destino. Ni forzarlas ni evitarlas: sólo hacerlas soplar a nuestro favor” (Mario Satz).
2 La negrita es nuestra.
3 Hay un bello libro al respecto escrito por Patrick Mullahy, con prólogo de Gastón Bachelard: Edipo. Mito y complejo. El Ateneo, Buenos Aires, 1953.
4 No, no es la solución/tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi / ni apurar el arsénico de Madame Bovary / ni aguardar en los páramos de Ávila la visita del / ángel con venablo / antes de liarse el manto a la cabeza / y comenzar a actuar. // Ni concluir las leyes geométricas, contando / las vigas de la celda de castigo / como lo hizo Sor Juana. No es la solución / escribir, mientras llegan las visitas, / en la sala de estar de la familia Austen / ni encerrarse en el ático / de alguna residencia de la Nueva Inglaterra / y soñar, con la Biblia de los Dickinson, / debajo de una almohada de soltera. // Debe haber otro modo que no se llame Safo / ni Mesalina ni María Egipciaca / ni Magdalena ni Clemencia Isaura. // Otro modo de ser humano y libre. // Otro modo de ser. (Rosario Castellanos)
Capítulo primero
Lealtad y fidelidad
A pesar de los sentimientos ocasionales de rabia que puedan surgir (hacia la madre biológica) parece que existe un sentimiento de lealtad que arranca de la conexión profunda entre la madre biología y su hijo…
Nancy N. Verrier
Desde mis tiempos universitarios he sentido que los verdaderos estudios sobre los afectos humanos no se encuentran en los libros de psicología, pero sí es posible hallarlos en la poesía y la literatura. Así, por ejemplo, La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca, o en lenguaje coloquial simplemente Hamlet, quizás la obra teatral más famosa de la cultura occidental y una de las obras literarias que ha originado mayor número de comentarios críticos, indaga, tras la trama argumental en que se sostiene, temas como: locura, tanto real como fingida, el tránsito del dolor profundo a la desmesura de la ira, venganza, incesto y corrupción moral. Pero, en esencia, William Shakespeare presenta en esta historia de desdichas una visión sobre lealtad, fidelidad y traición que conlleva como telón de fondo la cuestión de responder a la pregunta ¿a qué hay que ser fiel y leal? ¿A uno mismo o a algo fuera de nosotros, por más sagrado que parezca?
LEALTAD Y FIDELIDAD
La lealtad es una obligación de fidelidad. Consiste en no dar la espalda, aun ante circunstancias desfavorables, a aquellos con los cuales nos hemos comprometido. Lo contrario es la traición.
Entonces, es posible concebir la lealtad como una conducta que expresa valores que nos llevan a no abandonar o engañar a las personas con quienes nos une un vínculo. Ser leal implica una cuota de franqueza, honradez, sinceridad y rectitud, todo ello amalgamado en la práctica de la fidelidad.
Servir con lealtad, tal como dice Luis Fuenmayor, es servir con la verdad por delante. No somos leales si falseamos, si no decimos la