Complejo materno. Eduardo H. Grecco
de la trama, el héroe, en inocencia, viola los preceptos básicos del orden moral de nuestra cultura, y que tal crimen conlleva un castigo tremendo del cual nadie es ajeno. “Que ninguno se atreva jamás a imitar a Edipo, nadie escapa del destino”, es el aviso. Pero lo que se encubre es el hecho de que Yocasta, su madre, sabía de tal destino y ayudó, en conciencia o no, a cumplirlo.
Sin embargo, hay más. Los postulados edípicos moran dentro de nosotros como una fuerza interior. En esa dirección, Freud comenta:
El complejo de Edipo, cuya ubicuidad he ido reconociendo poco a poco, me ha ofrecido toda una serie de sugestiones. La elección y creación del tema de la tragedia, enigmáticas siempre, y el efecto intensísimo de su exposición poética, así como la esencia misma de la tragedia, cuyo principal personaje es el Destino, se nos explican en cuanto nos damos cuenta de la vida psíquica con su plena significación afectiva. La fatalidad y el oráculo no eran sino materializaciones de la necesidad interior.2
Pero, ¿quién creó esta necesidad interior?
En las diversas concepciones psicológicas entre Freud y Jung, y las que les siguieron,3 el tema de la madre no deja, ni por un minuto, de ser inquietante. Turbadora y contradictoria presencia, que recuerda y enfrenta a la madre nutricia con la devoradora, a la protectora con la siniestra, a un todo que se debe amar pero, de la cual, para Ser, es necesario separarse.
Este comentario no se refiere a la madre biológica o real, sino que alude a la estructura quimérica y arquetípica que el patriarcado instituye como forjadora de nuestra vida psíquica y del sistema de creencias que ella abriga, y que la define en el interior de cada quien.
Al respecto, W. Reich menciona que:
La estructura caracterológica del hombre actual (que está perpetuando una cultura patriarcal y autoritaria de hace cuatro a seis mil años atrás) se caracteriza por un acorazamiento contra la naturaleza dentro de sí mismo y contra la miseria social que lo rodea. Este acorazamiento del carácter es la base de la soledad, del desamparo, del insaciable deseo de autoridad, del miedo a la responsabilidad, la angustia mística, de la miseria sexual, de la rebelión impotente, así como de una resignación artificial y patológica. Los seres humanos han adoptado una actitud hostil a lo que está vivo dentro de sí mismo, de lo cual se han alejado. Esta enajenamiento no tiene un origen biológico, sino social y económico. No se encuentra en la historia humana antes del desarrollo del orden social patriarcal.
A este hecho —la instauración de una instancia interior que garantiza la continuidad del orden imperante— lo denominamos complejo materno —para retomar conceptos Junguianos— incluyendo en esa constelación no sólo lo personal y lo ancestral sino, en particular, la realidad de la trama social condicionante, que el patriarcado ejerce sobre la función materna y que le otorga la tarea de ser garante de la reproducción, no sólo de la vida, sino de la misma ideología patriarcal. Función patriarcal que, al mismo tiempo que le arrancó al matriarcado su poder original, colocó a la madre en el lugar de ser un eslabón decisivo en su sistema de dominación e hizo del complejo materno una herramienta de sostén de su poder. Desfiguró la función materna natural y la convirtió en complejo materno patriarcal.
Ahora bien, en el patriarcado, el precio que la mujer paga por ser madre es dejar de ser mujer, constituirse en una hembra barrada de su sexualidad, oprimida y empujada a disolverse en el todo familiar. Una persona valiosa por su fecundidad, siempre dispuesta al sacrificio y la postergación por el bien común de sus seres queridos. La Iglesia no reza “Pater doloroso” pero si “Mater dolorosa”. ¿Por qué parir con dolor, por qué el útero debe estar crispado, por qué ser madre es estar condenada a sufrir? ¿Por qué conjugar el verbo madre conlleva, en la sociedad, olvidar el deseo?
No es que esto sea realmente así. No es que el útero deba estar crispado, que la maternidad absorba a la mujer, Demeter a Afrodita, el dolor al placer y la agresión al amor. La naturaleza no es así, es la cultura patriarcal la que genera este malestar. Entonces, no alcanza (aunque allí comienza) con la concientización personal para producir un cambio de paradigma, se requiere de la deconstrucción del orden social que nos arranca la dicha.
La madre debe cambiar para que la sociedad sea distinta. La verdadera revolución que el mundo necesita es la transformación del orden maternal actual, y del complejo materno que lo envuelve y hace posible su permanencia en el interior de cada uno de nosotros.
No es que las madres sean culpables; en verdad, son las primeras víctimas de esta dinámica. Pero, ¿por qué el patriarcado se interesa en coaptarlas? La razón radica en que ellas representan los canales de una trasmisión fundante de la persona, las que instalan en cada uno de nosotros el primer sistema de creencias, las que señalan cómo debemos ser, a quiénes tenemos que elegir y qué valores defender. Las madres enseñan el primer modelo de relación, de los cuales el resto de ellas será transferencia.
El patriarcado sabe que es en las relaciones donde se escenifica nuestra vida, la evolución o la sujeción, ya que la traza de pareja que construimos decide el tipo de psiquismo que edificamos; por eso los modelos vinculares que él propone y establece como adecuados están destinados a reforzar su permanencia, aun a costa del padecer y la enfermedad de las personas.
W. Reich expresa:
Las perturbaciones psíquicas son el resultado del caos sexual originado por la naturaleza de nuestra sociedad. Durante miles de años, ese caos ha tenido como función el sometimiento de las personas a las condiciones sociales existentes; en otras palabras, internalizar la mecanización externa de la vida. Sirve el propósito de obtener el anclaje psíquico de una civilización mecanicista y autoritaria, haciendo perder a los individuos la confianza en sí mismos.
Si las relaciones hacen pervivir la infelicidad en lugar de la dicha, si representan la presencia del pasado en lugar de permitir abrirnos a la experiencia de lo nuevo, si nos impone un modelo del amor en vez de empujarnos a descubrirlo en la experiencia, entonces seguimos prisioneros del complejo materno. y no se trata de que sus mandatos sean buenos o malos, correctos o incorrectos, sino de que no son los nuestros. Quedar a merced del complejo materno es permanecer en la dependencia, quedar con una libertad mutilada y viviendo un amor sin alas.
Es claro que damos al complejo materno un valor arquetípico, que lo situamos habitando el universo del inconsciente colectivo, ese mundo que opera a nuestras espaldas, compulsivo e impositivo, del cual tenemos la tarea de despegarnos para restar importancia a su influencia en nuestra vida. Al hacerlo nos individuamos, nos hacemos nosotros mismos y escapamos de la represión que lo funda.
Hay que recordar que el orden arquetípico vigente es el orden patriarcal que impide, por su propia naturaleza de ser, la evolución de los seres humanos y su realización en libertad, amor y unidad. La explotación, las guerras, la represión del placer y el canibalismo social son algunos ejemplos que dan testimonio de esta realidad.
De tal manera que el patriarcado colectiviza (dinámica de la cual la globalización es una cara económico-social), fomenta el dominio de lo arquetípico sobre lo individual, pone el acento en las metas y logros y no en los procesos, y configura, así, un sendero a recorrer cuya línea de inicio es el complejo materno. Esto le permite luego usar la lealtad hacia la madre como recurso inconsciente de dominación.
Sin embargo, el complejo materno no sólo adquiere un alcance arquetípico sino que es, al mismo tiempo, escritura, registro y mandamiento. En él se funden arquetipo y grafía, memoria y trazo, generando una gramática taxativa de la vida: la Ley Patriarcal.
Una antigua interpretación del concepto de arquetipo cobra aquí un valor especial: el arquetipo como punto de partida de una tradición textual. Ésta reproduce literalmente textos, establece el apego a lo original. Lo cual es lo mismo que sustentar, en este enlace, la idea de que el patriarcado es la realidad social genuina y originaria a defender.
Esto nos coloca ante una cuestión que se remonta al origen de la humanidad y la cultura: el enfrentamiento