Complejo materno. Eduardo H. Grecco

Complejo materno - Eduardo H. Grecco


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demás, lo que éstos desean oír, o si escondemos situaciones y hechos por cualquier motivación que tengamos. Pero, además, ser leal es no desertar, no desatender, no dejar en la estacada a aquellos o aquello a lo cual brindamos adhesión.

      Vista así, la lealtad resulta ser una condición humana, en la cual la persona que guarda identidad o afinidad con algo o alguien, decide: 1) perseverar en ello a pesar de que deba renunciar a sí mismo; 2) defenderlo, protegerlo, ampararlo, abrigarlo y respaldarlo, y 3) despojarse de cualquier máscara que le impida expresar, con honestidad, la defensa de sus convicciones y compromisos.

      Sin embargo, en un mundo como el actual, en donde la persona honesta es vista como un desadaptado social, la lealtad es concebida no como una ligadura a principios —tal vez encarnados en alguien concreto, pero siempre principios—, un acto generoso y sincero de compromiso, sino como una adhesión incondicional a un dogma, poder o persona, sin importar mucho si dogmas, poder o persona, son perversos o corruptos. La lealtad se ha convertido en un fin en sí mismo, cuando debería ser un camino, un tránsito y no un punto de llegada. Así, la lealtad se ha transfigurado en un argumento para justificar la sumisión y la dependencia, la entrega incondicional, la renuncia a uno mismo o la adherencia a credos idealizados.

      En este punto, el desgarramiento interior es inevitable. La realidad nos divide y nos enfrenta en una lucha entre lo real y lo imaginario, entre el adentro y el afuera. Fernando Pessoa expresa de esta manera el conflicto: “Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera, y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro”.

      La fidelidad, en cierto sentido la argamasa que da sostén a la lealtad, es, más allá de su etimología de servir a Dios, la capacidad de cumplir con lo prometido. Ser fiel conlleva la idea de que aquel que da su palabra cumple con su voto a pesar de los cambios de circunstancias, sentimientos y convicciones que pudieran suceder a lo largo del tiempo. De manera que faltar a la fidelidad es ser desleal, infiel, perjuro e ingrato.

      Si comparamos ambos conceptos percibimos que tanto la lealtad como la fidelidad, como emociones, están relacionadas con un adeudo que la persona toma; pero en el caso de la segunda se trata más de un empeño interpersonal, mientras que en la primera, la orientación es hacia la defensa de una causa. El pacto de la fidelidad es un otro, el de la lealtad un móvil de la vida.

      En suma, si cotejamos entre una y otra emoción, se percibe que la fidelidad se vincula con una persona, mientras que la lealtad asume la forma de un ideal; que la fidelidad es una cuestión del corazón, en tanto que la lealtad obliga a la razón; que la fidelidad se relaciona con el amor y la lealtad con un orden considerado legítimo; que la fidelidad se sustenta en la promesa y la lealtad con los acuerdos; que la fidelidad se recuesta sobre la dependencia y la lealtad sobre el asentimiento.

      Fidelidad y lealtad, por presencia o ausencia, son valores en nuestras relaciones, se dan por descontados y no preguntamos cuál es su razón de ser en ellas. Pero si indagamos un poco sobre su génesis, se advertirá el rol que ambas juegan, como mandamientos más que como sentimientos, como decretos que atan a las personas a un orden que poco tiene que ver con solidaridad, amor y libertad.

      EL ORIGEN DE LA LEALTAD Y LA FIDELIDAD

      Sin embargo, la lealtad y la fidelidad pueden imaginarse como fruto de un entrenamiento cultural e ideológico, a la par de la culpa, el pudor y la vergüenza, cuyo fin es contar con recursos de control social interiorizados en el mundo interno de cada quien. Este entramado emocional hace posible la adhesión neurótica de las personas a un sistema moral que coacciona, impone, castiga y lleva al displacer, y al que, aun así, se lo respeta y se le guarda devoción.

      De esta manera, hay un punto en el cual la lealtad y la fidelidad parecen enlazarse con la fe, y la fe, “la certeza de lo que se espera y la evidencia de lo que no se ve” (Carta a los hebreos, 11:1), reemplaza muchas veces el vacío que la conciencia de los seres humanos no puede tolerar y que prefiere llenar de esclavitud del espíritu antes que enfrentarse con el desafío de la libertad. La moral, entonces, avalada desde una vivencia interior que configuran aunadas lealtad, fidelidad, culpa, vergüenza, pudor, respeto, se coagula en ser un acto de sumisión y no el acuerdo con valores éticos o un ejercicio de respaldo y consideración por el otro.

      Si ahora observamos las consecuencias que produce violar el contrato moral con la fidelidad o la lealtad, se hace evidente la diversidad de secuelas entre uno y otro caso. Mientras la fidelidad coloca su fe en alguien o algo que la trascienda, la lealtad se mantiene dentro de las fronteras de la inmanencia del Ser leal a sí mismo y a las propias convicciones. Esto explica que los fallos de fidelidad sean susceptibles de perdón y los de lealtad resulten indelebles. La lealtad lleva en su alma, en caso de ser traicionada, una reprobación que reedita el drama de la caída edénica. Traicionar implica quedar excluido del círculo del cual se desertó.

      El sistema social imperante pretende que las personas sigan amparadas en la creencia de que la lealtad a algo fuera de uno mismo es una virtud que se encuentra en la base del edificio cultural como algo natural, válido y ejemplar, cuando en realidad es un sofisticado mecanismo patriarcal creado con la intención de control y dominación. y no sólo no es natural, sino que resulta antinatural. Una manufactura gestada con fines de apagar rebeldía sin recurrir a sudores represivos.

      Sin embargo, y aunque hoy este hecho se halle oscurecido, la única lealtad o fidelidad verdadera es la que se guarda con uno mismo. En esta dirección es que, en el Hamlet, Shakespeare pone en la voz de Polonio, como consejo a Laertes, previo a la partida de éste a Francia, una frase memorable: “Sé fiel a ti mismo, y a eso seguirá, como la noche al día, que no podrás ser entonces falso para nadie”. De lo cual se desprende que la falta de fidelidad a uno mismo nos conduce al adulterio emocional.

      El privilegio de una vida es ser quien uno es. (Joseph Campbell)

      Creo que huir de mí mismo es la infidelidad que más lamento. (Nemer Ibn El Barud)

      Capítulo segundo

       Complejo materno y personalidad

       Lo “maternal”: por antonomasia, la mágica autoridad de lo femenino; la sabiduría y la altura espiritual más allá del intelecto; lo bondadoso, protector, sustentador, lo que da crecimiento, fertilidad y alimento; el lugar de la transformación mágica, del renacer; el instinto o impulso que ayuda; lo secreto, escondido, lo tenebroso, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y envenena, lo angustioso e inevitable.

      C. G. Jung

      Al ir ahora a la historia personal, al misterio de cada cual, se hace evidente que la primera fidelidad que instauramos en nuestra vida es con nuestra madre. Una fidelidad que no sólo es un compromiso afectivo y vincular, sino que se inscribe, en cada uno, como una razón de ser.

      Esta fidelidad, por ende, adquiere en nuestra vida un valor fundante y articulador. Una virtud que se presenta como incuestionable, que trasciende lo personal e individual. Por este rasgo transpersonal


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