Padres Fieles. Stuart Scott

Padres Fieles - Stuart Scott


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todos los que están dentro del auto se ponen nerviosos y cada uno está pecando de una manera u otra. Esta otra imagen no es tan bonita.

      Los padres al igual que los hijos necesitan ayuda, mucha ayuda. Necesitan la ayuda de aquel que es perfecto, que sí entiende nuestra necesidad y que nos ayuda – Dios mismo. De eso trata este libro. El Padre fiel entrega una perspectiva práctica y bíblica respecto a “criar a los niños en la disciplina y amonestación del Señor” a través de, y debido a, la gracia de Dios para con nosotros (Ef. 6:4).2 Nuestros objetivos son estos: presentar la base bíblica que respalda esta disciplina e instrucción, darle a Ud. una perspectiva de lo que debe ser la vida diaria junto a sus hijos, y retarlo a que Ud. llegue a ser un padre fiel que persevera y deja los resultados a cargo de Dios.

      La Meta Correcta

      La meta de todo padre cristiano es ser fiel a la Palabra de Dios, por su gracia y para su gloria. Esta es nuestra meta porque en Cristo tenemos la gran esperanza de poder ser fieles independientemente de que nuestros hijos lo sean.

      ¿Qué se quiere decir con “ser fiel”? La palabra “fiel” se encuentra muchas veces a través del Antiguo y Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, “fiel” hace referencia a Dios. Significa ser “permanente, veraz, certero, duradero, resuelto, seguro, confiable y promueve la idea de un apoyo seguro y firme.”3 De igual manera en el Nuevo Testamento, la palabra que se traduce como “fiel” significa ser “de confianza, fiable, o veraz.”4 A la luz de lo que aprendemos en las Escrituras acerca de la palabra “fiel”, si hemos de ser padres fieles seremos resueltos, confiables, y veraces respecto a nuestro compromiso con Dios y su Palabra.

      También seremos como Dios, confiables en el cuidado que brindamos como padres y comprometidos con lograr el bienestar de nuestros hijos.

      Un ejemplo de fidelidad de los padres se demuestra a través del siguiente relato acerca de Christa; hija de Stuart y Zondra Scott, cuando tenía tres años de edad. Ella iba a ser pajecita en la boda de su tío. Su familia viajó a una ciudad distante para asistir a la boda y se hospedaron con la familia de Martha y Sanford. Un miembro de la familia Peace era David, de 16 años de edad. David era alto, un poco delgado y probablemente muy poca atención le dio a la pequeña niña. Por lo contrario, los ojos de Christa expresaron su asombro cuando le presentaron a David. Emocionadamente le dijo a la madre de David, “¡Venga a ver a David. Él mató a Goliat!”

      Fue muy divertido para todos los que estuvieron en ese lugar aquel día. A pesar de que Christa no entendía la gran brecha de tiempo en la historia, fue obvio que le habían enseñando historias bíblicas en las que creía con todo su corazón, por pequeño que fuera, y creía que eran la verdad. Stuart y Zondra eran fieles, enseñando a Christa acerca del Señor y su Palabra.

      El Señor recompensa la fidelidad, no la perfección. Esto es debido a que ni podemos vivir sin pecar, ni podemos obligar a nuestros hijos a vivir así. Solamente nuestro Señor Jesucristo es el que “no conoció pecado” (2 Cor. 5:21). El nunca pecó, pero nosotros sí pecamos y él sabía que necesitaríamos su ayuda y su ánimo para criar fielmente a nuestros hijos, como él lo desea. La buena noticia tan asombrosa, es que por la gracia de Dios, los padres Cristianos están en un lugar en donde cada vez más pueden aprender en cuanto a la voluntad de Dios y obedecerla porque tienen el Espíritu de Dios morando en ellos. Una persona que se esfuerza en honrar al Señor mientras cría a sus hijos, arrepintiéndose y cambiando lo que haya que cambiar, es un padre, o una madre fiel. Aunque no seremos padres perfectos, podemos, día por día, aprender a poner en práctica las instrucciones de Dios. Algún día podremos oír al Señor decir lo que el amo le dijo a su sirviente, “Bien, buen siervo y fiel” (Mat. 25:21).

      ¿Cómo podemos saber si estamos viviendo fieles a la instrucción de Dios? Lo sabemos cuándo buscamos que el vivir de acuerdo con la instrucción de Dios nos sea un habito. Las Escrituras son la voluntad revelada de Dios (Deut. 29:29; 2 Tim. 3:16–17). Dios mismo nos habla a través de la Biblia. La Biblia es un libro sin igual porque es la Palabra de Dios. Por lo tanto, es suficiente para decirnos lo que necesitamos saber con el fin de que ejerzamos fielmente nuestra labor de padres.

      Las Escrituras no nos dan detalles paso a paso sobre cada decisión que un padre debe hacer. Lo que sí hacen sin embargo, es que por medio de directrices y principios que hemos de acatar, nos proveen la verdad. Por ejemplo, un principio general sería “Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia.” (Prov. 3:5).

      Las Escrituras también nos hablan del Señor Jesucristo y de cómo podemos llegar a ser Cristianos. Segunda de Timoteo 3:15 nos dice que “las Sagradas Escrituras… pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.” Por ende, los padres solo pueden cumplir fielmente la Palabra de Dios si primero, han creído en Cristo.5

      Una vez hemos sido salvos, Dios comienza la obra de santificación en nuestras vidas. La raíz de la palabra que se usa para expresar santificación en el griego original quiere decir implícitamente, ser santo.6 Este es un proceso de crecimiento espiritual que comienza en el momento de la salvación y será completado en el cielo (Tito 2:11–14). Con frecuencia nuestros hijos son medios principales por medio de los cuales Dios nos muestra nuestro pecado y nos moldea más y más a su imagen. No es inusual oír a una madre decir, “Antes de que nacieran mis hijos yo no sabía que tenía un problema de ira.” Por lo tanto, para sobrellevar las tendencias pecaminosas y para hacernos más parecidos a Cristo, el Señor Jesús oró al Padre a nuestro favor, “Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad (Juan 17:17, énfasis añadido)

      Siendo padres tenemos que recordar que nuestros hijos no son los únicos que están pasando por el proceso de santificación.

      Hasta aquí hemos visto que la meta de los padres es ser fiel a la Palabra de Dios, pero sin duda esto no es lo único. La única manera de que podamos ser fieles es por la gracia de Él. La gracia de Dios que él muestra hacia sus hijos caídos y sin esperanza en sí mismos son un favor y una ayuda inmerecidos. La gracia está disponible por medio de la persona de Jesucristo quien ha provisto salvación a aquellos que creen en él. La gracia de Dios cubre toda su creación de manera general, pero también capacita diariamente a sus hijos a que sean más como el Señor Jesús. Aunque no lo merecemos, Dios de manera sobrenatural nos ha regalado la motivación y la fuerza con las cuales se puede cumplir su voluntad. Aunque tenemos la responsabilidad de “ocupar[nos] en nuestra salvación con temor y temblor,” es Dios quien “produce en [nosotros] el querer como el hacer por su buena voluntad.” (Filip. 2:12–13, adaptación añadida).

      Por supuesto debemos hacer todo esfuerzo acompañado de oración por ser obedientes, pero es solamente con la ayuda de la gracia de Dios que toda cosa buena y agradable llega a nuestras vidas. A veces la crianza de los hijos puede ser una tarea abrumadora, pero la gracia de Dios capacita, es suficiente y siempre está a nuestra disposición porque, “…todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia…” (2 Pedro 1:3). Con la ayuda de Dios podemos ser más constantes en el entrenamiento y la instrucción que damos en amor. Los padres no tardan en darse cuenta que trabajar con niños requiere mucha paciencia y perseverancia, pero toda la gracia necesaria está disponible. Posiblemente tenemos hábitos y maneras de pensar anticuados que necesitan ser renovados, pero Dios puede ayudarnos a cambiar mientras cumplimos con nuestra parte y en oración dependemos de él.

      Conocemos a una madre joven que recientemente creyó en Cristo y ha luchado con la ira y la impaciencia, especialmente hacia su hijo de siete años. Parece ser que su hijo con frecuencia sentía el impacto del estado de ánimo que ella manifestaba en un día dado. La madre sintió convicción por la manera desagradable en que actuaba y comenzó a confesar su pecado ante Dios y ante su pequeño hijo. A la vez, comenzó a repasar sus pensamientos cuando se veía tentada a responder airadamente. Un día estaba en la cocina de su casa cuando su hijo hizo algo que anteriormente la habría hecho estallar. Sin embargo, ese día las cosas fueron diferentes. El Señor le ayudó a pensar, “El amor es paciente. Puedo demostrarle amor a pesar de su pecado.” Ella respondió a su hijo con disciplina amorosa y con gozo al reconocer que


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