Páginas de cine. Luis Alberto Álvarez
La yuxtaposición de varias imágenes, los cambios de perspectiva que permiten las diversas angulaciones, los asombrosos resultados que ofrece no solo el registro del movimiento sino el movimiento y desplazamiento mismo del aparato registrador hicieron surgir primeras verdaderas historias cinematográficas, más allá de los cuadros en movimiento, historias que llegaron a su primera y todavía primitiva pero impresionante culminación, en El gran robo al tren del norteamericano Edwin Stanton Porter.
Disponiendo ya de una técnica y de un lenguaje la expresión cinematográfica se fue cuajando en industria, en la producción de obras destinadas a ser distribuidas y exhibidas masiva e internacionalmente y con grandes ganancias. La técnica, el lenguaje y la actividad industrial han progresado mucho desde entonces aunque se han mantenido fundamentalmente los mismos. Los productos cinematográficos tienen diversas funciones y destinaciones, desde lo didáctico hasta la publicidad, desde el entretenimiento hasta la propaganda política, pero hay una de estas funciones que es particularmente interesante: el cine como expresión artística. Una vez establecidos los elementos narrativos fundamentales, el cine de la segunda década del siglo comenzó a presentar variantes novedosas, estéticamente brillantes, expresión compleja de sus creadores. David Wark Griffith, quien creó algunos de los elementos esenciales del lenguaje del cine, fue también el primero en imprimirles calidad estética, en hacer cine como arte.
Las imágenes en movimiento nacieron en la última década del siglo pasado, los balbuceos de un lenguaje narrativo de esa técnica comenzaron a aparecer en los primeros años de este, pero la estructuración de todos los elementos fundamentales de ese lenguaje y su subsiguiente uso para crear una nueva expresión artística son obra de un solo hombre: Griffith.
De 1908 a 1912, Griffith hizo cerca de 400 películas de uno y dos rollos para la Compañía American Mutoscope and Biograph y en ese breve período organizó, creó, desarrolló y llevó a una madurez, todavía no superada en lo esencial, la narrativa cinematográfica. Desde 1914 Griffith utilizó lo realizado en la Biograph en sus obras maestras de largometraje y, al mismo tiempo, le dio el vuelco fundamental a una industria artesanal y primitiva y la convirtió en el medio de expresión más universal e influyente conocido hasta entonces. Por eso, conocer su obra es aprender el alfabeto fundamental del cine, ir a las fuentes esenciales de todo lo que hoy se narra en imágenes, en el cine y en la televisión y en otros medios afines. Casi todas las artes tienen su origen en períodos legendarios de la humanidad y resulta imposible rastrear y describir el proceso que las llevó a cabo. Si aceptamos que con el lenguaje del cine se han producido obras de arte, tendríamos que admitir que, de modo completamente excepcional, se trata de la única expresión estética cuyo surgimiento ha tenido lugar en nuestra época y la única que se nos ha permitido observar directamente en todas las fases de su desarrollo. En realidad, el cine es el primer lenguaje artístico y narrativo de la era de la reproducibilidad técnica y la recepción masiva. Es, por tanto, el punto de partida de la comunicación moderna en una buena parte de su espectro: radio, televisión, video.
Lo asombroso es que el cine como medio técnico no tiene sino cien años y como expresión artística no más de ochenta. Sin embargo, el ritmo desenfrenado de este siglo ha hecho que tenga ya su propia arqueología, su propia porción de historia perdida en el tiempo y en la memoria y una época pionera que parece más lejana de lo que cuentan los calendarios. Y más asombroso aún es que la conformación de ese lenguaje y la creación de ese arte hayan sido, en lo esencial, la obra de una sola persona, no de alguien que lo creó todo de la nada, sino del único que logró recoger todas las intuiciones, las casualidades, los pequeños ensayos y convertirlos en un corpus, en una gramática esencial a la que, desde entonces, no se le ha añadido nada que la altere fundamentalmente. Y es que, en realidad, sin Griffith hasta la más banal de las cuñas televisivas que hoy contemplamos con gesto aburrido no serían posibles, como tampoco lo sería ninguna de las películas que vemos en los teatros o en los canales que llegan hasta la ventana abierta de nuestro televisor.
De ahí que tenga sentido lo que, al principio, puede parecer una hipérbole descabellada, que un clásico de la pantalla como el soviético Serguéi Eisenstein afirme: “Él es Dios Padre, él lo creó todo y lo inventó todo. No hay un solo cineasta en el mundo que no le deba algo”. O que el sensible e inspirado escritor americano James Agee no dude en decir que “observar su obra es como ser testigos del comienzo de la melodía, del primer uso consciente de la palanca o la rueda, de la emergencia, coordinación y primera elocuencia del lenguaje, del nacimiento de un arte”.
William K. Everson, un gran estudioso de los primeros años del cine, resume el aporte de David Griffith de esta manera:
Antes de que apareciera Griffith no existía, literalmente hablando, ni el montaje, ni la gramática del cine y ni siquiera el arte de la dirección cinematográfica. Si observamos cualquier filme de 1901 comprobaremos que no había cohesión, nada que fusionara el material en un todo coherente. Antes de Griffith no existía lo que puede denominarse realmente un director. Cuando llegó Griffith, comprendió que había todo un potencial a disposición. Griffith desarrolló muchísimas ideas propias pero, ante todo, unió todos los elementos ya existentes y creó con ellos, literalmente hablando, un lenguaje cinematográfico. A partir de 1908, cuando filmó su primera película, se inició gradualmente la evolución de un verdadero lenguaje del cine, del cual derivan realmente, en un sentido u otro, todos los filmes actuales.
Hoy, la celebración de los, más o menos, cien años en que esta técnica, este lenguaje, esta industria y este arte nos han acompañado consiste en revivir estas y otras etapas, mostrando cuáles han sido las más imprescindibles por su originalidad y creatividad, ilustrando los momentos en que elementos importantísimos en el arte como espacio, tiempo, luz, perspectiva, composición, color, ritmo, etc., se integran de modos insólitos y atractivos a la creación cinematográfica. Será la ocasión de festejar, de rememorar, de organizar un pasado sucedido en desorden, de hacer un alto e intentar imaginar lo que nos espera de ahí en adelante. Celebrar el cine es celebrar el lenguaje más auténtico de nuestro siglo, el más propio de los años que nos ha tocado vivir, celebrar un lenguaje que ha marcado costumbres, mentalidades, que ha roto aislamientos y comunicado las culturas más dispares. El lenguaje que el cine impuso es el mismo que hoy hablan la televisión y los medios electrónicos más sofisticados, son las mismas técnicas de expresión que siguen utilizando la información y la educación, así como las múltiples formas de entretenimiento. Celebrar los cien años del cine no es solo, pues, la actitud nostálgica y placentera de recordar aquellos cálidos recintos donde se agigantaban los sueños, sino reflexionar en un hecho que ha marcado en profundidad la vida de una época.
Tenemos también, en 1995, una buena oportunidad de reflexionar sobre el cine como propuesta educativa, como parte esencial del crecimiento humano. Hoy, cuando una gran cantidad de hogares tienen cámaras de video para registrar los acontecimientos más importantes de su vida, es absolutamente importante enseñar a ver y a expresarse con imágenes. El punto de llegada de una serie de descubrimientos e invenciones (algunos de ellos a través de muchos siglos) se convirtió en una nueva y estimulante evolución: primero el registro crudo de la realidad, después la entrada al mundo de la imaginación desaforada con el cine de Méliès y luego, paso a paso, el descubrir que una serie de imágenes adecuadamante relacionadas podían llevar a narrar con una complejidad y una belleza insólitas, como la pluma de un novelista o el pincel de un pintor de frescos o escenas íntimas. Es apasionante perseguir lo que en cien años ha sucedido, a partir de las imágenes primitivas y tiernas de la pareja de Auguste Lumière y su bebé, de los niños cogiendo cangrejos en la playa, del tren saliendo de la estación Jerusalén, hasta la complejísima trama de imágenes e historias de un Bertolucci, de un Godard, de un Scorsese o un Fassbinder. Eso es lo que los que amamos el cine intentaremos evocar, presentar, desplegar en este año, escribiendo, exhibiendo cine, mirándolo, continuando en el camino de explorar sus posibilidades.
El Colombiano, 30 de septiembre de 1994
1995 y el cine
Los aniversarios son pretextos. Son la ocasión de rememorar, de organizar un pasado sucedido en desorden, de hacer un alto e intentar imaginar lo que nos espera de ahí en