A cuadro: ocho ensayos en torno a la fotografía, de México y Cuba. Beatriz Bastarrica Mora

A cuadro: ocho ensayos en torno a la fotografía, de México y Cuba - Beatriz Bastarrica Mora


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surgió, pero también la investiga desde un tiempo y espacio distintos a los que la fotografía anuncia (Lara, 2005: 22). Nos dice un autor que “cuando depositamos fotografías en un cajón y va pasando el tiempo, pasa también para ellas, pues cuando las volvemos a mirar no tienen el mismo significado para nosotros” (Rodríguez, 2009: 26). Aquí nos enfrentaríamos a la llamada nostalgia fotográfica: “ver fotografías antiguas produce nostalgia. Basta que pasen cincuenta años para que cualquier foto parezca venerable” (De Miguel, 2003: 82). El escritor Antonio Muñoz Molina en su novela El jinete polaco aplica esa nostalgia por las fotografías como un hilo conductor de la trama. Léase este ejemplo:

      Examina de cerca las caras jóvenes de sus padres, que ya tienen ese aire abstracto de las fotografías antiguas de los desconocidos, como si al cabo del tiempo hubieran perdido su identidad singular para convertirse en figuras alegóricas de un pasado extinguido. Interroga a ese hombre y a esa mujer desde una distancia de treinta y seis años y quiere averiguar por la expresión de sus miradas y por el modo en que sonríen y se rozan las manos lo que ellos nunca le dirán (Muñoz, 2013: 165).

      Una fotografía reunirá varios significados dados por quien la analice o interprete, sea “detentador, coleccionista, contemplador, historiador” (Lara, 2005: 20). Por ejemplo, “la foto de un candidato a presidente con su familia” cobrará “sentidos muy diversos” de acuerdo a la circunstancia: “como documento familiar en un álbum, en un periódico de derecha otro de izquierda, en una revista para hombres o un afiche político” (García Canclini, 1978: 12). Las fotografías de prensa sugieren innumerables significados y provocan “sentimientos tan dispares y numerosos como individuos expuestos a la imagen” (Segade, 1999: 35). Las emociones que provocan las despiadadas, para algunos, fotografías del fotoperiodista Félix Márquez, en el séptimo capítulo de este libro, son reacciones que dependen “de factores como diversidad cultural y social, experiencia, psicología, texto que acompaña a la imagen, actitud del espectador ante esta” (Segade, 1999: 34).

      FOTÓGRAFO Y ESPECTADOR

      El fotógrafo es un protagonista que se introduce en la fotografía; aunque su imagen esté ausente se advierte su presencia en el trozo de “realidad” que captura (De Miguel, 2003: 81). Ajusta lo que fotografiará: encuadra e ilumina; decide “desde una perspectiva particular” (García Canclini, 1978: 22) destacar u ocultar ciertos aspectos de la realidad. Por ello se entiende que una fotografía es un documento “histórico cargado de la opinión de su autor” (Lara, 2005: 18). Tal como lo hiciera Ramiro Retratista el fotógrafo de Mágina, que Antonio Muñoz Molina describe así:

      Él, Ramiro, los retrataba a todos, vanidosos y erguidos ante los focos del estudio, colgando cabeza abajo como murciélagos en el visor de su cámara, apoyando con aire de reflexiva gravedad el codo en el filo de la mesa y el dedo índice en la mejilla, delante de un telón con balaustradas y perspectivas de jardines y junto a una columna con un busto en escayola de algunas de las celebridades germánicas […]. Encapuchado y oculto como un espía bajo la cortinilla de la cámara, tras la impunidad del ojo de vidrio que sorprendía gestos involuntarios y miradas ansiosas (Muñoz, 2013, 101).

      El fotógrafo y el espectador intercambian posiciones, el primero captura y se ausenta, y deja el lugar al espectador para que “vuelva a ver la foto o el cuadro desde su punto de vista” (De Miguel, 2003: 75). Frente a ese espejo se coloca el autor del capítulo sexto, David Flores Magón, quien analiza el archivo fotográfico de sus antepasados. Antes mencionamos que la fotografía además es un trozo de espacio, el fotógrafo es quien selecciona el espacio que la posteridad verá u observará, “sólo existe el espacio que queda encerrado en las dos dimensiones del encuadre” (Lara, 2005: 16).

      Los pies de foto son importantes porque la fotografía por naturaleza es indeterminada: sus “significados e interpretaciones” son variados (De Miguel y Ponce de León, 1998: 87). El texto escrito que acompaña a la fotografía también influye en su significado, en especial en una fotografía periodística se descubre “en la selección del objeto y en su encuadre intenciones que van más allá de la denotación”, la forma en que se lee “el mensaje fotográfico se adjudica generalmente a la leyenda agregada a la foto o al artículo” en el que aparece (García Canclini, 1978: 12). Igual que las imágenes remiten a un tiempo y espacio las explicaciones de una foto, nos indica García Canclini, corresponden también a una época, que se reconoce por “la ostentación rebuscada” que usaron “quienes hablan de las fotos” (García Canclini, 1978: 19).

      IMÁGENES PRIMIGENIAS

      Para 1870 se consolidó el desarrollo de los estudios fotográficos en las principales ciudades de México. Esto, a pesar del estado de guerra latente y de las dificultades para conseguir los materiales, en parte porque el desarrollo de la industria fotográfica se vinculaba a una idea de modernidad “promovida por los grupos ilustrados de cualquier credo político” (Casanova, 1989: 42). A partir de la década de 1870, el retrato fotográfico habría de convertirse “en el instrumento ideal de las apariencias sociales”; serviría también para “demostrar a los demás y a sí mismo los progresos alcanzados” (Casanova, 1989: 51). Durante el porfiriato (1876-1911) se fotografió, es decir, registró a empleados domésticos y prostitutas, como medida de control social y sanitario de las que Antonio Gramsci llamó clases subalternas.

      En contraste, fotógrafos como los hermanos Valleto retratan a las clases altas porfirianas. Rita Eder señala que el retrato revela con perspicuidad: “las modas directamente importadas de París, asociadas a las clases altas” se derraman “a través de las fotografías de los hermanos Valleto”, quienes destacaron en su oficio por retratar a las “señoras de sociedad” vestidas de “tul y encaje”, y “sentadas sobre muebles de terciopelo rodeadas de espesas cortinas y carpetas bordadas, cojines con incrustaciones de perlas” (Eder, 1978: 30). El fotógrafo tapatío Octaviano de la Mora es el mejor exponente del “ambiente artificial que acompaña a la mayoría de los retratos realizados durante la segunda parte del siglo XIX y principios del XX”. De la Mora fue un artífice de la “utilería”, estaba seguro que los objetos que rodearan “al cliente debía[n] revelar sus gustos y preferencias” su estudio albergaba “extraños objetos” como “figuras de porcelana, plantas, [y] animales disecados (Eder, 1978: 27).

      Durante el proceso que conocemos como Revolución, será Agustín Casasola quien aprese nuevos protagonistas y escenarios; a “las tranquilas vistas de México” las remplazan “escenas de violencia y combate. Los solitarios trenes aparecen en la inmensidad del paisaje” y se trepan a él “los protagonistas de la Revolución”. Las mujeres cobran protagonismo “lejos de sus tareas domésticas”, esa nueva imagen representa a una mujer que “sonríe y mira audazmente”, que desempeña “un papel activo en el proceso revolucionario” (Eder, 1978: 32). En los años treinta y cuarenta, con los hermanos Mayo, la fotografía de prensa es “más precisa y definida” (Meyer, 1978: 9).

      Otro tema de interés es el papel que la fotografía desempeñó a partir del desarrollo de las tecnologías de comunicación, así como la facilidad con que permitió capturar imágenes como testimonio de la vida cotidiana y la violencia social. Impactó la fotografía en las relaciones interpersonales y la percepción social de sucesos y acontecimientos. El registro fotográfico de eventos que conmocionaron a la sociedad nos permite indagar acerca del comportamiento social


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