A cuadro: ocho ensayos en torno a la fotografía, de México y Cuba. Beatriz Bastarrica Mora
bautizo, primera comunión, quince años, graduación, matrimonio, muerte—. La característica de la fotografía doméstica es la subjetividad del retratista, es decir el estilo
particular que resalta el fotógrafo familiar.
Cuentan por eso los sentimientos de quien dispara la cámara y de quien posa para la imagen. El fotógrafo familiar será más sensible a capturar las emociones de sus familiares y el fotografiado posará, seguramente, con más naturalidad ante el ojo de un conocido que ante un fotógrafo de oficio. Es decir, la fotografía doméstica capta la emoción del acontecimiento que la familia o el individuo celebran. La fotografía doméstica también revela el trasfondo, o el escenario, en el que la familia se coloca para eternizar un acontecimiento. Los espacios que observamos en las fotografías domésticas nos remiten a lugares especiales para la familia o el individuo dentro, o fuera de la casa. Una fotografía doméstica, que es parte de un archivo familiar, no es inocente, un archivo fotográfico familiar es susceptible de editarse, borrarse, o adaptarse “a los intereses de la propia familia”, señala David Flores Magón. En los archivos fotográficos familiares las fotos se acomodan, resguardan, destruyen o mutilan, según sea la intención, no siempre de la familia que aparece retratada; más bien, del poseedor del archivo.
En “La imagen más allá de la violencia: Félix Márquez en Veracruz”, el séptimo capítulo de esta obra colectiva, Celia del Palacio Montiel analiza las fotografías de un joven fotorreportero veracruzano cuya labor se ha desplazado de alimentar la simple y muchas veces grotesca nota roja a algo más sofisticado y cuyo contenido refleja un “profundo compromiso social”. Márquez, parte de una generación de fotorreporteros que han sufrido serios descalabros en las últimas dos administraciones estatales —particularmente la de Javier Duarte de Ochoa (2010-2016)—, se ha visto amenazado por mostrar aspectos violentos de la sociedad veracruzana que normalmente no se dan a conocer o al menos no salen de su estado, o del país.
Juzgado Veracruz por organismos internacionales como el estado más peligroso para ejercer el periodismo, es el lugar exacto en donde labora Félix Márquez con un sueldo raquítico, si bien fijo, que proviene de la Agencia Veracruzana de Comunicación (AVC Noticias). Es a través de la venta de sus fotos que Márquez eleva sus ingresos y publicita su trabajo fuera de Veracruz, y de México. Para su capítulo, Celia del Palacio se entrevistó en varias ocasiones con Márquez, para no malinterpretar el significado de las fotografías. Un caso en particular fue el que relata respecto al intercambio entre un adulto y un niño:
Cuando yo vi la fotografía por primera vez, me pareció [que un niño] rechazaba [tres latas de solvente] y que la expresión ambigua de su rostro [...] reflejaba el riesgo constante en el que se encuentran los niños del pueblo frente a la oferta [...]. Sin embargo [...] Félix Márquez [me aclaró] que era el adulto quien le había quitado las tres latas de solvente al niño que estaba a punto de consumirlas junto al resto [de] un grupo infantil.
Es así como Félix Márquez optó por “plasmar en las imágenes de la información general un toque personal de denuncia social”. A diferencia de otros fotógrafos de nota roja, Márquez publica sus fotografías con textos que, en su conjunto, proporcionan nuevos significados (o más lecturas) a las imágenes. Márquez, como fotógrafo se vale de estrategias para transmitir mensajes. La lectura de las situaciones fotográficas o fotografiables van más allá de atrapar el momento justo de la acción. Ese momento justo no lo es para Márquez si el contexto impide darle una lectura adicional a la toma. Parte de ese contexto que busca, es la empatía con que enfrenta las diferentes situaciones. Como lo dice Celia del Palacio en su texto, Félix Márquez “muestra la vulnerabilidad, ejerce la compasión a través de la lente”, y “denuncia repetidamente la violencia” con la imagen misma y la manera en que titula sus imágenes y reportajes.
El último capítulo de esta obra es el de Ariana Landaburo Díaz, “Sexualidades disidentes en la fotografía cubana”. La autora recorre a grandes rasgos la historia de la disidencia sexual para luego tocar las primeras décadas posteriores a la Revolución cubana. Mientras que durante la década de los sesenta dicha disidencia iba en contra de los“ideales” revolucionarios, según los cuales la heterosexualidad era la norma, y “el hombre/varón/masculino”, el paradigma. El resto de la población cubana que no “encajaba” en ese paradigma, era marginado. En el proceso de la homogeneización cubana, nos dice Landaburo Díaz, “se ocultaron (y disciplinaron) todos los fragmentos de lo cubano que no encajaban con el paradigma ideal”.
El cambio más importante respecto a la disidencia sexual se dio a partir de 1990, justo después de la caída del muro de Berlín. Después de que se desintegrara la Unión Soviética, se vio con claridad que la desaparición del mercado más importante para Cuba significaba que el supuesto régimen igualitario bajo el que se vivía en la isla dejaría de funcionar. Las diferencias de color de piel fueron las primeras en volverse explícitas. Paulatinamente se reconocieron otras diferencias. Para 1993, Eduardo Hernández armó la primera exposición homoerótica, con el nombre de Homo Ludens. “Las fotos de Eduardo Hernández, a veces más elípticas y otras más frontales”, nos dice Landaburo Díaz, “se ocupan de esos cuerpos que han permanecido limitados por el peso discursivo del poder y, a su vez, han sido construidos por el propio aparato ideológico”.
Con la década de los noventa surge la fotografía documental en Cuba y la autora sigue a varios de los fotógrafos que “registran otras realidades culturales que anteriormente no eran susceptibles de ser retratadas”. Los travestis y transgéneros salieron al escenario. Lo que Landaburo Díaz llama la “tímida” apertura del Estado permite que se den reuniones de homosexuales en las que los travestis son el centro del espectáculo. Fotógrafos experimentan entonces con diversos tipos de fotografías documentales en las que lo privado se vuelve público. El público comparte el ojo voyeur del fotógrafo y se entera de las minucias del “proceso de travestimiento”. “El acercamiento desde el lenguaje fotográfico al espacio cotidiano del travestismo”, nos dice la autora, “verifica la amplitud elocutiva a la que asiste la visualidad cubana”.
El nuevo milenio ha traído cambios adicionales a la sociedad cubana y estos se reflejan en una apertura mayor hacia la disidencia sexual y a la manera de documentarla a través de la fotografía lo que ha liberado “ciertas zonas del más profundo silenciamiento” de la disidencia sexual. El capítulo de Ariana Landaburo Díaz contribuye a esta apertura cubana desde el exterior y nos alecciona sobre el tema para sociedades como la mexicana.
OBTURAR LA LENTE
La diversidad temática de A cuadro: ocho ensayos en torno a la fotografía, de México y Cuba se sustenta en varios ejes a través de los cuales observamos coincidencias en los diferentes ensayos. El avance tecnológico es uno de esos ejes: ¿cómo evolucionó la tecnología respecto a las cualidades físicas de cada una de las cámaras, de las placas que usó Magallanes a los archivos digitales de los fotógrafos cubanos? Relacionado con el anterior distinguimos también los procesos tecnológicos en la búsqueda de la veracidad de la imagen o el carácter de los sujetos retratados, avances tecnológicos que ampliaron los usos sociales, de la fotografía de la primera cámara Kodak comercial que vendió la compañía Kodak Eastman en 1888, dirigida al público en general; la campaña publicitaria aseguraba que el usuario de la cámara no necesitaba ser especialista: “Usted aprieta el botón, nosotros hacemos el resto […]. La única cámara que cualquiera puede usar sin instrucciones”, desde ahí la tecnología nos condujo hasta las cámaras digitales.
Estos mismos avances propiciaron también cambios en los usos sociales: del registro de lo público a lo privado; existe un contraste entre la vida privada de la burguesía porfiriana a los travestis en la Habana, cuyo común denominador es ser sujetos de encuadre que muestran cambios significativos en la organización social. La construcción de un imaginario nacionalista resalta como principal uso social en el estudio del paisaje veracruzano. Las fotografías que capturaron los fotógrafos espías en Veracruz. Las fotografías admiten numerosos significados y suele complicarse el modo de interpretarlas. Por ello, dos autores aconsejan que para estudiar la realidad social el investigador debe ver y, además, tomar muchas fotografías (De Miguel y Ponce de León, 1998: 95). Tal es el caso