A cuadro: ocho ensayos en torno a la fotografía, de México y Cuba. Beatriz Bastarrica Mora

A cuadro: ocho ensayos en torno a la fotografía, de México y Cuba - Beatriz Bastarrica Mora


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un testimonio de la historia: ellas mismas son algo histórico”.6 Son particularmente valiosas, por ejemplo, como testimonio de la cultura material del pasado, tanto por lo que muestran como por ellas mismas como objetos. Y es precisamente por eso que en el caso de mi investigación doctoral había reunido miles de ellas.

      Los fotógrafos tenían, además, reglas escritas y sobre entendidas de cómo retratar a mujeres y hombres, a niños y adultos. El ya mencionado Octaviano de la Mora, por ejemplo, quien era mayor que Magallanes, pero trabajó en la ciudad en la misma época que él, fue conocido por intentar captar la personalidad del retratado por medio de la utilería, especialmente elegida para cada ocasión, de la luz y de la pose, que adaptaba en cada caso, según el sexo, la edad y la profesión de su cliente, siempre de acuerdo a la última moda fotográfica de su tiempo.

      Así, entre fondos pintados, ropas particular y meticulosamente elegidas para la ocasión, y poses muy preparadas, el estudio del fotógrafo podía convertirse en una suerte de limbo, en un lugar y un tiempo suspendidos, en el que llegaban a camuflarse las diferencias existentes entre las clases sociales, al ofrecer los fotógrafos a sus clientes lo que Burke ha denominado una «inmunidad transitoria de la realidad».

      “Tanto si son pinturas como si se trata de fotografías”, nos dice Burke,

      Es decir, el fotógrafo retrata, además de personas, vestiduras y fondos físicamente reales, todo un conjunto de ideas que componen las mentalidades y habitus de la época y, en este sentido, su aportación a la historia de las ideas de las sociedades es invaluable.

      Y eso es, precisamente, lo que mi inesperado encuentro “serendípico” con la fotografía de Pedro Magallanes en el mercado de antigüedades me proporcionaría. Quiero pasar a continuación a analizar detenidamente el legado del fotógrafo, para observar este y otros fenómenos y, con suerte, alcanzar algunas conclusiones.

      Para ello, he reunido y clasificado la obra hallada por mí de Magallanes –toda ella extraída de la colección particular-familiar de las hermanas Gutiérrez Castellanos– en tres grandes grupos: los retratos de estudio de la burguesía, los retratos de estudio para el Registro de Domésticos —en cuyo análisis me extenderé más profundamente— y las fotografías, más íntimas y espontáneas, tomadas para el álbum familiar. Algunas de las últimas tienen una fuerte carga artística, pero, al haber sido encontradas en el espacio íntimo y cerrado del álbum de familia, he decidido mantenerlas en el tercer grupo.

      4 El Registro de Domésticos es un conjunto de nueve libros que recogen más de cuatro mil fichas, cada una correspondiente a una persona concreta, que se desempeñó como empleada doméstica en la ciudad de Guadalajara en algún momento entre 1888 y 1894. Las fichas, además de incluir una descripción física de la persona, recogen su lugar de procedencia, su edad, su estado civil, su empleo y empleadores y su sueldo. Cada ficha cuenta, además, con una fotografía de estudio que retrata a la persona en cuestión. En ocasiones esta fotografía es de medio cuerpo, y en otros casos es de cuerpo entero. Las imágenes fueron tomadas por diferentes fotógrafos y cada empleado doméstico tuvo que comprar al menos dos, pues a su ficha en el Registro se añadía un carnet, con la misma información, en el que sus sucesivos empleadores podían ir anotando lo que consideraran conveniente acerca del desempeño de su empleado en su casa. Para más información, revisar el texto de Robert Curley citado en Camacho, 2006.

      5 Con frecuencia los fotógrafos aprovechaban también el reverso de la fotografía impresa en papel albuminado para estampar elaborados sellos con su nombre y distintas decoraciones, y/o su dirección. En caso de haber recibido algún premio por su trabajo, como por ejemplo una medalla, también se reproducía con la estética de un grabado en metal.

      6 Burke, 2005: 26.

      7 El sociólogo Erving Goffman es el autor de este concepto, el cual define como el conjunto de “las insignias del cargo o rango, el vestido, el sexo, la edad y las características raciales, el tamaño y aspecto, el porte, las pautas de lenguaje, las expresiones faciales, los gestos corporales y otras características semejantes” que una persona acumula y ordena, en la medida de sus posibilidades, para presentarse ante los demás (Goffman, 1997: 35).

      8 Si bien no descarto que esto sucediera, en el transcurso de mi investigación sobre vestido y moda tapatíos, y precisamente al revisar las imágenes del Registro de Domésticos, pude comprobar que, en la inmensa mayoría de los casos, las empleadas domésticas, fotografiadas por cualquier fotógrafo, llevaron puestos sus propios sacos. Esto se deduce del hecho de que todos son diferentes entre sí. Constaté la repetición de tres sacos, en seis fotografías. En los tres casos, se trataba de parejas de mujeres que trabajan para el mismo empleador, a partir de lo cual propongo que en esas ocasiones se trató más de un préstamo de doméstica a doméstica que de fotógrafo a doméstica.

      9 Entrecomillo el término “serias” por el claro sesgo patriarcal que, producto de las relaciones de género de entonces, reviste.

      10 Nos dice Leopoldo Orendáin:“La moda decretaba apegarse todo lo posible a la realidad en interiores y exteriores. Para conseguir esos ambientes se recurría a decorados teatrales. Fondos desvanecidos con montañas y bosques, jardines, fuentes, cascadas o lejanías donde campeaban castillos, palacios o templos […].

      El ámbito que rodeaba al cliente, se procuraba que fuera en concordancia con sus aficiones, método de vida y profesión. Para conseguir esos efectos, había muebles con diversas combinaciones, de suerte que


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