El misterio del amor matrimonial. Ricardo E. Facci

El misterio del amor matrimonial - Ricardo E. Facci


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de querer y buscar ayudar a que los demás sean felices.

      El que busca a través del amor la felicidad del otro, no puede dejar de amar. Es un hábito que actúa por sí mismo, no tiene que pensarlo ni proponérselo.

      Donde hay amor hay felicidad, donde hay felicidad es porque hay amor. El amor genera una fragancia que todo lo envuelve, penetra y trasciende en el tiempo, dejando una marca que nada podrá borrar.

      Este espíritu debe hacer palpitar todas las realidades que se viven en el matrimonio. Mencionemos el diálogo, como ejemplo de esto que acabamos de afirmar: Si sólo se buscan los propios intereses, sin capacidad de concentrarse en las necesidades y sentimientos del otro, éste, será conducido irremediablemente al fracaso.

      El amor humaniza. Hace a la persona más persona, porque la hace más humana. El egocentrismo animaliza, el amor humaniza. Las grandes personas no son, necesariamente, las que están en los monumentos o con sus nombres escritos en bronce, –lo que muchas veces responde a ideologías que hoy ensalzan y mañana destruyen–: Un gran hombre y una gran mujer, se miden por su capacidad de amar, de buscar que los demás sean felices.

      Te necesito porque te amo, pero jamás te amo porque te necesito. Lo primero es un amor profundo, que brota desde la misma entraña del corazón; lo segundo, es el amor caricatura, barniz, que se coloca mientras exista la conveniencia y después… si te he visto no me acuerdo. Alguien de más de cuarenta años de casado decía “ya podemos divorciarnos, total ¿para qué?” Jamás se jubila en la vida matrimonial la alegría, el entusiasmo, el amor apasionado por hacerle feliz al otro. Mientras dure el peregrinar terreno, el corazón late al ritmo de la vida que no pierde la capacidad de buscar ser feliz. La mayor sabiduría del ser humano es la de convertir la vida en amor y el amor en felicidad donada a quien se ama.

      “¿Me amas porque me necesitas o me necesitas porque me amas? ¿Te amo porque te necesito o te necesito porque te amo?” Hay mucho por escarbar, escarben… Hay mucho por decir, díganlo…

      Permítanme finalizar con una frase que parece descolgada, pero que tiene mucho que ver: Dios es amor y nos creó para que seamos felices.

      Para dialogar en pareja

      1.- ¿Qué encontré en ti, que hizo que te amara y te eligiera como esposo, esposa?

      2.- ¿Te amo porque te necesito o te necesito porque te amo? ¿Me amas porque me necesitas o me necesitas porque me amas?

      3.- ¿Por qué me amas? ¿Por qué te amo?

      4.- ¿Qué siento al compartir contigo este tema?

      5.- En general, quienes dicen que aman, ¿buscan la felicidad del amado o su propia felicidad?

      Para orar juntos

      Señor Jesús,

      que nos amaste sin interés alguno,

      buscando que llegue la salvación y la felicidad eterna

      a cada uno de nosotros,

      te pedimos que sepamos amar del mismo modo,

      sin condición alguna,

      sino dándonos enteramente

      a quien amamos de verdad.

      Es nuestro deseo trabajar constantemente por el bien del amado,

      nos pusiste juntos para construir la felicidad

      en los años que recorramos juntos,

      proyectada hacia la eternidad,

      ayúdanos para que se haga realidad.

      Amén.

      “Yo” y “Tú”: la dinámica del amor

      “Y Dios creó al hombre a su imagen;

      los creó a imagen de Dios,

      los creó varón y mujer”

      (Génesis 1,27)

      En la aparición sorpresiva del ‘tú’, en la experiencia del enamoramiento -entre otras-, despierta el ‘yo’ que no reduce en nada su identidad. Todo lo contrario, el encuentro con el ‘tú’ potencia la propia identidad. Resalta al propio ‘yo’.

      En todas las culturas y las latitudes geográficas, el ‘yo’ experimenta una motivación e invitación constante, desde el inicio de la propia existencia, que lo empuja, lo lanza al encuentro con el ‘tú’. Es un sello imborrable de la misma naturaleza humana.

      La Palabra de Dios nos muestra el origen del hombre, utilizando una definición inconfundible: un ‘yo’ es varón, y otro ‘yo’ es mujer. Llamados a un encuentro profundo, de consecuencias que trasciende los sueños e ilusiones que jamás alguien pueda sospechar. El amor de este encuentro, genera maravillosamente un nuevo amor. Genera ‘otro’, el hijo.

      El ‘yo’ nace siempre de una relación. Nadie puede “fabricarse” a sí mismo. Cada uno debe su origen a ‘otros’, papá y mamá y a ‘Otro’, que es Dios.

      Para la realización personal también es necesario ‘otro’. Nadie es feliz aislado, sin la relación con el ‘tú’ del ‘otro’. Nadie puede ser feliz, si es un solitario en una isla.

      Recuerdo que en una oportunidad, hace unos años, me encontré con una exposición de maquinarias, de electrónica y, entre todo eso, había una joven dentro de una vitrina, la que era su casa. Una silla, un baño y una computadora. Incomunicada con el resto de los ‘tú’ de modo directo, ni siquiera sonreía a quienes se acercaban a su stand. Mostraba cómo con la computadora podía resolver absolutamente “todas” sus necesidades. Era una chica “enfrascada”. Mejor dicho, intentaba demostrar que con una computadora ella todo lo resolvía. Pero, cómo lograr desde una vitrina el encuentro personal con el ‘tú’. La vida no se puede resolver a “distancia”. Es muy diferente sacar el pan de una góndola, a que te sirva el medio kilo el propio panadero, que lo amasó, lo horneó y lo sirve. Ese momento implica muchas otras cosas, “hace calor”, “qué manera de llover”, “¿cómo están tus hijos?”, “¿superaste el problema de salud?”, “¡qué bien se te ve!”… en fin, temas que hacen a la vida, pero que lo posibilita el encuentro de persona a persona, de ‘yo’ a ‘tú’. El individualismo intenta una vitrina para cada uno, pero somos personas capaces del encuentro con el otro, de abrir el corazón y la mente, de comunicarnos.

      Como vemos, la experiencia con el otro, lo recuerda permanentemente la vida misma. Pensemos en un bebé, cuando mira detenidamente el rostro de su mamá al descubrir que ella le sonríe; o en el alivio de un niño cuando frente a un temor determinado encuentra la mano del papá; o en la sensación del adolescente, que enamorado, se encuentra con la mirada cómplice de su pretendida; o en el compartir de dos amigos sentados en una escalinata conversando y contemplando la juntura de dos ríos; o en el “milagro” de aquel hombre chileno que “estampillado” contra un camión lo dieron por muerto: su esposa por un hilito de sangre luchó y peleó diciendo que estaba vivo, después de seis meses en terapia intensiva el hombre al abrir los ojos, se encontró con la esposa incondicional, que vendió todo lo que tenían por esos seis meses de esperanza; la última frase de mi padre que quedó tallada en mis oídos; la mirada y sonrisa de mi madre que me buscaron intencionalmente al partir… en fin, el otro, incondicionalmente necesario.

      Nadie puede vivir cerrado en sí mismo, autosuficiente. El ‘yo’ abre los ojos a la vida, busca y se realiza en la impresionante e irresistible atracción del ‘tú’. El amor en todas sus dimensiones explica esta experiencia universal, que afecta a todos los hombres


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