Lo sensorial y lo emocional en la vivencia ética y en la espiritualiad. Ramón Rosal Cortés
cuanto a la Ética formal, cuya primera y principal figura fue Kant, ha constituido un enfoque que ha sido el predominante, durante un largo periodo, desde el siglo XVIII, cuando se publicó la Crítica de la razón práctica. En este enfoque no se tiene en cuenta –o muy poco– la Antropología psicológica y sus aportaciones sobre las tendencias humanas.
Sin embargo, respecto a estas dos concepciones antitéticas de la Ética, comparto plenamente el “integracionismo filosófico” de Ferrater Mora (1994), cuando sostiene que: “ninguna de ellas aparece, naturalmente, en toda su pureza y puede decirse, por lo contrario, que toda ética es un compuesto de formalismo y ‘materialismo’, los cuales se han mantenido como constantes a lo largo de toda la historia de las teorías y actitudes morales” (Ferrater Mora, 1994, p. 1145).
La Antropología filosófica en la que me muevo en mis reflexiones psicoéticas puedo resumirla en estos dos principios:
1 El “integracionismo filosófico” de José Ferrater Mora (1994), a partir del cual me es posible integrar un enfoque de Ética material de contenidos –un neonaturalismo no reduccionista de tradición aristotélica– con un formalismo por el que entiendo como ético todo aquello que favorece la salud mental y un desarrollo del propio potencial humano, que no obstaculice sino, al contrario, favorezca la realización personal de los otros; es decir, un proceso de autorrealización personal y social.
2 Previamente a ese razonamiento axiológico, de base empírica, reconozco, en la línea de la Ética fenomenológica (Scheler, 1948; Hildebrand, 1983; N. Hartmann, 1969 y 1970, entre otros), que el arranque de la captación de lo valioso ocurre normalmente al través del sentimiento. Entiendo a éste como una experiencia afectivo-cognitiva muy afín a lo que hoy se entiende por “inteligencia emocional” (Lizeretti, 2012).Tengo también presente, como punto de partida, el esquema del fluir vital, según nuestro modelo de la Psicoterapia Integradora Humanista (Gimeno-Bayón & Rosal, 2016, 2017), con trece fases en tanto que continuum en el que se pueden señalar unidades discretas que se van sucediendo unas a otras, incidiendo la calidad de la realización de cada una de ellas en la del proceso posterior, de modo que si entendemos el fluir vital como proceso en el que se pueden plantear frustraciones o conflictos, la resolución del proceso en forma satisfactoria e integradora dependerá de que haya habido una calidad en sus fases y un fluir de una a otra sin distorsiones, dispersiones ni bloqueos.Las trece fases son las siguientes:RelajaciónSensacionesFiltración de las sensacionesó 4. Identificación afectivaó 3. Identificación cognitivaValoraciónDecisión implicadoraMovilización de recursosPlanificaciónEjecuciónEncuentroConsumaciónRelajamientoRelajación
La fase 9ª de la ejecución –respecto a los valores éticos– es aquella en la que se manifiestan, ya en la práctica, conductas éticas, que pueden llegar a ser actitudes permanentes en la vida del sujeto. Anteriormente habrá tenido lugar la decisión de practicar tal actitud humanizadora, seguida normalmente de las fases 7 y 8. Previamente habrá sido preciso –de forma intuitiva, con inteligencia emocional, o de forma razonada– haber ejercitado la capacidad valorativa (fase 5). Pero antes de esto habrán actuado procesos sensoriales (fases 1 y 2), afectivos (fase 3) y cognitivos (fase 4), siendo los dos primeros los que corresponde destacar en este trabajo.
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LA CAPTACIÓN
AFECTIVO-COGNITIVA DE LOS VALORES ÉTICOS
La captación de lo valioso, requisito previo a toda apropiación personal de un valor ético concreto, es decir de toda virtud ética o actitud humanizadora, implica una capacidad psicológica, aunque no se reduce a ella. La podemos denominar la capacidad valorativa o proceso psicológico de valoración. Puede malograrse cuando el sujeto experimenta algún tipo de bloqueo de la misma, o también, recurriendo a conceptos utilizados por Cencillo (1977) para otros problemas, una vivencia distorsionada o dispersa de dicho proceso.
Si tenemos en cuenta qué entendemos por crecimiento personal, será más fácil explicar a qué nos referimos aquí cuando hablamos de la capacidad valorativa, entendida como capacidad valorativa sana.
Tal como hemos indicado en otro lugar (Rosal, 2003, p. 15) entendemos por crecimiento personal,
el proceso por el que se va logrando de forma singular e irrepetible el desarrollo armonioso del conjunto de potencialidades de todo ser humano y el ejercicio jerarquizado y también armonioso de la pluralidad de tendencias y aspiraciones que animan su existencia, todo ello en coherencia con un proyecto existencial flexible (adaptado a las diferentes circunstancias y edades de la vida), elegido de forma lúcida, libre y nutricia (respecto a uno mismo y a los otros), en concordancia con los valores nucleares de la persona, y abierto a la posibilidad de una realidad transpersonal.
A partir de este concepto de crecimiento personal, cuando aquí hablamos de capacidad valorativa entendemos la capacidad de discernir –en una situación determinada en la que el sujeto experimenta normalmente varias motivaciones o tendencias- cuál es la que en esa situación ve conveniente considerar prioritaria por su importancia, o tal vez por su urgencia. Este discernimiento o visión se llevará a cabo normalmente por la vía de lo que el filósofo Scheler (1948) denominó “intuición emocional”, y actualmente Solomon (2007) ha denominado “juicio evaluativo”, también de carácter intuitivo. Se trata por consiguiente de una actividad psicológica en la que se integran procesos afectivos y cognitivos.
A partir de una reflexión que sigue una metodología fenomenológica en la línea de filósofos y psicólogos como Max Scheler (1948), Dietrich von Hildebrand (1983), Nicolai Hartmann (1969, 1970 y 1972), y Philip Lersch (1974), la captación del carácter éticamente valioso de las virtudes de la solidaridad para la justicia, actitud agradecida, serenidad, actitud creadora, grandeza de alma, respeto al otro y cordialidad –a las que me refiero en este trabajo- lo percibo de forma inmediata, intuitiva, a través del sentimiento. Todos los autores citados en su Ética material o de contenidos, subrayaron la importancia de la intuición para la captación de los valores y de los sentimientos como canal afectivo-cognitivo. De las varias motivaciones o tendencias que conducen al sujeto hacia el ejercicio de diversas actitudes o conductas, el que disponga de capacidad valorativa sabrá discernir –normalmente por intuición emocional, o en algunos casos por reflexión razonada- cuáles de aquéllas favorecen su proceso de crecimiento personal (o autorrealización) y cuáles lo obstaculizan.
No pretendemos decir que en una determinada situación, considerada en abstracto, sólo haya una posible motivación (con el acompañamiento de actitudes y conductas) discernible como valiosa. Normalmente serán varias. Pero dado el carácter singular e irrepetible de toda existencia humana, como también lo peculiar de todo proyecto existencial (aunque normalmente sólo implícito), cabrá pensar en que pueda captarse la mayor relevancia o valor de una de las posibilidades.
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LA PERCEPCIÓN SENSORIAL PREVIA A
LAS EMOCIONES
Parece conveniente que si voy a ocuparme sobre la posible influencia de procesos sensoriales y afectivos –previos a los valorativos– en la captación y vivencia de valores éticos, precise lo que significan para mí ambos tipos de procesos: a) la percepción sensorial o sensibilidad, y b) los sentimientos y emociones o la afectividad. De la primera me basta señalar lo siguiente:
Al encontrarse situada en el inicio del ciclo de la experiencia, puede ejercer una influencia positiva o negativa sobre los procesos afectivos, cognitivos, valorativos y siguientes, según se trate de una sensibilidad exenta de formas de bloqueo, dispersión o distorsión o, por el contrario, se encuentre malograda por alguno de estos problemas.
Me refiero con ella a la realidad que pueda captar principalmente a través de la mirada y la escucha. A veces también por el olfato o el tacto. Y principalmente a la percepción de las conductas de individuos, grupos o instituciones.
Pero también incluyo aquí las imágenes de la fantasía y de los recuerdos, que algunos filósofos del pasado entendieron como sentidos internos. Constituyen la representación actualizante de realidades no presentes con palabras del psicólogo de la corriente fenomenológica Philip Lersch, aludiendo a una diferenciación clásica:Así,