Lo sensorial y lo emocional en la vivencia ética y en la espiritualiad. Ramón Rosal Cortés
totalmente pasivos hay una distancia. La actividad humana no es siempre intencional y plenamente consciente. Se da también un tipo de actividad “semiconsciente, distraída, habitual, espontánea, e incluso ‘automática’”, de la que Solomon se lamenta de la escasa atención que le han prestado los filósofos, salvo excepciones como William James y Merleau-Ponty.
4 La experiencia emocional
Toda “experiencia emocional” integra un conjunto de procesos psicológicos:
Sensaciones o sentimientos corporales
Formas diversas de ser consciente de nuestro mundo, de nuestro cuerpo, y nuestras intenciones como agentes.
Pensamientos y reflexiones sobre nuestras emociones.
Un trasfondo que “concierne a la historia de la situación, de las personas implicadas, de la relación, de la emoción”. Si, además, se trata de un trasfondo traumatizado, no podría comprenderse una reacción emocional potente de una persona sin tenerlo en cuenta.
A la vista de estos cuatro aspectos de la aportación de Solomon sobre las emociones compruebo lo siguiente como aspecto de interés respecto al papel de las emociones en la captación de los valores éticos, cuando funcionan de forma psicológicamente sana. También el interés de la psicoterapia de los posibles trastornos emocionales si se quiere cultivar y fortalecer la capacidad valorativa.
Lo que Solomon entiende por “sentimientos intencionales” (que implican conceptualización y captación de valores) viene a ser equivalente con lo que en el ciclo de la experiencia de la Psicoterapia Integradora Humanista entendemos por la fase de la valoración.
La consideración de las emociones como “juicios evaluadores” viene a equivaler al reconocimiento de la capacidad de la “intuición emocional” de los valores según Max Scheler (1948) y en general los vinculados a la Ética Fenomenológica y Existencialista, fundamentos filosóficos de la corriente psicológico-humanista (Misiak & Sexton, 1973).
El reconocimiento de cierta responsabilidad parcial en el manejo de las emociones –en especial las intencionales– favorece el reconocimiento de la capacidad y responsabilidad ética, dado que las emociones son un factor importante para la captación de los valores.
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CONTRIBUCIÓN DE LOS PROCESOS SENSORIALES Y EMOCIONALES PARA LA VIVENCIA DE LA SOLIDARIDAD PARA LA JUSTICIA
1 Definición descriptiva de solidaridad para la justiciaMuestro a continuación, casi esquemáticamente –refiriéndome a un ejemplo de valor ético: la solidaridad para la justicia–, la importancia de una sana sensibilidad (fases 1 y 2) y de las vivencias emocionales (fase 3). Pero, antes, ofrezco mi definición sobre la misma:Entiendo por solidaridad para la justicia social la actitud que, a partir del sentimiento de compasión y de indignación ante los daños ocasionados por conductas injustas, y de la toma de conciencia de la responsabilidad personal para la contribución al bien común, experimenta ideales de cooperación social y de actuaciones altruistas para contribuir a la promoción y defensa de los derechos humanos, en una lucha por el logro simultáneo de una mayor libertad y justicia en beneficio de todos.
2 Lo sensorial y lo emocional para la vivencia de esta virtud
La persona tendrá que ser capaz de concentrar, con apertura a la experiencia, la mirada, la escucha, y a veces el contacto físico –es decir, su receptividad sensorial- respecto a personas y acontecimientos que implican sufrimiento ocasionado por injusticias. Aparte de las oportunidades que tenga para percibir directamente a tal tipo de personas y sucesos, los medios de comunicación, y en especial la televisión y las imágenes por medio de Internet, etc., permiten contemplar y hacerse cargo sensorialmente de vivencias dolorosas experimentadas por individuos y colectivos lejanos. Se comprende que si una persona no evita sistemáticamente captar sensorialmente con la mirada y con la escucha estas experiencias, no se encierra en una “torre de marfil”, facilita la base sensorial de la actitud solidaria. Quien evita, por ejemplo, leer el periódico o ver el telediario para no ser impactado por imágenes dolorosas injustas (“ojos que no ven, corazón que no siente”) tendrá una motivación menos intensa para la compasión o la indignación. No olvidemos las investigaciones sobre el impacto comunicativo (Mehrabian, 1968) que atribuyen sólo un 7% al contenido verbal, mientras el 93% corresponde a los aspectos no verbales.
Una persona con suficiente fluidez en cuanto a receptividad sensorial sabrá prestar atención para ver (contemplar) y escuchar los sufrimientos que padecen individuos y colectivos que son víctimas de actuaciones o situaciones injustas. Cualquier ciudadano o ciudadana dispone actualmente de muchos más recursos que hace apenas un siglo, para darse cuenta sensorialmente de estas desgracias, en comparación con lo que se podía percibir en épocas pasadas. Por la televisión, y por internet, tiene la posibilidad y facilidad de percibir a gente que padece las consecuencias dolorosas de injusticias provocadas por individuos –especialmente los que tienen poder económico o político– y por estructuras sociales, económicas o políticas que obstaculizan la igualdad en la vivencia de los derechos humanos por parte de los ciudadanos. Veamos un ejemplo de información sobre el hecho de las desigualdades injustas que ocurren en el mundo: unos párrafos de la introducción de un libro de Díaz-Salazar, publicado en 1996. Aparte de poder recibir esta información escrita, cualquier persona tendrá oportunidades de ver con sus propios ojos y escuchar con sus oídos –por televisión, o por internet– ejemplos de individuos de los que se informa en estos párrafos. Ante estas percepciones, si tiene una buena receptividad sensorial, no permanecerá impasible.
conviene, no obstante, tener presente que cada año mueren de hambre en el mundo 40 millones de personas (toda la población de España en un año) y cada día mueren de hambre 100.000 personas, de las cuales 35.000 son menores de 5 años. En la actualidad, existen en el mundo más de 1.300 millones de pobres, 1.200 millones de personas sin acceso a ningún servicio de salud (es decir, el equivalente a 30 países con el mismo volumen de población que España), 1.300 millones de seres humanos sin acceso a agua potable, 860 millones de analfabetos. Los 3.000 millones de personas que pueblan los países más pobres sólo disponen del 5,4% del ingreso mundial total, lo que representa unos recursos inferiores al PNB de Francia (57 millones de habitantes). Todo el África subsahariana (unos 565 millones de personas) dispone de algo menos del 1% del ingreso mundial, lo cual es igual a tener menos de la mitad de los ingresos del Estado norteamericano de Texas. Los países ricos del Norte, que no llegan a representar ni siquiera una cuarta parte de la población mundial, consumen el 70% de la energía mundial, el 75% de los metales, el 85% de la madera y el 60% de los alimentos. El consumo energético que representa la circulación de turismos en la parte occidental de Alemania, equivalente a unos 40 millones de toneladas de carbón por año, es igual al consumo total de energía de los habitantes de África negra. Es necesario recordar que todos los habitantes de la unión Europea, EE.UU., Canadá, Japón, Australia y Nueva Zelanda sólo constituyen el 14% de la población mundial, esto es, algo menos que toda la población de la India, que representa el 16% de la población mundial. Las personas que habitamos en los países de la Unión Europea sólo somos el 6,5% de la población del mundo.
El desconocimiento y, sobre todo, el olvido de esta realidad –que por otro lado se impone con manifestaciones constantes y dramáticas– es el que acompaña la baja intensidad de las políticas y acciones de solidaridad internacional. Especialmente cuando se regresa de algún país empobrecido, se tiene la sensación de que el Norte está ciego y dormido, reposando en un “sueño de cruel inhumanidad” (Jon Sobrino). Y contra este sueño del Norte hay que levantar un movimiento de insumisión a favor del Sur. No podemos consentir que una minoría del 14% de la humanidad –con islotes ciertamente de pobreza– esté instalada en la cultura de la satisfacción producida por la sociedad de consumo, mientras que la gran mayoría de los habitantes del planeta Tierra están sometidos a la dictadura de la pobreza (Díaz-Salazar, 1996, pp. 16s.).
En estos decenios, sin salir de nuestra ciudad, seguimos viendo a muchas personas –mayoría inmigrantes o refugiados– que van con un carrito a recoger material del interior de los containers –unos recogen papeles, otros metales, etc.– para