Coma: El resurgir de los ángeles. Frank Christman

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vamos ahora mismo. Tienes que aprender a manejar el poder que te han dado y eso nos va a llevar tiempo. Debemos partir en seguida.

      La Ascensión

      Mario y Vehuel llegaron a la casa del pastor cerca de mediodía. Se trataba de una granja que ocupaba una gran extensión de terreno, situada cerca de un río, lo que le confería que estuviera salpicada de pequeñas extensiones de palmeras y otra vegetación característica de la zona. La granja estaba distribuida en pequeñas construcciones separadas entre sí; en una de ellas se guardaba el forraje, en otra las cabras y en otra los corderos. En la zona principal, de dos plantas, era donde la familia vivía. Había un cobertizo donde las mujeres curtían las pieles. Cerca, un horno servía para hacer pan.

      Ambos contemplaron la granja desde una distancia cercana.

      —Este será tu hogar durante las próximas jornadas —dijo Vehuel.

      Mario observaba en silencio.

      —Vamos, entremos —le animó Vehuel.

      Recorrieron el pequeño trecho que los separaba de la casa. Un hombre salió a recibirles. Su aspecto era de complexión normal, más bien delgado; ataviado de una túnica que sujetaba a su cintura con un cordón; cubría su cabeza con una tela similar a la de la túnica.

      —La paz sea contigo. Bienvenido a mi hogar.

      —Que la paz te acompañe —le correspondió Vehuel.

      —Pasad y permitidme que os reconforte con los alimentos que Dios nos ofrece.

      Entraron a la casa. Varias mujeres se dedicaban a las tareas del hogar. Una de ellas puso sobre la mesa una vasija con agua y la esparció sobre unos cuencos de barro. Acto seguido depositó una torta de pan.

      —Esta es mi mujer, Alaia, y mis hijas Yasmina, Esther y Selima —presentó. Se volvió hacia Mario colocándose la mano en el pecho—. Yo soy Nataniel.

      Vehuel se acercó a Nataniel y le pasó el brazo alrededor de los hombros. Miró a Mario y le dijo:

      —Nataniel es un hombre de nuestra orden cósmica. Su cometido en este mundo es vivir con discreción y proporcionarnos todo aquello que necesitamos. Su lealtad está por encima de todo.

      —Me halagas señor —Nataniel, bajo la cabeza, ruborizado.

      —Cuando hablas de esa orden cósmica —interpeló Mario—. ¿A qué te refieres exactamente?

      —Somos los primeros que alcanzamos la luz, vigilamos los universos mucho antes que los Anunnakis. El cosmos es un ordenado sistema de universos en los que habitan muchas criaturas; nosotros cuidamos de que entre ellas se mantenga un equilibrio. Podemos precisar cuándo un mundo llega a su fin, porque conocemos las leyes que rigen los universos. Todo tiene un principio y un fin.

      —Pero —interrumpió Mario—, tú hablaste de siete universos… ¿Hay más?

      Vehuel asintió con la cabeza.

      —Así es. Los siete universos de Gaia son mundos paralelos en los que el ensayo-error forma parte de la evolución. La Historia se repite en cada uno de ellos, pero existen matices que modifican el futuro. Este es el primer universo, un tubo de ensayo plagado de errores que se irán corrigiendo en cada uno de los demás, hasta llegar al último, en el que se alcance la evolución espiritual en su máxima expresión.

      —¿Y después? —quiso saber Mario.

      —Después —Vehuel inspiró hondo —la plenitud, la luz, la vuelta al origen.

      —¿Todos?

      Vehuel miró a Mario inquisitivo y sacudió la mano en el aire como quitando importancia a lo que iba a decir.

      —Por supuesto. Cada uno vuelve al lugar de donde vino, pero en forma de energía. Sin embargo, no todas las criaturas de los universos recorren el mismo camino de vuelta. Los Anunnakis son grandes consumidores de energía y, en su escala evolutiva, deben alcanzar la perfección espiritual si desean regresar al Infinito. Ellos eligieron un día convertirse en dioses y habitar entre los mortales, pero deben saber que cuando un ciclo se abre, también debe cerrarse. La energía que mueve a los mortales viene del Infinito y ellos deben comprender que, aunque son seres muy evolucionados, su espíritu forma parte del cosmos y que, para volver a él, solo puede hacerse en forma de energía.

      —¿Existen otros seres?

      —Muchos. Unos evolucionan sin convertirse en falsos dioses y otros utilizan su poder evolutivo en su beneficio, interfiriendo en los ciclos espirituales de seres que usan fundas mortales.

      —¿Cómo nosotros? Es decir, ¿cómo los humanos?

      Vehuel asintió en silencio.

      —¿Te refieres a seres que secuestran a humanos y los inducen? —añadió Mario.

      —Sí. Esos seres necesitan comprender algunos procesos celulares de los humanos, y por eso hurgan en vuestros procesos biológicos. También están encargados de elaborar un banco de datos genético que arroje información sobre la evolución y las relaciones sorprendentes entre humanos.

      —¿Y por qué lo permitís? —interpeló Mario.

      —La evolución espiritual no debe tener injerencias externas. Su naturaleza energética debe ser asumida por todos los seres.

      Nataniel había escuchado la conversación en silencio y consideró que el mortal nunca acabaría de entender el trasfondo. Así que interrumpió diciendo:

      —Perdonad señor, pero es hora de comenzar a instruir a Mario en sus habilidades.

      —Así es. Gracias Nataniel —hizo un ademan a Mario—. Será mejor que nos preparemos.

      Los días siguientes fueron muy duros para Mario. Se levantaba, entrenaba, comía, volvía a entrenar, y así hasta que caía rendido cada noche. Vehuel era un maestro implacable, pero sus enseñanzas convirtieron a Mario en un enemigo muy poderoso para hacer frente a Amon. El último día, Vehuel le puso a Mario la mano en el hombro y le dijo:

      —Estás preparado. Ahora todo depende ti.

      De pronto se oyó un alboroto. Las mujeres corrían hacia una figura que se acercaba, cuando se encontraron se abrazaron.

      —Ahí está Nebo, a ver qué nuevas trae.

      —¿Por qué están todos tan contentos de su llegada? —preguntó Mario.

      —Nebo es como un padre para las hijas de Nataniel. Las chicas lo adoran.

      Mario observó cómo Nebo llegaba a donde Nataniel le esperaba y se fundían en un abrazo; luego buscó con la mirada y cuando descubrió a Vehuel se dirigió hacia ellos. Éste le recibió con un abrazo.

      —Ven, entremos en la casa y me lo cuentas todo.

      Entraron y la mujer de Nataniel le ofreció agua fresca que bebió sediento. Al terminar, le pidió más a Alaia y ésta vertió en el cuenco. Cuando se sació se pasó el dorso de la mano por la boca y miró a Vehuel. Se sacó de entre las ropas un trozo de piel curtida en el que había dibujado con una rama quemada una especie de mapa. Lo extendió sobre la mesa y se dirigió a Vehuel.

      —Aquí —comenzó señalando con el dedo—, es donde los hombres de Marduk han llevado el oro. Es una cueva que hay en el interior de la montaña. Al principio me resultó muy difícil entrar porque la vigilancia era excesiva, pero con el tiempo se relajaron. Al norte de la montaña hay un río que desaparece bajo tierra. El día que entré en la cueva pude ver una especie de rueda moledora, el oro se molía y era arrastrado por el agua hasta llegar a una especie de pileta en el que era retenido, después pasaba a una oquedad que habían construido en la piedra. Cuando llegó Marduk a los tres días, arrojó sobre el polvo de oro, sacos de un polvo blanco que reaccionaba con el oro y lo convertía en una arenilla blanca que después se lavaba. Lo que quedaba se guardaba en cofres y se cerraba con candados.

      —Dios


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