Coma: El resurgir de los ángeles. Frank Christman
efecto —a Sara le cambió la cara.
Cuando llegaron a la Unidad caminaron hasta el mostrador.
—Hola, buenos días —saludó Luisa—. Hemos venido a ver a Mario Cruz. Ella es su hermana.
—Ya era hora que viniera algún familiar —la enfermera lo dijo sin levantar la vista del ordenador.
A Sara le invadió la cólera y no pudo contenerse.
—Escúcheme, “señora”. Usted no está aquí para expresar su opinión. Y menos sin conocerme. Así que le agradecería que se guardara sus comentarios y me dijese dónde está mi hermano.
La enfermera levantó entonces la visa del ordenador y miró a Sara. La enfermera iba a contestar cuando una voz se oyó desde una habitación que había detrás.
—Discúlpese inmediatamente con la señorita —un hombre apareció por la puerta—. O tendré que tomar medidas contra usted.
El hombre miró a Sara.
—Hola, Sara.
—Le pido disculpas —terció la enfermera sofocada.
—Disculpada queda. Luis…, pero, ¿qué haces tú aquí? —miró a Luisa—. No me habían dicho nada.
—No sabía nada. Te lo juro —observó Luisa con cara de sorpresa.
Luis salió y dio dos besos a Sara. Se volvió a Luisa e hizo lo mismo.
—Acompañadme, vamos a mi despacho.
Caminaron tras él hasta llegar a una puerta con un cristal opaco.
—Sentaos, por favor —Luis reparó entonces con Lupe.
—Esta es Lupe —la presentó Sara al darse cuenta—. Ha venido conmigo desde California.
Lupe le tendió la mano y Luis se la estrechó.
—Así que estás en Silicon Valley —dijo Luis—. No me sorprende, en el instituto ya apuntabas maneras.
—Pues anda que tú —Sara estaba sorprendida—. Debes ser muy importante aquí.
—Solo soy un jefe de equipo —sonrió halagado—. El lumbreras, es el jefe de la Unidad. Escúchame Sara, tu hermano no ha estado desatendido en ningún momento, me he encargado personalmente. Su estado es muy complicado. Si fuera religioso diría que está en manos de Dios.
—Y…, ¿si no lo fueras? —preguntó Luisa.
—Si no lo fuera, que no lo soy, diría que no está aquí; no sé dónde estará, pero aquí no.
El silencio se hizo el dueño del tiempo.
—¿Podemos verlo?
Luis miró el reloj.
—Os acompaño a su habitación y os dejo a solas un momento con él. Yo tengo que pasar unas visitas. Cuando acabe vuelvo.
Entraron a una sala previa a la habitación.
—La habitación está bajo el protocolo de aislamiento —Luis señaló unas estanterías— Tendréis que colocaros esta protección encima de la ropa. La cabeza y los pies también. Y poneos las mascarillas. No le toquéis ¿de acuerdo?
—De acuerdo —contestó Sara.
Luis salió y las tres mujeres se pusieron las protecciones. Cuando estuvieron listas, Sara cogió el pomo de la puerta. Se volvió mirándolas buscando su aprobación.
—¿Listas? Vamos allá.
Sara abrió la puerta. La habitación estaba en penumbra. Cuando vio a su hermano se cubrió la cara con las manos. Estaba sobre la cama rodeado de vías y tubos, extremadamente delgado. No pudo evitar un gemido. Luisa que había entrado tras ella soltó un grito de sorpresa y se llevó las manos al pecho. Le faltaba el aire. Lupe entró y se quedó parada. Un escalofrío le atravesó el cuerpo. Se quedó mirando el rincón y se llevó la mano a la boca.
—Dios mío —sollozó sin dejar de mirar el rincón.
Las dos mujeres se volvieron mirándola.
—¿Qué ocurre ama? —preguntó Sara—. ¿Qué ves?
—Han estado aquí.
—¿Quiénes? —conminó Sara—. Ama, mírame, ¿quién ha estado aquí?
—Tu hermano —a Lupe apenas le salía la voz—. Pero no ha estado solo.
—¿Qué quieres decir con que no ha estado solo? —Sara estaba confundida—. Explícate.
—En esta habitación han ocurrido cosas. Tu hermano ha venido a visitarse, pero se ha encontrado con una presencia maligna que le ha retado.
—Oh, Dios mío —a Luisa estaba a punto de darle un infarto.
—¿Qué ha pasado después? —quiso saber Sara—. Dímelo ama, por favor.
—El demonio se ha ido, por aquel rincón. Tu hermano le ha seguido. Pero no sé todavía cómo. Es como si alguien le estuviera prestando ayuda.
—¿Quién? —a Sara casi no le salía la voz, estaba aterrada.
Lupe cerró los ojos y alargó la mano para que dejará de presionarle. Al cabo de un rato, los abrió, miró a Sara con una sonrisa tranquilizadora.
—Un ángel —Lupe lo dijo con esperanza—. Ahora, todo está en manos de Dios.
Sara miró a Luisa y ésta le devolvió la mirada. Ambas volvieron a mirar a Lupe.
—Está en buenas manos —las tranquilizó—. Aunque el peligro continúa.
El rostro de Sara pareció relajarse, aunque persistía en él la preocupación.
—Y ahora…, ¿qué hacemos? —preguntó Sara con la mirada perdida.
—Lo que tengamos que hacer —Lupe hablaba sin apartar los ojos del rincón—, no podemos hacerlo aquí. Te lo explico cuando lleguemos a casa.
Sara se acercó a la cama y miró a su hermano. Estuvo tentada a darle un beso, pero recordó que Luis le había advertido que no lo tocara. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas y se llevó la mano a la boca, cubierta por la mascarilla.
—Si me oyes —Sara le hablaba al oído—, si estás en algún lugar luchando por tu vida, sé fuerte, no decaigas. Te quiero, todos te queremos. No dejes que nada ni nadie te doblegue.
—Vámonos —Sara se incorporó y caminó a la salida y las dos mujeres la siguieron.
Entraron en la sala de contención y se quitaron las protecciones. Cuando abrieron la puerta de salida, Luis las esperaba.
—¿Cómo ha ido? Bueno, perdonadme, es una pregunta retórica que hago continuamente. Lo siento.
—Me hago cargo —lo disculpó Sara—. En realidad, ha sido frustrante. No me esperaba encontrarlo tan…, apagado.
—Mientras esté recibiendo cuidados, a nivel biológico y físico, puede estar años. El problema es que…, bueno, no sé cómo decirlo.
—Habla claro Luis —le conminó Sara.
—No es muy ortodoxo lo que voy a decir y si me oyeran decirlo me tacharían de loco. Creo que Mario necesita ayuda… —se quedó en silencio unos segundos—, espiritual…
—No —intervino Luisa—, realmente no es muy ortodoxo viniendo de un médico.
Luis sonrió. Casi enseguida quedó serio.
—Durante estos últimos años he visto cosas… inexplicables —continuó Luis—, cosas que están por encima del entendimiento y la naturaleza humana. Por eso estoy abierto a explorar otras experiencias.
—Luis, ¿por qué no te vienes a mi casa a cenar el