Juventudes fragmentadas. Gonzalo A. Saraví

Juventudes fragmentadas - Gonzalo A. Saraví


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sujeto (Dubet, 2010).

      Este mecanismo de integración y orden social, resulta fundamental para entender el proceso de fragmentación social que nos proponemos analizar. Las dimensiones culturales, sociales y propiamente subjetivas de la desigualdad no son espontáneas, azarosas, o individualmente creadas y recreadas por los sujetos en cada situación o generación. Tal como lo expresa Dubet, cualesquiera que sean las posiciones, los gustos, o los intereses, el individuo hereda de una sociedad, de una lengua, de una cultura, esquemas corporales que se han hecho suyos sin ser, sin embargo, obra suya (2010: 129). Precisamente un paso trascendental en el proceso de transición desde la desigualdad a la fragmentación social es el proceso de internalización de las dimensiones culturales, sociales y subjetivas de la desigualdad que naturalizan la fragmentación social. Dicho en otros términos, el desafío que plantea el enfoque que he venido construyendo, consiste en explorar cómo los individuos aprehenden una sociedad fragmentada como realidad objetiva (y reificada), y cómo, acorde con esa realidad, desarrollan una experiencia social que produce y reproduce esa fragmentación. En nuestra opinión, el proceso de socialización durante la niñez y juventud resulta capital; una idea que, en parte, debemos a Norbert Elías, quien en una recomendación teórico-metodológica para los interesados en la investigación social, advertía que:

      […] toda la relación entre individuo y sociedad, nunca podrá ser comprendida mientras, como sucede hoy en día, la sociedad sea concebida esencialmente como una sociedad de adultos, de individuos “terminados” que nunca fueron niños y nunca morirán. Sólo podrá proyectarse verdadera luz sobre la relación entre individuo y sociedad cuando se incluya en la teoría de la sociedad la constante formación de los individuos dentro de una sociedad, el proceso de individualización. La historicidad de cada individualidad, el fenómeno del crecimiento y del hacerse adulto, ocupan una posición clave en la explicación de qué es la “sociedad”. El carácter social del ser humano sólo podrá ser visto en su totalidad cuando se comprenda verdaderamente qué significan para el niño pequeño las relaciones con otras personas (Elías, 2000: 42).

      Para dar cuenta de la transición de la desigualdad a la fragmentación social resulta fundamental también entender la constante formación de los individuos dentro de la sociedad. Las dos dimensiones de la socialización a las que hacía referencia previamente son básicas en este proceso de formación. Ambas dimensiones, es decir la construcción de la realidad y la construcción de la persona, fueron ampliamente tematizadas por diversos autores; sin embargo, las perspectivas de Berger y Lukhmann, por un lado, y de Mead y Elías, por otro, nos brindan los insumos y herramientas básicas para orientar nuestro análisis en una y otra dimensión, respectivamente.

      A pesar de su aparente simplicidad conceptual, la socialización representa un proceso social complejo, en el cual, simultánea a la internalización de una realidad, esa misma realidad es construida. Desde edad muy temprana, el individuo reconoce y aprehende el mundo que le rodea a través del filtro de “otros significantes” que fungen como agentes socializadores; ese filtro supone la posibilidad de creación y recreación de la realidad (condicionada por las características sociales y biográficas de esos interlocutores) y, al mismo tiempo, la objetivación de una realidad parcial y relativa, socialmente construida.

      Todo individuo nace dentro de una estructura social objetiva en la cual encuentra a los otros significantes que están encargados de su socialización y que le son impuestos. Las definiciones que los otros significantes hacen de la situación del individuo le son presentadas a éste como realidad objetiva. De este modo, él nace no sólo dentro de una estructura social objetiva, sino también dentro de un mundo social objetivo. Los otros significantes, que mediatizan el mundo para él, lo modifican en el curso de esa mediatización. Seleccionan aspectos del mundo según la posición que ocupan dentro de la estructura social y también en virtud de sus idiosincrasias individuales, biográficamente arraigadas. El mundo social aparece “filtrado” para el individuo mediante esta doble selección (Berger y Luckmann, 1979: 166).

      En espacios de inclusión desigual (y exclusión recíproca), este proceso por el cual una realidad parcial y relativa se transmite e internaliza como realidad única y objetiva resulta determinante en la consolidación y reproducción de la fragmentación social. La socialización del individuo desde edad temprana en estos espacios, caracterizados por la homogeneidad social y estructural, inevitablemente profundizará la distancia no sólo económica, sino social, cultural y subjetiva entre ellos. De este modo se construye y reifica una realidad que niega, recíprocamente, la existencia de “una otra” realidad, con el resultado paradójico de diluir o difuminar la profundidad de la desigualdad social existente.

      No se trata de la internalización y objetivación de un artefacto puramente ideacional, o dicho en otros términos, de asumir una concepción sobre la realidad. “El niño” —nos dicen Berger y Luckmann (1979: 171)— no internaliza el mundo de sus otros significantes como uno de los tantos mundos posibles: lo internaliza como el mundo, el único que existe y que se puede concebir, el mundo tout court.” La fragmentación social que emerge en la sociedad contemporánea y que trato de explorar en los capítulos siguientes tiene su fundamento, que a la vez es su atributo esencial, en la coexistencia de mundos aislados que se desconocen —y niegan recíprocamente (Saraví, 2008); cada uno de ellos constituye para sus integrantes el mundo y la realidad. Pero este no es un resultado social espontáneo, su génesis se encuentra simultáneamente en las condiciones estructurales y en el proceso de formación de la persona bajo esas condiciones.

      Cada uno de esos mundos constituye la realidad para sus habitantes. No sólo una realidad cognitiva, sino una realidad en la que el individuo está inserto. La segunda dimensión de la socialización en la que me interesa detenerme es, precisamente, la responsable de esta inserción. La persona, para constituirse como tal, debe saber comportarse en esa realidad; así como se aprehende e internaliza una realidad, también se aprehende e internaliza una forma de ser y actuar acorde con esa realidad. Se trata de una socialización a partir de la experiencia práctica de la interacción social. En un pasaje en el que Elías se refiere a la adolescencia, señala que “el trato con otras personas produce en el individuo ideas, convicciones, afectos, necesidades y rasgos del carácter que constituyen su ser más personal, su verdadero “yo”, y en el que, al mismo tiempo, encuentra expresión el tejido de las relaciones de las que el individuo ha salido, en las que el individuo está entrando” (Elías, 2000: 50). Es decir, desde la niñez más temprana, el individuo es modelado en su condición de persona a partir de las interacciones y redes de relaciones sociales en las que es incorporado, y de las correspondientes expectativas depositadas en él o ella para responder y participar con éxito en esa experiencia social. Como es ya por todos sabido y reconocido, el individuo inevitablemente nace ya inserto en un contexto de relaciones sociales, el cual además, sea de pobreza o de riqueza, no fue elegido.

      George Mead destacó la relevancia del juego y el deporte como un entrenamiento en este proceso de socialización por medio del cual el individuo desde temprana edad aprende a integrarse y “ser” parte de un grupo social a partir de las expectativas depositadas en él o ella para la interacción. Pero el juego y el deporte son principalmente, para Mead, un ejemplo paradigmático del mecanismo implícito en el proceso de socialización que ocurre a nivel societal y por medio del cual la persona se constituye como tal; es decir, en el juego, y particularmente en el deporte, la participación solo es posible a partir de la incorporación de las actitudes y expectativas de todos los demás hacia ego (el otro generalizado): “Esa incorporación de las actividades amplias de cualquier todo social dado o sociedad organizada al campo experiencial de cualquiera de los individuos involucrados o incluidos en ese todo es, en otras palabras, la base esencial y prerrequisito para el pleno desarrollo de la persona de ese individuo” (Mead, 1968: 185). La persona se constituye como el conjunto de respuestas a esas actitudes y expectativas que la sociedad deposita sobre el individuo.

      Nuevamente, como ocurre con la internalización de la realidad, en contextos de inclusiones desiguales y exclusiones recíprocas, la homogeneidad social de las relaciones sociales y la distancia y aislamiento de esos mundos conduce a la conformación de personas que responden a un otro generalizado muy parcial y relativo. Desde la infancia, pero muy especialmente durante la niñez, adolescencia y juventud los comportamientos, actitudes, sentimientos,


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